Cuento / Salvaoreño
EL DÍA QUE ME QUIERAS

EL DÍA QUE ME QUIERAS
“Te van a matar Miguel” me dijo Claudia con la voz quebrada por la angustia, “si mataron a Víctor Jara no te van a matar a vos que sos un cualquiera”. Este reclamo entre la cólera y la desesperación, me lo hacía Claudia cada vez que sabía que había cantado o que iba a cantar. La música era mi felicidad, tanto era mi amor que dejaba sonar el teléfono para disfrutar del “Ring” en Fa menor y los fines de semana iba al puerto a competir con los tenores de los buques al desembarcar. Nunca fui profesional pero cantaba de Gardel y Sinatra hasta música popular. Conocí a Claudia en el 70 cuando era instructor de Química en la Universidad Nacional, todos en su familia eran militares y ella que era la niña de la casa, estudiaba tercer año de literatura. A la semana de conocernos le canté “El Día que me Quieras” y a la siguiente ya eramos novios, tuvimos un noviazgo de dos años y luego nos acompañamos, nos amábamos profundamente pero Dios no nos había bendecido con el regalo de un hijo. Entonces las cosas se fueron poniendo feas, fue aumentando la represión militar y cualquier expresión del espíritu era consentida como peligro. Era prohibido leer, escribir, pintar, cantar… desobedecer era sinónimo de muerte. Una amiga de medicina me invitó varias veces a una organización guerrillera, pero yo le decía que no era Mercedes Sosa ni Atahualpa. En los conciertos a los que me invitaban se escuchaban consignas populares y la gente me pedía canciones revolucionarias. Yo sabía que me le estaba jugando y Claudia se ponía cada vez más nerviosa. En una protesta por la intervención militar de la Universidad de Occidente del 25 de julio canté, y canté con ganas “El Sombrero Azul”, “La Masa” y otras canciones que enardecían a la multitud, cuando iba por la “Milonga del Fusilado” se escucharon disparos y terminó el concierto. Tres días después fue la masacre del 30 de julio. Mi amiga de medicina me decía que tenía que tomar una decisión. “Haceme caso Miguel no quieren que cantés ni de Pedro Infante” me decía Claudia entre lágrimas, yo le prometí que no cantaría más pero no podía contenerme. Finalmente Claudia se fue, me dejó una nota en el tocadiscos que decía: “te amo, tanto como vos amás a la música, no resisto la idea de que te pase algo, no lo soportaría, te dejo con tu gran amor y yo me alejo del mío”. La busqué por todas partes, su familia, sus compañeros, sus amigos, todos me dijeron que se había ido y temí lo peor. No pude cantar más, cada vez que entonaba una nota me venía el recuerdo de su partida. Empecé a beber, frecuentaba prostíbulos sin buscar un desahogo sexual si no un consuelo para mi corazón sin música y sin ella, era un pobre Diablo. Iba a una cantina en el barrio San Miguelito que tenía una Rockola y que cerraba hasta las tres de la mañana, una noche sonó el Tango “Nostalgia” después “Niebla de Riachuelo” y así fue sonando una tremenda colección de tangos mientras los borrachos llorábamos como era lo habitual, entonces sonó “El día que me quieras” en la imponente voz de Gardel, no pude más y rompiendo el nudo de la garganta la canté con el alma como cuando competía con los buques al desembarcar, las botellas vibraban con cada verso y después me contaron que se había escuchado hasta la Guardia Nacional. Al terminar mis compañeros de trago estaban paralizados y no dijeron una palabra, me percaté que habían tres guardias en la entrada de la cantina, el que estaba a cargo me miró fijamente y después de un tenso silencio me dijo con voz quebrada, “andate, andate”. Caminé hasta la puerta sin decir una palabra y luego corrí lo más fuerte que pude temiendo que me dispararan por la espalda, no pasó mucho tiempo para que los soldados tirotearan la cantina. En la tensión no reconocí el rostro de mi cuñado. Estuve exiliado algunos años en Nicaragua y me dediqué a realizar propaganda de izquierda, un día regresaba a Managua luego de un campamento en Masaya y la encontré en casa lavando los platos en una bella tarde de junio, en el reencuentro procreamos una niña y le pusimos el nombre de su madre. No volví a cantar para demostrarle a Claudia que la amaba y que no estaba dispuesto a perderla, por años disfrutamos de un hermoso silencio, sin embargo cuando me quedo solo, para ver completa mi felicidad, a veces tarareo “El día que me quieras”.
1-7-16
JESÚS MARTÍNEZ
Doctor en Medicina por la Universidad de El Salvador, Especialista en Psiquiatría y Salud Mental por el ISSS Máster en Clínica Psicoanalítica por la Universidad de León, España, Psicoanalista del Centro Psicoanalítico de Madrid, España. Pertenece a la Asociación Salvadoreña de Psiquiatría filial de la Asociación Mundial de Psiquiatría y al Centro Psicoanalítico de Madrid. A nivel literario, escribe cuento y poesía, formó parte del Círculo de la Rosa Negra y del colectivo literario Delira Cigarra, ha aparecido en varias antologías poéticas y revistas y participado en recitales y festivales de poesía, obtuvo el premio Letras Nuevas en 2009 promovido por la Prensa Gráfica y CONCULTURA y el I Concurso Literario de cuento “Puesisesque” 2015, promovido por la Secretaria de Cultura de la Presidencia. Es Miembro de la Asociación Salvadoreña de Médicos Escritores “Dr. Alberto Rivas Bonilla” filial del Colegio Médico de El Salvador”.
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