Poesía / Venezuela
Poesía
En esta entrega literaria, se desbordan -en el contenido- aspectos que siendo habituales cobran una soltura creadora, a partir de la mirada potente y significativa de Néstor Mendoza (Venezuela, 1985), poeta, ensayista y editor. La cohesión de cada pieza lírica tiende a la relatoría tal cual la huella primigenia de la poiesis. Y lo hace acercándonos al mito, aunque el escenario descriptivo sea la contemporaneidad. Esto es, su presente individual, que se identifica con el presente colectivo. Porque el lector o lectora se irá apropiando de alguno de los poemas expuestos con pericia lingüística. Para el efecto, se hace referencia al tallado del tronco -inicialmente inútil- con proyección artística, a la fortaleza del río en donde el niño va detrás del pequeño pez de colores e ilusiones (aquel primer río de los años felices y candorosos). Hay un contacto con elementos de la naturaleza; el agua, el monte que emana “pureza líquida”, los animales, las plantas silvestres. La fisonomía urbana que irrumpe con sus desafíos y bemoles.
El entramado textual se configura como escultura y testimonio de la humilde labor de herraje, de la modernidad inundada de contrastes, de pájaros cantores, del personaje-árbol, de las asimetrías sociales, de la juerga de la noche anterior, y de la palabra arcaica que sirve de pretexto y herramienta semántica para la arquitectura poética. Todo, bajo una ramificación comprensible del hombre común hechizado de melancólicos paisajes, amores y errancias. Invención en la urdimbre del tiempo, en donde su autor enciende la llama y aviva la palabra precisa, compartiéndonos como deferencia el subsiguiente material inédito escrito entre el 2020 y 2022.
Aníbal Fernando Bonilla
AUTOMEDONTE*
Si deseas describir un caballo, decía más o menos Shklóvski, hazlo como si el caballo te fuera completamente extraño, como si lo vieses por primera vez.
MARGO GLANTZ
El hombre que guía hace restallar
sobre el lomo las riendas gastadas
y el animal retoma su ritmo.
Aquí hay caballos
pero se les exige más.
Llevan un peso excesivo
que les podría deformar
alguna zona de su cuerpo.
Desde dentro de casa
oigo sus cascos,
el golpe de la herradura
que resuena en voz alta.
Son carruajes
para los trasteos.
Alternan su romanticismo
con los vehículos,
las motos
y los que venden verduras
y aguacates maduros.
Nunca he acariciado
el lomo de un caballo,
no puedo dar un testimonio
de lo que el tacto perciba.
Me parece ver una proyección
en blanco y negro,
pero no hay dama que descienda
con traje ni con bordados
que trasladen a una estancia
/del siglo XIX.
Al cochero,
un hombre mayor
vestido de albañil,
lo acompaña un perro
que disfruta la velocidad
mimetizado entre escombros.
El caballo come cerca
de su compañero humano.
Juntos llevan y traen escombros
de un barrio a otro.
El carromato,
el hombre
y el perro
testifican el acelerado
cambio de la ciudad en sus fachadas…
*Cochero de Aquiles y Pirro
LAS TALLAS
Lo que será artesanía
antes fue desecho
para los comunes.
Otro vería retazos de árboles, troncos,
pero él ve la posibilidad de la escultura.
Ya la ha tallado en su mente
/de viejo tallista.
Lo que viene es fácil,
se diría,
ya está en su cabeza.
Dijo que todo lo que hace
lo ve antes de hacerlo.
Se anticipa a la aparición
/de la figura:
Ve un tronco y de una vez define
/el abdomen,
los brazos,
o la ondulación de la serpiente.
El tallista explica en el pequeño salón
el origen de cada obra, de cada animal.
La gente toma fotos, graba,
el tallista continúa la charla.
Su charla invade otros cuerpos
no mencionados por él:
qué imagina el tallista cuando decide
transformar la madera en una silueta
con cadenas y movimiento de piernas,
otra forma de pensar cada golpe
del instrumento en la superficie:
un erotismo que la artesanía
o la imaginación hacen posible.
Lo que dice nos importa
mientras dura su discurso.
Lo que yo veo resulta
algo rústico
y por eso atrae.
El arte,
para él,
es suyo
y del ojo
que finaliza
o completa
la pieza.
SOBRE ALGUNOS RÍOS
no es época de caída
no se es pájaro
los ríos van temprano
en la memoria
REYNALDO PÉREZ SÓ
El río que se quedó en el niño
se mantiene en el mismo punto
y no pretendo extraerlo de su cauce.
Quizás extraiga un poco
/de la fuerza del río,
como cuando ese niño pescaba
esos ínfimos peces
de colas fluorescentes,
con un hilo de coser,
un metal en forma de u
y una bolita de masa
estrujada y sucia,
redondeada con los dedos.
El niño saca un pez y otros más
que van a parar a un frasco
con la misma agua turbia del río;
y es como si sacara
todos los peces
en un único impulso de la caña.
Una cosa sorprende, todavía:
que en ese río de pueblo
existieran cangrejos
recorriendo el musgo
de piedras semiocultas,
es lo que define el asombro
al ver el movimiento rápido
de su huida río adentro.
Los Azules,
ese pozo alto en el que no
/me ahogué
gracias a las manos
/de un desconocido,
que otros llaman ángeles.
“El jagüey”,
la montaña que llora agua
y en la que los vecinos
se abastecen de su pureza líquida.
Desde ahora vivo en una región
donde hay tantos ríos
que no logro enumerar.
Los he visto pero el extrañamiento
del primer río me impide visitarlos.
EL HOMBRE HOJARASCA,
HABITANTE DE LA PRADERA
Le adjudican un pasado profesional
/ de éxito,
y dicen que su locura se debe
a unos amores que no encontraron
/respuesta.
En este pueblo llueve o hace sol,
dos estaciones que se repiten
durante todo el año.
Calles de escaso y mal distribuido
/ asfalto.
Pocas aceras.
El Habitante del Árbol no exige
nada, da varias vueltas alrededor
del barrio y regresa a la base del árbol.
Habita su base,
lo confunden con las hojas
que se acumulan al caer.
El Hombre Hojarasca
siempre está
debajo del árbol,
viste con ropas obsequiadas
por los vecinos,
por la caridad de los platos de comida
o la de un pan dulce, amén.
La ropa se le ensucia con rapidez
al momento de vestirse,
antes de que otro día llegue,
la ropa vuelve a ensuciarse.
Yo vi su cara en un retrato de arte pop,
en un restaurante.
¿Qué pensará el Habitante del Árbol
al verse a sí mismo en un cuadro
que lo reproduce con la excusa del arte?
LEVAS EN EL BULEVAR DEL RÍO
Sin causa válida, por el simple acto de no perder
la palabra Levas, la paso por escrito. La extraigo
de su contexto cervantino con los utensilios de la emoción.
Páginas amarillentas dentro de este tomo en pasta dura,
con tapas verdes. Superficie pegajosa del material
ya viejo que incomoda un poco al tacto,
a las yemas de los dedos. Año 1948 en el colofón.
Levas: trampas, tretas, ardides, dice a pie de página.
Suelto el libro y repaso mentalmente: en la cabeza sigue
el movimiento de la música de anoche, la salsa choque,
el bulevar del Río, una mano que no conozco quiebra
una botella de aguardiente.
Avanzo por intuición o por ignorancia.
Al final de la noche, da lo mismo intuir que ignorar.
La foto utilizada para el banner es de: José Antonio Rosales.
Néstor Mendoza
(Maracay, Venezuela, 1985). Poeta, ensayista, gestor cultural y editor. Licenciado en Educación, en la especialidad de Lengua y Literatura (Universidad de Carabobo). Realizó estudios de posgrado en Literatura Latinoamericana y en Filosofía. Editor de El Taller Blanco Ediciones. Ha publicado, hasta ahora, cinco poemarios: Andamios (2012), Pasajero (2015); Ojiva (2019), Dípticos (2020) y Paciencia mineral (2023); y la antología Simulacro. 2007-2020 (2021). Autor de los libros Alfabeto de humo. Ensayos sobre poesía venezolana (2022) y Alfabeto de humo II. Ensayos y reseñas sobre poesía venezolana (2024). Próximamente aparecerá su tercer libro de ensayos: Álbum de grabados (Prosa diversa). Ganador del IV Premio Nacional Universitario de Literatura 2011; Finalista del I Concurso Nacional de Poesía Joven «Rafael Cadenas» 2016. Finalista del XL Premio Internacional de Poesía «Juan Alcaide» (Ciudad Real, España, 2021). Finalista del 5to Premio «Lo Mejor de Nos» (La Vida de Nos/Banesco, Caracas, 2022), para textos de no ficción. Con la crónica “El primer lector de Borges” resultó ganador de la Convocatoria de Reseñas (Ediciones El Silencio/Ministerio de Cultura de Colombia, Cali, 2022). Ha preparado y curado, para El Ángel Editor (Ecuador), las antologías Las paces de Rafael Cadenas; y El ciervo, de Yolanda Pantin. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, griego, alemán e italiano.
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