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Poesía

 
EL PUENTE QUE NOS UNE

Dejé gladiolas rojas en el altar.
Patrón Santiago Apostól, su caballo está salpicado de lodo.
San Alejo, sus zapatos están gastados.
Acompáñanos y líbranos de todo mal.
Este puente es largo y destartalado.
Tablones podridos, clavos oxidados gimen a cada paso.
¿Quien construyó esto?
Hemos tenido que saltar sobre todo lo que se derrumbó.
No tengo otra opción.
No puedo parar y preguntar por qué?
No puedo descansar.
Hay gente delante y gente detrás.
El camino de regreso sería igual de largo.
Lo mejor es seguir.
Debemos llegar al otro lado.
Con cada paso mi sombra pierde color.
El agua oscura ofrece mi rostro y le digo:
Esta es mi única y singular vida.
Otros ya están presionando detrás de mí.
Y otros se han adelantado demasiado.
Cuando alguien se cae no puedo detenerme a ayudar.
Aunque algunos se parecen a papá, pero más jóvenes.
Mamá, pero mezclada con la cara de mi hija.
Un viejo amigo que murió hace mucho tiempo.
Patrón, ¿quién nos salvará?
¿Me convertiré en un pez si me caigo?
¿Me despertará de golpe?

(Relinquenda, Beacon Press, 2022) 

 

EL PUENTE QUE NOS UNE

I left red gladiolas on the altar.
Patrón Santiago Apostól, your horse is spattered with mud.
San Alejo, your shoes are worn.
Acompáñanos y líbranos de todo mal.
This bridge is long and rickety.
Rotten planks, rusted nails moan every step.
Who built this?
We’ve had to leap across all that collapsed.
I have no choice.
Can’t stop to ask why.
Can’t rest.
There are people in front of us and people behind us.
The way back would be just as long.
Best to keep going.
We must get to the other side.
Con cada paso mi sombra pierde color.
The dark water offers my face and I say to it:
This is my one and only life.
Already others are pressing up behind me.
And others have moved too far ahead.
When someone falls I cannot stop to help.
Even though some look like papá, but younger.
Mamá, but mixed with my daughter’s face.
An old friend who died long ago.
Patrón, who will save us?
Will I turn into a fish if I fall?
Will I be jolted awake?

(Relinquenda, Beacon Press, 2022)

 

INVASIVO

Anidan en el árbol de fuego frente a mi dormitorio de infancia;
los pavos reales lanzan su extraño sonido antes del amanecer: sollozo de bebé,
grito de mujer, un gato estrangulado. Mi padre tose; es una risa, un llanto,

un aviso que él todavía es de carne y hueso. Estamos esperándolo.
Todo el día, en el sillón reclinable de cuero, mi padre ve programas de cocina,
programas de espectáculos. Se dice que la muerte es salvaje.

Él es a la vez cazador y presa, un pájaro gris encorvado y un pez boquiabierto
lanzando vocales redondos a través del cristal: Voy, voy.
Las iguanas se escabullen entre la grama, un verde más verde, y mastican

aguacates caídos. Cada viaje encuentro mi padre más frágil, hay menos de él,
tan delgado como una carta que escribí y nunca envié: Queridos Madrísima y
Padremenos, nunca enviaré. Ahora paso las noches viendo películas de época

con mi madre y días cocinando comida que mi padre rechazará. Afuera,
las especies no nativas de Florida: el pavo real, iguana y pitón aprenden
a navegar nuestras vidas humanas, emboscan nuestros patios, anidan

en los árboles y comen semillas impropias a sus dietas. ¿Dónde encontrar hogar
u origen? Nuestro instinto debe ser no buscar consolación por esta pérdida.
Las iguanas merodean por la terraza y rasgan las zarandas con sus garras,

agitan las banderas rojas de sus barbillas arrugadas. Espero, no a las iguanas,
sino a la familia de pavos reales que visitan todas las tardes. El pollito marrón
gira el relojito de su ojo hacia mi palma llena de semillas. Los vecinos

se molestan porque he atraído a estos pavos reales, porque dejan cagadas
tamaño humano en el camino frente a su casa. Que molestia dicen,
les echaremos encima el perro. Demasiado real su asquerosa y ruidosa belleza.

Lo único que quiero es que los pavos reales coman de mi palma. Si fuera
tan fácil encontrar las palabras adecuadas, y entregarlas así, verlas ser tragadas,
y escuchar el cloqueo de la felicidad. Mi padre lee novelas policiacas

a la par de un vaso sudado y un nido de colillas de cigarrillos aplastados
con tanta fuerza contra los bordes del cenicero que parecen formas
arrodilladas pidiendo perdón. Él orina en el patio trasero y hacemos como

que no nos damos cuenta, que haga lo que quiera. Él es eterno
como la nativa cucaracha. Tememos cómo se detiene con propósito antes
de lanzarse en direcciones locas, volando hacia nosotros o escabulléndose

en una grieta. Alas de mariposa, alas de cucaracha, quién lloraría
su ausencia? Mi hermana atrapa iguanas en su patio, se comen
los brotes tiernos, campos enteros de clavellinas. Solean sus cuerpos espinosos

y cola de látigo sobre los adoquines toda la mañana. En los Everglades,
todo el año es temporada de caza para los pitones. Mascotas abandonadas,
una vez cálidas bajo una bombilla y alimentadas a mano ratones rosados,

ahora salvajes y apareándose para dar a luz hasta 100 crías que nadie quiere.
Pero una criatura con colmillos, arrinconada, venenosa o no, atacará.
Tenemos que dejarlos estar, dice mi madre. Una persona moribunda

necesita un momento a solas; él no puede soltarse de este mundo si le estas
sosteniendo la mano. Me imagino leerle Rumi a mi padre porque su oído
será lo último en desaparecer, la ventana abierta y una brisa meciendo

la cortina, la luna con su corona de plumas. Pero puede ocurrir en cualquier momento, cuando me levante a orinar, o cuando salga a ver si las nubes
han levantado sus faltas y ahí es cuando él morirá. En ése momento,

cuando los demás están dormidos, en ese espacio entre respiraciones
tomará el aire en un aleteo, se deslizará bajo la superficie
oscura de ese mundo desconocido, sin dejar rastro, ni una onda.

(Relinquenda, Beacon Press, 2022)

INVASIVE

They nest in the poinciana tree outside my childhood bedroom;
the peacocks call out their strange noise before dawn: a child’s wail,
a woman’s shriek, a strangled cat. My father coughs, a laugh, a cry,

an alarm he is still flesh & blood. We are here to wait it out.
All day, in the leather recliner, my father watches cooking programs
& game shows. Death is wild, we are told. He is both hunter & prey,

a stooped grey bird & a gape-mouthed fish in a tank rounding
out vowels through the glass: Gone, Gone. Iguanas slink through the grass,
a greener green in the backyard, & they chew on fallen avocados.

Each visit my father is frailer, less of him, thin as a letter I once wrote
& never mailed, Dear Motherest & Fatherleast, will never mail.
Now I spend nights watching period-piece movies with my mother

& days cooking food my father will turn away. Outside, these Florida non-native
species: peafowl, iguana, & python learn to navigate our human lives,
lurking in backyards, roosting in trees, eating seeds unsuited for them.

Where is home or origin? Not wanting to be consoled for such a loss,
that should be our instinct. Iguanas prowl the porch & rip the screens
with their talons, wag the red flags of their wrinkled chins.

I wait, not for them, but for the peacock family that visits every afternoon.
The brown peachick turns his clock eye to my palm-full of seeds.
The neighbors annoyed that I’ve lured the peacocks, by the human-sized

shits on their driveways. A nuisance, they say, we’ll sic our dog on them.
Too real, their foul & loud beauty. And all I want is for the peacocks
to eat from my palm. If it were that easy to find the right words, to hand them

over, watch them be swallowed, & hear the cluck of happiness.
My father reads detective novels with his sweating glass
& nest of cigarette butts stubbed so hard into the edges of the ashtray,

the shapes fold over as if begging for forgiveness. He pees in the backyard
& we pretend not to notice, let him do what he wants. He is eternal
as the native palmetto bug. We fear how it pauses knowingly

before it skitters in wild directions, flying towards us or flattening
into any crevice. Wings of butterfly, wings of roach, who would mourn
their absence? My sister traps iguanas in the backyard; they eat

the tender shoots, entire flowerbeds of impatiens. Their spiny bodies
whiptail over the paving stones, sun their bellies all morning long.
In the Everglades, it’s open season year-round for pythons. Abandoned pets,

hand-fed pink mice & warm beneath a bulb, now wild & mating,
birthing up to 100 hatchlings no one wants. But a fanged creature,
backed into a corner, poisonous or not, will lash out. We need

to let them be, my mother says. A dying person needs a moment alone;
he can’t let go when you’re holding his hand. I imagine reading Rumi
to my father because his ears will be the last to go, the window open

& a breeze lifting the curtain, outside the moon in its feathered crown.
But I also know I could step out for just one moment, to pee,
or to see if the clouds have parted their skirts & that is when

he will die. In that moment, when the others are asleep, & in that space
between breaths he will take to the air in a wing-flap, slink beneath
the dark surface of that unknown world without even a ripple.

(Relinquenda, Beacon Press, 2022)

LA VIRGEN
-Basado en la obra La Virgen de Guadalupe Defendiendo los Derechos de los Xicanos and Libertad, 1975 de Ester Hernández

No sos la Venus posada en una concha, no le rezás a las estampas
religiosas en tu mesa de noche, vos sos la niña
que una vez se subió a los más alto de un cerezo buscando la fruta más madura
y te pintaste
los labios con su jugo; ¿te recordás
la historia que contabas del granero rojo?, el paisaje lo vuelve
a escribir—¿por qué cortabas solo lo suficiente para llenar tus bolsas?
Los frutos más maduros se estallaban entre tus dedos.

Guadalupe apareció en la boca de una cueva, la cara
rocosa de la montaña manchada por lágrimas de hierro,
los años en los arcos de un tronco aserrado a donde te apoyaste
a recordar cómo te enseño a rezar tu abuela, a tenerle miedo
al hongo que crecería entre tus piernas si olvidabas lavarte.

Cada día es el Día de los Muertos, con su tufo de flores de caléndula,
aquí no hay rosas color sangre, no hay frutas de hueso para esta virgen, que no
es virgen
pero de su cuerpo nace una aura espinada,
los anchos tallos de cera encendidos
conmemorando el natalicio de su hijo, el del ceño fruncido,
al que le nacen cuernos en el lomo, un yugo
para llevarte en alas de papalota,
alas de papel periódico y tinta borrosa.

La tuya no es la primera estrella, ni la última estrella,
es la capa de la campeona pugilista Nixtamalero
y estás descalza, te vistes sin delantal, blanca como una garza,
el lazo negro entra por abajo, cruza por arriba, el comienzo de una trenza
amarrada en tu cintura, tu cabello suelto
es una garra en tu hombro.

La garza lamentó ah ah, voló cerca de la veta aguamarina,
se posó inmóvil
frente la primera patada del niño, no se dejó engañar por una finta
y solo despegó cuando el niño corrió
hacia ella, la distancia acortándose.
Tenés que mirar más allá del primer impulso, negarlo, dejarlo pasar, aunque
ellos sigan tocando la puerta, no contestés. Dales una gran sonrisa, la
que te piden para la foto, tus dientes pelados; ahora suaviza tus labios a
un ángulo más sincero, sí, allí esta, sí, sí, allí.

Olvidáte de todo lo que te enseñaron
porque si en la esquina más oscura del mercado,
allí, detrás de los gallardetes de carne colgada en ganchos, el zozobro de alas
de mosca en tus parpados,
el pescado al sol duro como sandalias de cuero,
por allí, si los ojos de púa de un hombre se aferran a tu piel,
y si él se aproxima por detrás, te jala
a su cuerno de toro,
esa espina roja,
sus brazos y piernas como injertos de durazno, ciruela, cereza,
semillas que nunca fueron tuyas,
no vas a pensar en la medallita de oro que guardás en tu brassier a la par de un
rollo de dólares americanos,
no vas a pensar en la navaja que escondés en el tacón derecho,
ni mucho menos buscarás la bolsita abotonada a donde reside tu grito,
no vas a rezar,
vas a darle un codazo en el pómulo, un gancho a la nariz, un rodillazo a los
huevos, vas a hacer pozol los dientes, estallar las cuencas de los ojos,
vas a coronarlo con estrellitas y puteadas.
No vas a rezar.

Pues si, después de todo, que altares podés adorar? Las candelas derritiéndose,
la olla de frijoles hirviendo, las tortillas orilladas de ceniza; estás raspando
el plato vacío,
cada día es el Día de los Muertos, con su tufo de caléndula,
no hay frutos de hueso, no hay vírgenes
para cuidar las velas.
En el centro de la cuidad Guadalupe apareció, un árbol espinoso dio flor y no era
un relicario de fina seda y lentejuelas—
ésta floreo entre patadas y arañazos,
una florescencia de labios y uñas, fucsia y tornasol.

(Matria, Black Lawrence Press, 2017)

 

LA VIRGEN
 
After Esther Hernandez’s etching La Virgen de Guadalupe Defendiendo los Derechos de los Xicanos (1975)

No Venus on the half-shell, no holy
stamps to pray bedside, you, the girl
who once climbed a cherry tree to pick the darkest fruit, painted
her lips with the juices and if you remember
a story about a red barn, the landscape re-tells that story—
why was it you picked only enough fruit to fill your pockets?
The ripest burst between your fingers.

Guadalupe appeared at the mouth of the cave, the stone
face of the mountain tear-streaked with iron,
the life-rings of a sawed-off trunk where you leaned to remember—
how your grandmother showed to pray, to fear
the mushroom that would grow between your legs if you forgot to wash.

All days are Day of the Dead, the marigold stink,
no blood roses, no stone fruit grows for this virgin, not a virgin
but from her body glows a thorned aura,
thick candle-wax stalks, lit
at the birth of her child, his furrowed brow,
his bullhorned lomo, a yugo
to carry them on moth wings
of torn newsprint and bleeding ink.
Not the first star, last star,
hers is Nixtamalero’s prizefighter cloak
and she is barefoot, unaproned and egret white,
black loop, over under, the beginning of a braid
knotted at her waist, loose strands of hair
claw at her shoulder.

The egret called out ah ah, flew close to the turquoise seam,
it stood still
at the child’s first kick, wasn’t fooled by a feint
and only took off when the child ran
towards it, the distance shortening.

Look beyond the first impulse, deny it, let it pass, though they keep knocking do not answer the door, like the photograph you say cheese to, the hinged smiles moving to more sincere angles, hold it hold it hold it.

Unlearn everything taught to you
and so if in the darkest corner of the mercado,
beyond the hooks of garlanded meat, the hum of flies’ wings on your eyelids,
sun-dried fish stiff as leather sandals,
a man’s thorn-eyes graft onto your skin,
comes up from behind, pulls you
to his bull’s horntip
red spike verga,
his arms and legs the grafted branches of peach, plum, apricot and cherry,
seeds never yours
you don’t think of your amulet-pinned bra lined with American dollars,
the razor secreted in your right shoe heel,
the buttoned pocket where your scream resides,
you do not pray,
you elbow the cheek, uppercut the nose, knee his huevos, crumble the teeth, cave-in eyesockets, cloak him in stars and curses.
You do not pray.

After all, what altars can you keep? Candles burning, the roiling pot of frijoles, the ash-rimmed tortillas, scrape of the empty plate,
all are Days of the Dead, the marigold stink,
no stone fruits, no virgins
to light candles.
In the city center, Guadalupe appeared, a thorn tree bloomed, no sequined and lacquered relicario of silk-floss—
kicking and scratching it bloomed
all lips and fingernails, fuchsia and tornasol.

(Matria, Black Lawrence Press, 2017)

 
ENTRE MAREAS

–El Jaguey, La Unión, El Salvador

Nos asomamos al final del malecón y a la vuelta se extiende un campo rocoso. Lanzas, navajas y cuchillas. ¿Qué elegimos? ¿Escalar las peñas rocosas o entrar a la marea creciente? Busco a ver si nos viene siguiendo el guardaespaldas, y allí esta, a lo lejos queriéndose disimular, él siempre obvio para nosotros, vivencias de los 80’s que aún cargamos—así como los muros de las casas donde nos enjaulamos, tal como el poema de Forché, vidrios de botelllas quebradas incrustados en los muros / para rebanarle las rotulas a un hombre o hacer encajes de sus manos. Me balanceo en la punta de una roca, mis zapatillas de hule haciéndome ver aun más gringa mientras decidimos que hacer—¿seguimos o nos regresamos? A esta parte de la playa en vez de casas de fin de semana son casas destroyer, con ventanas y puertas de ojos gachos, dientes quebrados.
*
* *
Allí en la cima se posiciona un hombre con botas de combate, un gorro de explorador. Como es la época de las garzas, ¿será que él viene a estudiar aves? Pero sus binoculares no se enfocan en los pelícanos en formación, ni en las tijeretas flotando como almas en pena. Aquí en el Golfo de Fonseca, portal a tres países, las lanchas pesqueras y los traficantes de droga usan el mismo atuendo, bolsas de cocaína cosidas dentro de las panzas de curvina y mero.
Sus binoculares se enfilan al horizonte donde las lanchas entran acuchillando el mar, cortando las olas blancas.
*
* *
Vivimos en el torcido corredor entre las Américas. Un lugar inhabitable, valle de las hamacas, asaltado por erupciones volcánicas, terremotos, ríos desbordados, deslaves, huracanes que se comen a gran mordidas las costas. Solo los más desesperados, los que vienen huyendo habitan estas tierras, tierras no deseadas, los Maya establecían

sus grandes ciudades en tierras más seguras, donde había posibilidad de continuar, de permanecer. Estas eran tierras de tránsito, rutas comerciales.

*
* *
En las pozas, las señoras almejeras se agachan en el agua hasta las caderas, una mano abrazando la parte superior de la roca y el otro brazo hundido hasta el hombro, su mano cangrejeando por la base para arrancar las almejas de sus lechos. ¿Cómo se las comen? ¿Las preparan en sopa o con arroz? Ella me voltea a ver, sus ojos verdes bajo la solapa de su cachucha, como las que usaban los soldados de Desert Storm, camuflageada y con una cortina para no quemarse la nuca. Sus hijos, juegan en las pozas, sus calzoncillos mojados escurriendo chorros de agua sobre sus piernas delgadas. Un perro patrulla la arena caliente, ladrándole a los cangrejos y correteando una mancha de peces plateados de una punta de la poza a la otra. Ella sonríe, Así hacemos nuestras vidas, amor.
Y su hijo, el más chiquito de todos, desnudo y agarrado de su falda, saca una almeja gordita y la estrella contra la piedra, y se la chupa, cruda, para enseñarme cómo.

*
* *
¡Plas! y shh, ¡plas! y shh sus sandalias en la arena—
balancean en sus cabezas la cosecha de la mañana,
las almejas dan vueltas como topos en el guacal,
shh y ¡plas! shh y ¡plas!
*
* *
Nos han dicho que el ceviche del restaurantito de La Muela lo hacen bien rico, así al estilo Salvadoreño curtido de limón, chile y salsa negrita. Somos los únicos clientes. La cocinera limpia sus manos en el delantal y se acerca a nuestra mesa, sus brazos moteados con escamas tornasol. Mientras tomamos cervezas frías ella nos cuenta de la mujer de ojos verdes, No se le cree… era puchitera. Los narcos de Las Tunas se dieron cuenta que ella les huevió su cargamento. La agarraron de las mechas y le arrancaron hasta el pellejo. Después se hizo evangélica y adopto a todos esos bichos. Ahora solo allí pasa, tranquila, almejeando. En la pared cuelgan unos trofeos, el caparazón de una tortuga lleno de rasguños profundos, la jaula vacía del tórax de un delfín.
En la distancia, después de la veta ultramarina, las banderas de las boyas aletean, rojo, blanco, rojo, blanco.
*
* *
Caracoles intactos, hogares abandonados, casas vacías. Arrancados de sus tierras, los Salvadoreños cruzan desiertos y ríos. Los que se fueron y lograron escapar este hueco. ¿Los que sobrevivieron al sol y las sombras de zopilotes lograrán ver la nueva luna? Cada paso escabulle el agarre del mar—estas pozas, esta agua estancada.
*
* *
Caracoles blanqueados, huesos quebradizos olvidados por las olas. Los erizos se asoman por los riscos y los cuerpos de los cangrejos azules, un degradé de cielo y océano. Encuentro un caracol perfecto, depositado como si fuera un regalo a mis pies y yo feliz de encontrarlo vacío. Me lo puedo quedar. Las mujeres que se agachaban en las pozas, rodeando con sus manos el filo de las piedras para encontrar conchas vivas.
*
* *
Las semillas del manglar, necias por germinar, desenvainadas, rajadas y listas para aferrarse a cualquier esquina de tierra.
Las olas aplanan y se enciman, las primeras filas golpean, se apresuran a la costa.
Un perro, centinela de una roca, vigila un cardumen de peces, plata que se lanza, dispara, y rebota.
*
* *

Caracoles, cascos de burro, curiles,
ostión, abulón, almeja de arena,
el clic clac de conchas entre las manos,
cántico de una muerte perfecta.

Busco en las pozas lo que aún vive, lo que está atrapado en este tanque, este cofre derramado, este ataúd de cristal, y las pescadetas plateadas coletean de punta a punta.

(inédito, escrito en español)

4 textos de Alexandra Lytton Regalado …Vivimos en el torcido corredor entre las Américas…
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Alexandra Lytton Regalado

El Salvador(1972). Poeta, narradora, traductora y co-fundadora de Editorial Kalina, con sede en El Salvador. Es autora del poemario Relinquenda (Beacon Press, 2022), galardonado con el premio National Poetry Series de EEUU; la plaquette Piedra (La Chifurnia, El Salvador, 2022); y Matria (St. Lawrence Book Prize, Black Lawrence Press, 2017). Ha coeditado las antologías Teatro bajo mi piel (Kalina, 2014) y Puntos de fuga (Kalina, 2017), y es traductora de La Familia o el olvido (Elena Salamanca, Kalina, 2017) y Preguerra (Tania Pleitez, Kalina, 2017). Su obra ha sido publicada en antologías salvadoreñas y en diversas revistas literarias de EEUU. Es becaria de la organización de poetas Latinx Cantomundo y ganadora del premio de poesía Coniston. www.alexandralyttonregalado.com

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