Poesía
OPORTUNIDAD
Hoy tropecé.
Y bajo mis pies, la roca
esbozó una disculpa.
Con voz de piedra,
al rodar, escuché su queja
gastada y ruda.
Alcé el guijarro. Lo abracé en
mi pecho.
Sentí el latir de la tierra.
Bendita piedra que interrumpió
mis pasos.
Pude ver el camino, el enorme cielo,
mi paisaje interno y la luz del sol
abrigando el sendero.
LA FELICIDAD
Si un día no supiera dónde hallarte,
daría vuelta caracoles en la playa.
Cerraría los ojos mientras canta
el zorzal
que despunta la mañana.
Si alguna vez no te alcanzo, simplemente, correría
detrás de barriletes remontados
en la empinada calle de mi infancia.
Si te pierdo y no encuentro tu escondite,
miraría los ojos de mi perro,
porque es allí tu morada.
Sos tan frágil, tan volátil,
tan esquiva
que nos haces buscarte cada día.
Pero siempre te atrapo en las sonrisas
de mis padres;
cuando miro los retratos del recuerdo.
Siempre estás,
la jugada,
el desafío perenne es buscarte diariamente,
y si se puede,
encerrarte bajo llaves en el alma .
MOMENTO
Se apagó la luna y encendió el silencio.
Callaron las ranas, los grillos, los perros.
Suspiró profundo el monte,
en secreto,
y un aroma a hierbas invadió el momento.
Mojaba el rocío los trémulos pétalos de las margaritas
/y el berro silvestre exhaló su aliento,
amargo y austero.
El estanque era puro encantamiento.
Los juncos doblaron su tallo sediento,
pero el agua estaba sumida
en el sueño.
Pensando que harían un favor inmenso,
miles de luciérnagas emprendieron vuelo.
Salpicaron todo de luces, y entonces,
se quebró el hechizo,
se perdió el misterio,
de saber qué siente la noche,
en la oscura soledad del huerto.
LA MIRADA
Temo la mirada de Medusa,
que transforma en piedra
mi agitada huida.
O la atávica luz del ojo griego.
Darme vuelta y sentir la sal
trepando por mi cuerpo rígido.
Ni Lot puede salvarme, ni Perseo
con su filosa espada.
Presa en la mirada que aniquila
pretendo huir de un destino
de derrotas.
Me agobia la lenta tristeza
de mis pasos
que no aciertan el camino de salida.
EL ESPEJO
A veces el espejo me devuelve
un rostro que no es mío.
Detrás de su faz esmerilada
se esconden mundos repetidos
e insondables.
O tal vez, soy yo,
que no me reconozco en esa imagen.
Perdidos en el tiempo sin retorno,
desfilan los varios rostros que se reflejaron.
De pronto, un haz de luz, se filtra
y veo los que he sido,
y sus sonrisas.
Si se empaña, fingiendo borrosas
formas del olvido,
paso la mano
y borro los residuos de lágrimas.
Tal vez, alguna mañana,
una mano me lleve a sumergirme
en su mundo de cristales laberínticos y quede vagando para siempre
en una encrucijada de miradas
que he perdido.
INCERTIDUMBRES
¿No sé cansan las campanas?
¿No fatiga el silencio la eterna cascada fluyendo y fluyendo?
¿No lloran los nidos al quedar vacíos?
¿No se agota el grifo oxidado
que vierte la incesante gota
que horada la piedra?
¿No enmudece el viento las tardes vacías
que huelen a entierro?
¿Será que hay un mundo que en paralelo
descifra en silencio los vanos secretos?
¿ Será que la sombra no es sombra, sino un velo negro luctuoso del cielo?
¿Será que el recuerdo no es más que
un fantasma que viene a inventarnos
lo que no ocurrió?
¿Y que las arenas finas del desierto sos
los incontables perdones de Dios?
No tengo respuestas…
Pero me conforma el saber que existen
la luna y el sol.
Que hay amaneceres y rojos crepúsculos,
aunque sólo sean mi mera ilusión.
Liliana Pascualini
vive en Entre Ríos, Argentina. Profesora en Castellano, Literatura y Latín (Jubilada).
Escritora inédita.
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