¿Qué es un hipocampo?
Es una clave de sol en el fondo de un río,
que le canta a los peces en medio de su desvelo.
Es un ave marchita con alas pintadas en el agua.
Es el beso más tierno de un niño moribundo,
es el día de mañana vivido del otro extremo,
es un romance gitano a la sombra de los
/manglares,
es una mujer que canta mientras deposita
/el sol en sus piernas,
es Poseidón cabalgando cada ola del día
mientras Homero le describe en un daguerrotipo.
Un hipocampo es una ola que golpea
/en alguna playa griega
pensando que la sal es lo que corona su simiente.
Es una danza peligrosa,
obscura e inquieta.
Pienso en el mar
y se aparece ese monstruo marino prendido
/de tu pelo,
dispuesto a llevar la camada en su vientre
y dejar que la arena te preñe los hombros.
Pienso en vos,
y se aparece ese mar que descansa en tus comisuras
como una palabra a punto del suicidio.
Pienso en la noche
y a la distancia, una luz,
que me habla del silencio de los hombres
de un animal híbrido concebido entre tus labios
de los días más solitarios de noviembre,
y de un jazz que agoniza al fondo de una pecera.
Hemos dicho
El acto del amor es lo más parecido a un asesinato.
Leopoldo María Panero
Dirán que la poesía es un ojo que cuelga
en los labios de un muerto,
un pez perdido en la selva
o una caricia que se suicida en tus manos.
Dirán que el tiempo detenido en tu vientre,
es un beso desnudo en una hoguera,
un volcán invertido que derrama lava en tus muslos.
Yo digo
que es la sombra de todos los ojos
cuando lloran sus pecados
para mirar entre tus piernas.
El blues y sus consecuencias
La noche se vino enredada en una lágrima huérfana.
Los perros ladran a los eclipses,
y mientras mi madre atrapa el aliento del invierno,
que con sumo cuidado guarda bajo la almohada,
Etta James me desgarra la camisa.
Pienso en una mujer que duerme conmigo en distinta cama
y una noche de por medio.
El calendario se ha derretido bajo mis piernas,
me veo en una foto, a la edad de ocho años,
siento el miedo de los envenenados por la palabra,
vomito un blues sobre la sábana,
huelo la sangre de los más pequeños,
maldigo a esta ciudad y sus ciento noventa locos,
me memorizo el manual para aprendiz de idiota,
suelto el manual y me masturbo a dos manos,
deseo morir al amanecer,
llevo un tatuaje de Lenin en el pecho
y descubro que es por eso que me falta el aire,
estallo en esquirlas que se entierran
/en estas paredes que me sofocan,
maldigo a los gatos que desde las 11
/están cogiendo en el techo,
Etta se cree Janis, y yo me creo Sodoma,
la noche se detiene para ver
/el desastre de mi alcoba,
un búho se asoma por la ventana y me pide fuego.
Todo me parece tan sublime que comencé a creer
en las estrofas del himno, en el karma,
en la vida después de la muerte,
en la sonrisa de la mujer del vecino,
en las postales del muro de Berlin,
en la foto de Jared Leto
a la que mi abuela le reza una novena
en las predicciones de un ciego
en la risa de un imbécil
y en otras causas perdidas.
Hoy, la lluvia se abrió en medio de mis manos.
Hoy, la noche vino envuelta en el llanto de un anciano.
Hoy, fue la mejor noche sin vos.
El fin de la primavera
A Toni Morrison
No creí en los idus de marzo
ni en las marchas de abril.
Creí siempre que los días –y sus eventos-
eran hojas muertas de un calendario famélico
que se aferraba a la pared de la sala
como única prueba que el tiempo existe.
No creí tampoco, en golondrinas
ni aves del paraíso
porque supe que su vuelo limitaba
mi capacidad de escuchar el bosque
y su llanto peregrino.
Pero creí en tu risa Toni,
esa que iluminó las calles de Indiana y Ohio;
la que te permitió danzar con la muerte
/en Baltimore y Detroit,
esa que Vietnam te quiso borrar
pero que fue imposible porque ya habías amanecido
un día antes en la primera línea de la historia.
Esa que me recuerda a Rosa Parks, sí,
/ la misma Rosa de las hordas
que sigue sentada en el primer asiento
/de ese bus miserable
porque vos le enseñaste a ser necia.
Esa que me llevó a Angela Davis
/y a los Black Panthers el año que nací,
mientras BB King me susurraba:
/“calma prieto, the thrill is gone”.
La que me mostró la Uvas de la ira,
no en un capítulo de Oprah Winfrey
/y sus mil formas de ser millonaria,
sino en el sabor a azufre tan propio de la sangre.
Esa risa que dibujaba el vientre de la tierra
a pesar del gas y las amenazas a muerte.
Esa, la de las marchas a Selma
la de las huelgas de hambre frente a la U
en un día nublado de buitres y escamas,
la de las horas interminables para llegar al muro,
la que nos persigue aún en las horas muertas del día.
Creí en tu risa
porque me enseñó que un blues
es un jazz ebrio a medianoche con
Ella Fitzgerald al otro extremo de la vida.
Me mostró a Robert Johnson
mientras se ríe del diablo y su pacto a medias
y ve a Buddy Guy destruir la puerta de su casa
para construir su primera guitarra.
Creí en ella porque
en estos días de duendes y mortajas
es cuando aprendí a deshojar
el llanto de los ancianos.
Creo en tu risa
porque sigo esperando
en ella,
a pesar de este invierno
tan solitario sin vos.
Hablando de los faros
Son retazos de luz
en una noche de diciembre,
hojas de un árbol
plantado a la orilla del odio.
Señales de una noche
que a lo largo distingue la falsa panacea.
Humor de la sal.
Torre de escamas que se esconde sobre las olas
y espera a que un viejo pesquero
inunde su vientre alargado
cuando el alba despierta las gaviotas.
Poema con vista al mar
Desde esta brisa que nos llega tarde
observo las olas,
la sal y sus siete nombres,
el grito de los ancianos,
los niños que duermen bajo los caracoles,
el óxido del agua que baña las horas,
el día que se nos muere en los brazos,
el sol que nos mide la sombra
donde los pasos se entierran entre el amor
/y la desgracia.
Desde este quicio veo crecer las islas,
la lluvia que se detiene en la vida,
la playa y sus armaduras,
y todo aquello
que nos llevó a detener la sangre a la izquierda
/de nuestro pecho.
Presente
El mar es un llanto bordado de barcos
/en las orillas
y sal en la cresta de las olas.
Su tránsito al otro lado del aire
asemeja una caravana de brazos dentados
que danza dudosa de su marea.
La brisa emerge
como un felino a medianoche que afila su mirada
en los bordes de un bosque;
mide sus pasos,
se ahoga en las nubes,
repite los días.
La distancia es un trueque
donde recibo la vida a bocanadas
a cambio de un poema
que parece tan cierto y distante,
pero que alimenta la marea cuando
/la tarde se ha ido.
Horizonte desnudo
Llegó la tarde, trajo la sangre
iluminada
Jaime Fontana
Basta ver los piélagos de la tarde estacionados
sobre los ojos de los cangrejos.
Parecen barcos amaestrados
que detienen el agua en sus manos.
Hacia a ellos se dirige
un viento nutrido de alcatraces
que visten la distancia con la soledad de sus alas.
Desde este espacio
veo la historia de los veleros
/que sacrifican la brisa
para descansar
bajo el aliento de los hombres.