DESAMPARADOS
I
Son estas calles prohibidas
las que recorrí dormido alguna vez,
de norte a sur,
las que aguardaron los secretos
de mi infancia, los juguetes rotos,
los libros de más y mil retratos.
Todo se ha perdido.
Aquí donde estamos ahora,
(estatuas de cal bajo la lluvia),
alguna vez surgieron otros huesos,
otras palabras con mayor sentido
y se izaron campanadas
/en señal de libertad.
Alguien habló de tiempo.
Mañana existirá otro pueblo.
Mañana nos sentaremos
/a beber del pasado
sin tanta desidia taladrando
/nuestras sienes.
II
Pero yo no hablo de esperanzas,
pues la poesía nada sabe
de esa luz que se desvive
por no apagarse en nuestro aliento
y que se aferra con las uñas
a un horizonte nuevo, tan lejano.
La poesía solo sabe del dolor,
de ese barrio que nunca descansa
pues no puede cerrar sus ojos
un segundo, sin presentir
/la bala saliendo de la boca
como una boa entre los árboles,
el cuerpo tendido de un estudiante
/sobre el asfalto,
el policía
/lavándose la sangre en casa ajena
repitiendo de memoria sus excusas,
mientras el ruido de las sirenas
rompe el silencio en azulejos.
La poesía solo sabe del dolor
cuando el escalofrío
/se apropia del oxígeno
y no se puede mirar al cielo
sin sentir el calor amargo
/de esa daga
perforando el esternón
o la amenaza de ser arrebatado del mundo
por el mundo,
o el desequilibrio
que supone ser humano
a mitad de un destino sin memoria.
Y no tenemos manos enormes
para arrancar las fronteras, una a una.
Y no tenemos mejor forma de gritar.
Y no tenemos más armas
que el simple acto de escribir
/hasta la sangre
lo que nos asfixia,
lo que nos ofrecen y nos quitan,
lo que nos obliga a desconfiar del vecino
con tanta rabia y necedad.
III
Son estas calles prohibidas
las que ahora regresan a nosotros
en forma de buitres o de sueños
y se abren para nosotros como avenidas,
sin que podamos caminarlas
con estos pies empapados de sangre.
NORTE SOBRE EL VACÍO
El extiende el norte sobre el vacío, y cuelga la tierra sobre la nada.
JOB 26:7
Aquí está Job, de nuevo,
/con los brazos abiertos
esperando la lluvia ácida
/del mes de agosto.
De llanto, han tejido tus años
una segunda piel sobre su cuerpo:
/caparazón de hambre y barro.
Aquí está Job
-ni mar ni monstruo marino-
tan solo un hombre pequeño y pobre
/que se posa sobre tu hombro
y el aire atraviesa sus llagas,
y no se inmuta la luz ante su imagen
/de perro inválido.
Has hecho tú una valla alrededor de él,
de su casa y de todo lo que tiene
¡Te lo arrebato para siempre!
Lo sostengo con ímpetu de fiera amenazada.
/Ahora sí:
Aquí está Job sobre mi palma, tembloroso.
Nadie puede lastimarlo ahora
ni siquiera el Verbo insolente,
/anudado a tus costillas,
ni siquiera la espada o el diluvio
/que inventarás más tarde
cuando la ciudad duerma su siesta
/junto al Leviatán.
Nada podrá tocarlo.
/Cerraré la mano si te acercas
y entonces será una isla mi puño
en la cual habitará el hombre pequeño
y amanecerá el día de la nada
porque la palabra día existirá
/en la memoria de mi pulso
como existirán manzanos y cavernas
y una gran playa sin turistas
/donde Job acampará la madrugada
esperando que yo nombre a su familia
y su familia brote entonces de mi aliento,
nazcan girasoles en las piedras de los ríos,
surjan nuevas bestias que invoquen la penumbra
y construyan por la tarde un camino de agua
que llegue hasta las caravanas de Temán.
¿Quién prepara para el cuervo su alimento,
cuando sus crías claman a Dios, y vagan sin comida?
¡Aquí, aquí! Querrás luego buscarlo
/para ungir sus pies con aceite
y decirle hijo, has vuelto a mi regazo agradecido,
pero nadie te dejará pasar de la puerta del jardín
aunque ofrezcas a Orión como regalo
o te rasgues las ropas a la orilla del León,
porque Job, tan pequeño, estará pescando
/en mi huella dactilar
con una nueva Tierra de Uz a sus espaldas.
Yo te mostraré, escúchame:
aunque lo llames, no responderá,
aunque te oiga, nadie atenderá tu llamado.
El ojo que lo vio, no lo verá más; sus ojos estarán sobre mí,
y yo no existiré. ¡No insistas! Deja que tiemble el mundo.
Aquí estarás para siempre, condenado a la lejanía de tu propia obra
Y aunque ni la muerte ni la culpa puedan tocar el borde de tu manto,
el silencio del hombre pequeño envenenará tu sangre.
Será su felicidad tu peor castigo; el infierno naciendo en tu cabeza
EL OLVIDO
Entonces qué dice uno
cuando pronuncia cama, sueño
o medianoche.
Al final
acaso uno no dice pesadilla y dice bosque
acaso uno no intenta revelar que
/falta algo entre las sábanas,
otra piel que, como diluvio,
/llene de patria cada grieta.
Qué dice uno cuando se deja absorber
/por la palabra miedo
con tanto orgullo en la garganta
sin darle importancia al resto de las cosas
ni al rastro infame del día
/que tropieza con la ventana
ni al anciano del parque pronunciando
llanamente nuestros nombres.
Acaso uno no dice hiel o fatiga
cuando dice que amar es fácil
y que el grito es nuestra causa predilecta.
Acaso no se dice Aquelarre
o faltan diez para los doce
o disparo a sangre fría
cuando se siente la rabia del mundo
acurrucarse bajo los huesos
y las palabras no dicen nada,
/aunque se esfuercen por hacer.
De qué me sirve decir que el tiempo
/es esta casa sin paredes,
cuando los años nos apresan con sus garras
y solo somos una dos tres siluetas
encarnadas en la vida.
O decir que tu lengua es una barca
encaminada hacia mi boca
si de igual manera estoy sin nada que decir
mirando al puerto
cuando gritas muerte o poema
y dices
o dijiste
-este instante es un milagro-
desde el otro lado de la calle
con tanto incendio en la mirada.
Qué puede uno decir después de todo
cuando el olvido nos reclama como suyos
y de igual manera nos encontramos
tan lejanos, en un charco de la suerte,
amándonos hasta el último asombro,
como dos niños descubriendo
/el flujo de los astros
y lo único que nos queda por decir
son estas palabras que no mienten
cuando afirman que somos
ese montón de hiedra seca esparcida
/en el sendero.
DECLARACIÓN DE RUTA
Como tortuga que retorna
me tambaleo,
me arrastro en línea recta
rumbo al vientre de los años.
No tengo alas que me pesen.
No tengo raíz sobre esta tierra.
Reafirmo lo que mi cuerpo clama,
la boca semiabierta
de esa mujer que me conoce,
reafirmo todos los libros transitados,
la ciudad que me persigue.
Como tortuga que retorna
me dispongo a la marea.
Tocado por el agua, me vinculo a la caricia:
soy un hijo nuevo que perdona
su conciencia solitaria, el absurdo.
La última ola llora sal sobre mi abdomen.
La ola siguiente bautiza mi pecho sin dudarlo.
Como tortuga que retorna
me abro el caparazón. Suspiro,
resguardo en mis pulmones el caos primigenio,
la razón del huracán que desahoga a Dios
en su colapso.
Tocado por el agua,
como tortuga que retorna,
me declaro en pie sobre este mundo.
Reconozco que esta voz
necesita del aire, como el fuego.
Reconozco que estos huesos
son tan solo un soplo de destino
sobre el barro.
ESTAS PALABRAS
Cuento, una por una,
estas sombras que toman mi rostro como casa
y mi lengua como puente.
Muerdo así el lápiz de su culpa.
Me sostengo a lo que ruge:
De mi interior surge un camino de lava
cuando pronuncio sus verdaderos nombres,
no con voz de nacimiento o de espíritu,
ni con estas manos temblorosas por la espera,
sino con lo que habita y respira
/dentro de la carne,
dentro del pecho,
dentro del vientre,
como la brisa violenta que acumula
/las hojas en el rincón
un diez de mayo,
o ese ritmo que impera,
sin luz, entre las filias y los gecos.
Ahí, debajo de todo lo no dicho
me dejo guiar por esta ruta:
Sombra a sombra, hilo a hilo,
dejo de hablar el idioma de mi padre.
¿Esta vez soy yo
el que se va; el que no ha sido?
Dejo de hablar el idioma de mi padre.
Y tras de mí
toda la historia del fuego toma forma,
sus leyendas
-cicatrices sin tiempo-
llanto eternizado en la piel
/de los guepardos;
un alarido que busca en mi boca,
algo verdadero, un río, un círculo,
algo que perdone el dolor del mundo
y rescate al paisaje fatigado
/ en la basura
o la inocencia de ese niño
sepultado bajo la calle.
Y entonces soy yo estas palabras
/que me nacen.
Estas palabras que crecen
/desesperadamente
y se repiten y se repiten
una vez atizada la hoguera.
Estas palabras tienen raíz profunda
en el bosque de las horas
y el marzo de unos labios
/que avanzan en penumbra
hasta toparse con la puerta y declarar:
Bienaventurados los que besan
porque de ellos es el reino de la noche.
Y no les basta.
Estas palabras tienen raíz profunda
en el bosque de las horas,
un hechizo de labios suplicante
y la memoria de esa madre que reclama
el secuestro de su hija.
Bienaventurados los que reclaman
porque ellos poseerán en herencia
el futuro y la verdad.
Y no les basta
porque prefieren lanzarse al látigo
a decir tan solo lo decible.
Por eso caminan
mientras hablan de amanecer
/cantando estas palabras
contra la inercia del cielo,
la pena y el hambre,
caminan, sin fronteras, contra el odio,
el miedo y contra el odio.
Por eso se agrupan estas palabras
/como avispas
y sobrevuelan todas las ciudades
/de la tierra
en busca de alguien que escuche
la madrugada;
la esperanza del aullido.
En busca de un lenguaje nuevo
que explique el corazón de la tristeza
o la razón de este país
/que no se reconoce
frente al espejo.
Dichosos los que escuchan
porque ellos serán llamados
hijos del poema.
Estas palabras que no pertenecen,
ni calzan en el mundo,
no saben caducar,
no se pudren ni se extinguen,
cuando abro sus jaulas como ahora
y las libero de mí mismo,
de este íntimo puño de madera
las libero,
para que ardan como lágrimas
bajo la llaga expuesta de la noche