Poesía
MADRE-MONTE
En la yagruma maldita hay un pájaro de ceniza.
Algo caído en la noche abre surcos líquidos sonido limpio moja el cristal pulposo del
monte. Humor negro, palma, fruto maduro en el fermento de la tierra barro y agua
sembrado de espejos en pie frente al lento musgo.
Un calofrío te incorpora hacemidios y el almacigo gotea sobre la cerca su sangre limítrofe.
¿A dónde han ido todos? ¿A dónde tus padres que te han soltado la mano como si una
no deslizara los pies bajo la yagua para sentir la noche, como si una fuera grande
algún día para empuñar el machete tras la puerta?
¿A dónde tu marido? Disuelto en la neblina, hablando con la voz de la neblina, ojos
neblina manos neblina disueltos
y en seguida el Sol.
¿A dónde tus hijos, tus nietos, tus abejas de la tierra, tu perro, tu ciclón del 33 en varaentierra, tu abuelo de las islas silbando, silbando la rabia y los mangos maduros, la tristeza almidonada y blanca del inmigrante?
Vuelve a tus huesos y a tus dolores aprendidos de memoria, nada terrible pasa afuera
nada que no haya pasado antes en tu propio corazón.
Abre el cenzontle sus cuatrocientas gargantas.
ESTÉTICA DE TUS MANOS
Evangelina, temperatura, huevos cocidos en la ceniza, café amargo sobre la cruz de salvia.
Vaso con cocuyos y el peso de la Biblia tapándote la boca.
Naranja cajel acuchillada, seca, tilo blanco con el seno y el vestido despedazados dando gritos de alcohol y rabia.
Fibra del guamá tensada por los bueyes del terror. En definitiva, tu mano sobre mi rostro —mi negro— ahogo al pedirte que la culebra del tiempo se mordiera la cola.
Evangelina, india color del evangelio, los granos maduran en la garganta del pájaro del alba hinchados por la muerte, neblina espesa y el débil fuego del idioma calienta tus manos.
El ave canta al sol tragando la neblina, y una piedrecilla helada cae al corazón. Que tus manos no toquen mi canto.
VERSUS
Solo se trata de sostener el aliento hasta el final de la línea, y al regreso las bestias de cuernos ahogados en música resistan la violencia y el idioma.
Es el vientre que tragó la voz del pájaro del alba y amplifica las cuentas de tierra negra como el ábaco de un dios descalzo y pobre.
Es el cuerno que agota el aire en la materia viscosa de la mañana y trasparenta, el algodón tejido, los huesos padres de mis huesos, la tos y los labios, madera apretada. Los ojos que aún miran la muerte.
¿En el inicio quién se advierte en pie sobre un planeta mientras la neblina silabea caótica arruinando en el País aquellos versos de Yevtushenko que gritan que el País no existe?
Narahupía, un hombre muerto llega antes que el sol y sus manos le muestran a mis manos el ballestrinque y la aroma que fajan y libran.
Mi abuelo me sienta sobre las rejas del arado y abre la tierra bajo mis pies hasta completar el surco. Se detiene y levanta en peso toda la estructura que coloca al inicio de la siguiente línea: es mi Arte Poética.
Juego con mis bueyes traslúcidos el juego de la música y las palabras, artesano que procura contener en la botella el velero y la tormenta.
Son bestias de cuernos espléndidos-terribles-sonoros que embrido a precio de muerte para que no se espanten ante la multitud de tu rostro y luzcan serenos el hierro de mi nombre. Y parezcan míos.
Todo se trata de que parezcan míos.
JUEGOS VIEJOS
Cuando abras esa puerta va a entrar el viento de la muerte. Retorcida elipse, la lengua de la muerte huele a mangos maduros. Prepara los cubiertos, la escoba de aroma blanca y guano tras la puerta. La muerte ha de sentarse a la mesa y nadie la hará levantarse hasta que acabe. No posee ningún miedo que no sea tu miedo a la muerte, ni más ojos que tus propios ojos para buscar tu rostro entre todos los rostros. Apenas te conoce, eres tú quien la invoca y le abre la puerta para que pase con su velocípedo amarillo a derribar los delicados búcaros de la vida. La muerte no tiene rostro, solo el rostro que piensas encontrar en ella. La muerte no tiene voz, solo la voz con la que llamas a la muerte, la voz que hundes en la muerte y gritas toda tu muerte en su garganta vacía. Nada espera en los alrededores de la casa volteando polimitas vacías, masticando cepas de plátano para la sed. En ella está muerta la sed y la espera. Abre tu puerta y deja que se siente a tu mesa, que coma de tu cuerpo y beba tu sangre. Entiende que acaba de nacer para ti y es preciso enseñarle viejos modales.
Joel Herrera Acosta
Santa Clara. (1989) Poeta. Miembro del grupo literario «La estrella en germen» y la AHS. Ganó los premios nacionales de poesía Ciudad del Che 2017 y Mangle Rojo 2019.. Sus poemas han aparecido en las antologías Estos poetas del milenio (EE.UU, 2015), Corazón central (Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Santa Elena, 2016) y La estrella en germen (Ediciones Sed de Belleza, 2017).
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