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Poesía

¿En dónde mora la poesía? En el crepúsculo. En el abrazo y el adiós. En el vagón del tren. En las calles desoladas de transparente ternura. En la sonrisa del niño. En el beso materno.  En los muslos y las manos insaciables de humedad. En la epístola extraviada del amante furtivo. En la gota de agua que se torna lluvia, y luego, olvido. En fin… ¿De dónde extrae Johanna Marcela Rozo su decir más íntimo fragmentado en verso? De aquellas sombras que nos rondan en el largo y confuso laberinto de la vida. O en la nocturna sensación que se vuelve eterna más allá de los deseos y las frustraciones. También podría ser que la raíz metafórica se arranca de la enfermedad consumada como designio y maldición. Dolores que transmite nuestra poeta colombiana sin vacilaciones en la confección textual. Lo de ella es una exclamación denodada, sin tapujos, sin remiendos, sin apariencias. Las cicatrices se revelan aún a costa de que la herida persista y supure en la mirada extraña. El natural giro hablante atrapa y redime. Alguien está al acecho del sujeto lírico: “un ser sombrío que ya no intenta conjurar las puertas” o un ser difuso que emana del bestiario de nuestras fabulaciones. Pero la poeta asume su propia batalla con la pluma y la intrínseca manera de descorrer el velo o desvelo. Y sale airosa, junto con su amado y la gracia de Eros, desde el fulgor del beso y el “círculo de fuego” que alumbra el futuro incierto.

Aníbal Fernando Bonilla

A CASA

“Soy una casa oscura dentro de mí está oscuro,
mi conciencia es una luz solitaria,
una vela en la brisa, parpadea, a veces aquí otras allá”
Sigmund Freud.

En esta casa oscura que soy, no puedo abrir los ojos
la luz de los sueños me ha cegado,
camino a tientas por los pasillos
                                              /y a cada paso tiemblo.
Soy una sombra
           /que en la pared dibuja una grieta infinita
y en el desvelo me alcanza para hacer sangrar mi boca.

En esta casa oscura que soy,
                         /los agujeros se multiplican en el tejado
nadie desde afuera entiende, pero la briza cae al suelo
como tierna imitación de la amargura
                                               /que ahora es compartida.
Soy un laberinto de sombras, un rostro enmohecido
un dolor tan antiguo como la muerte misma.

En esta casa oscura que soy,
                                       /el reloj empolvado en la pared,
me ha robado el tiempo y me ha mostrado
                                       /a Cronos como una maldición.
Tengo la oscuridad en mí… soy una noche eterna,
un ser sombrío que ya no intenta conjurar las puertas.

En esta casa oscura que soy ahora llueve.  

LOS OJOS EN LA HERIDA

Los visitantes detienen su mirada en la herida,
observan con terror;
suspendidos como hienas escudriñan
                                             /en el olor a sangre.

Tocan con sus dedos esperando un grito.

Estoy detrás de la herida, pero no me ven.
Para los huéspedes soy la herida;
si acaso van más lejos,
puede que resista como una planta en la sombra,
pero la piel amoratada llama más la atención.

Otros observadores
menos acostumbrados al rostro quebrado
se tensan y miran de reojo
mientras sacuden su nariz,
la sangre ha empezado a esparcirse
y se va quedando impregnada en las corbatas,
en los vestidos, en los zapatos de quienes vigilan
                                                                      /la herida.
Pero los que me miran siguen pensando que eso soy.

La herida ha borrado mi nombre
el color de mi vestido, el rubor de mis mejillas.

Estoy detrás del número de habitación
de la receta de pastillas,
del retrato borroso que nadie mira, ni siquiera yo.
Empiezo a desaparecer;
las manos primero
el corazón luego
me han bautizado con mi dolor
soy las iniciales de una enfermedad
de un mal que se agudiza.
En el espejo se reflejan mis síntomas
mi rostro es una costra y ya no soy yo.
Los visitantes llegan cada tarde
                                  /para contemplar la miseria,
pero no me encuentran
he pasado tanto tiempo en cama
                                     /que soy la sábana blanca
la cortina blanca
la pared blanca;
una simbiosis con el vacío.

Todos llegan a mirar la herida
y así pudiera curarse
las miradas atentas no la dejarían cicatrizar. 

PASADO

Hay un tigre hambriento
esperándome cada amanecer.
Sus garras están afiladas y sus hermosos
colmillos
     /– a los que contemplo detrás de la puerta–
están sedientos de mi sangre.
En la noche el tigre me asecha;
estupefacto por el honor no se permite atacarme
me espera paciente a que despierte,
me observa mientras estoy en la cocina
y sé que mira cuando despido a mi esposo
                                          /y envío besos a mi hijo.

El tigre recorre la casa y por momentos
                                    /duerme cansado de la vigilia,
lo veo de reojo, sé que insiste en ir tras mi espalda
espera una cortada leve, un tropiezo que me desarme,
una lágrima para saber de mi tristeza.

Sé que quiere devorarme, pero él también sabe
que es acechado por su presa.  

FUTURO

Llueve sobre la cueva del tigre en cautiverio,
en otra vida el tigre ha jugado en un circo
y ha saltado por aros de fuego.
Ahora vive en la ensoñación y fantasea con tener alas
          –tierna muestra de que guarda una esperanza–
las alas se mantienen intactas
                                     /en el esplendor de su espalda,
el tigre alucina con un jardín, única herencia
que el dios del viento le dejó.

Cada día
           /traga sin prisa los viejos cadáveres de presas
cazadas sin esfuerzo y sin hambre.
Un círculo de fuego
                                     /lo mantiene vivo en su delirio,
intenta no mirar de frente pero ahí están
las imágenes que proyectan el futuro.  

EL HOMBRE QUE HE AMADO

A ese hombre que he amado,
lo persigo en sueños sin dudar de su sonrisa,
tampoco de sus precipicios.
Me ofrece sus gestos como si fuera un
                                                    /Modigliani
lo he amado en otros ojos, en otros muslos;
                         /en otros cuerpos sudorosos
que se transforman en él cada tarde
                         /y desaparecen al amanecer.

A ese hombre que he amado,
                             /lo saboreo en el vino rojo
mientras acaricio otra barba que no es la suya,
                                      /que se ha desdibujado;
me susurra al oído ese hombre
(que he amado en otras vidas)
para decirme las palabras contenidas por la llaga.

Él también me ha amado en otras,
en mujeres tristes que caminan
                                  /sin resguardarse de la lluvia
ha besado las carnes flojas de alguna mujer
                                              /que le recuerda a mí.
Amó por las noches
                   /el temblor y el insomnio de una mujer
cuyo rostro no reconoce.
A ese hombre que he amado en otros
                             /y al que me ha amado en otras
me mira por la ventana y por momentos el tropiezo
                                                         /de las miradas
nos hace recordar la llama,
                /el fuego intenso que todavía nos recorre.

*Textos pertenecientes al poemario inédito El ruido del fuego.
5 textos de Johanna Marcela Rozo Enciso / selección y comentario de Aníbal Fernando Bonilla …Empiezo a desaparecer; las manos primero el corazón luego…
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Johanna Marcela Rozo Enciso

Normalista Superior. Licenciada en Humanidades y Lengua Castellana. Especialista en Pedagogía de la Lengua y la Literatura. Contadora Pública. Docente universitaria desde el 2015. Gestora cultural. Productora y locutora radial. Obtuvo cuatro premios del Ministerio de Cultura de Colombia y Fundalectura por la Tertulia Literaria El Túnel (2004, 2005 y 2006). Segundo puesto en la categoría de poesía en el V CONCURSO LITERARIO BONAVENTURIANO DE POESÍA Y CUENTO, CALI 2009. En el 2010 obtuvo el premio de Tertulias del Bicentenario del Ministerio de Cultura y la Embajada de España con el proyecto Rayuela. Mención de honor en el X CONCURSO LITERARIO BONAVENTURIANO DE POESÍA Y CUENTO, CALI 2014. Mención de honor en el Concurso de Poesía y Cuento Relata 2014. Ha publicado los poemarios: Al otro lado del Asfalto (2007), 15 poemas rosados para Violeta (2013), y Puedo morir todos los días (2020). Poemas suyos aparecen en antologías nacionales (Caldas, Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena). Y, en antologías en Perú y Argentina. Colaboradora semanal con reseñas literarias en el espacio periodístico Red y Acción, y en la Revista Ágora. Directora del Taller de Escritura Creativa Rayuela adscrito a RELATA TALLERES DE ESCRITURA CREATIVA del Ministerio de Cultura desde el 2009.

Aníbal Fernando Bonilla

(Otavalo, Ecuador, 1976). Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española y Latinoamericana, y Máster en Escritura Creativa por la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR). Licenciado en Comunicación Social. Ha publicado, entre otros, los poemarios Gozo de madrugada (2014), Tránsito y fulgor del barro (2018), Íntimos fragmentos (2019), y la recopilación de artículos de opinión en Tesitura inacabada (2022). Finalista del Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2018, y del III Premio Internacional de Poesía de Fuente Vaqueros 2023. Columnista de diario El Telégrafo entre 2010 y 2016. Articulista de El Mercurio de Cuenca, desde el 2022, y colaborador en varias revistas digitales. Participante seleccionado en el Taller de Poesía Ciudad de Bogotá Los Impresentables (2022 y 2023). Ha sido invitado a eventos de carácter literario, cultural y político en España, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Cuba, Bolivia y Colombia, como el XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca (2012), el XIII Encuentro Internacional “Poetas y Narradores De las Dos Orillas” en Punta del Este (2014), el VI Encuentro de Jóvenes Escritores de Iberoamérica y el Caribe en La Habana (2016), el III Encuentro Internacional de Poesía en la Ciudad de los Anillos en Santa Cruz de la Sierra (2016), o el XI Festival Iberoamericano de Poesía en Fusagasugá (2023).

2 thoughts on “Johanna Marcela Rozo Enciso”

  1. Óscar Schoonewolff Romero

    Johanna Rozo, es fiesta del lenguaje y misterio de su poesía.🌳🥃 Le conozco de antes un poco menos ahora. Estoy detrás de la herida busca, intuye el no poder cicatrizar ya que tiempos como este es para el entretenimiento y despilfarro de la vida. Se goza la intensa existencia del arte.
    Leer a Johanna Rozo es un estado delirante del respirar.

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