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Solanas

Solanas Un texto de Diego Quintero

Solanas

And death
eats angels, I guess, because I haven’t seen an angel
fly through this valley ever.

Natalie Diaz


—Somos iguales a nuestros padres en la especie, en la mandíbula, en todos los rituales. «Son tal para cual» diría esa presa demasiado en común al vernos, porque el ADN es una cadena incapaz de romperse. Lo demás resulta una mano echada al viento, lo demás resulta los incisivos de un cachorro quien apenas juguetea con sus pares, un destello blanco en el aire.
—¿Por qué no la madre?
—¿La madre?
—¿Por qué no asemejarse a la madre?
—Tenemos algo de ella pero nuestra animalidad también nos fuerza a sacrificarla al instinto, es la naturaleza misma del problema: el ataque contra todos los flancos, el líquido que fluye sin oposición.
—Muchos acusarían este argumento de salida fácil a un problema relacionado al aprendizaje.
—Hace mucho tiempo nos inventamos muros para mantener a raya los lobos sin prestarle la atención necesaria junto a quien nos encerrábamos. La civilización al final de cuentas siempre tuvo un motivo relacionado a la biología y la biología como tal nunca es inocente.
—Me parece que peca de radical al no considerar otras vías.
—Mi manera es la única manera.
—Falso, yo mismo presencié una solución diferente, una más ecuánime a nuestros tiempos, una con menos daños colaterales. Puede llamarle futuro, lo inevitable si así le place.
—Tanta imbecilidad, hermano, la esperanza contemporánea lo ciega. Es una locura compartida por todos, debo admitir, una nacida de la falsa seguridad de vivir en una realidad tan debilitante.
—Ahora es débil plantearse una diferencia. Vaya pendejada.
—Dicha diferencia es imposible por la razón que ya mencione, es parte de nuestro ser, es intrínseco a él. Sabe cierto lo que digo.
»Al final, importa el facto y solo el facto.
»Llevamos décadas, siglos, milenios por no decir desde el principio mismo del homínido clamando por un final, solo es cuestión de llevar ese clamor hasta sus últimas consecuencias. No tengamos miedo de ser consecuentes con nosotros mismos. Una vez desaparezcamos vendrá una calma que lo justifique todo. Ella lo agradecerá. Sé cuánto ella lo agradecerá.
—¿Acaso habla por experiencia propia?
—Eso carece de importancia. Solo tenga la certeza de que no merezco la compañía de nadie fuera de la tumba y ni siquiera una con epitafio.
—¿Dónde nace tanta agresividad en ese corazón tan insospechado, ese corazoncito tan insospechado?
—Nace de cuando las células apenas sabían escoger el camino
»Nace de Él.
»Nace de una laceración heredada mediante alelos.
—Dice no ser un cobarde pero se justifica mediante la genética como si fuese la gran teoría. Usted quien por oficio le dedica tanto tiempo a hacer recuentro de palabras hermosas, palabras como: Jaguar, ocelote, hombre desnudo. No se atreve a decir: «mi plexo es una espina».
—Lo digo, lo digo tres veces, lo digo hasta espesar la sangre. Pero no es el punto, ni siquiera es el punto. Al final de cuentas el arrepentimiento es una ficción más de la mitología cristiana, un placebo si acaso. Tanto como el convertir carne en espíritu. Aquí compete ser racionales, compete construir un lugar donde nadie pueda negar el filo de los dientes.
—Cobarde. Dígalo.
—Escúcheme, a ver si aprende algo. Le voy a contar aquello a lo cual apela, una parábola anclada en esta generación pero valida desde el primer homínido. Supongamos un tipo, uno además joven, uno en sus tempranos veinte, recién salido de la secundaria. Un tipo delgaducho, estirado, ni blanco ni afrodescendiente, más bien cholito, un tipo latinoamericano como los hay millones. Este tipo no es ni atractivo ni es nefasto al ojo, simplemente es. Tampoco es inteligente, pero tiene los suficientes conocimientos en cultura general como para defenderse en una conversación. Un tipo a todas luces corriente. Por su juventud nunca ha tenido una relación seria, fuera del ocasional amorío sin importancia. Una vez ingresa la universidad le da como a muchos jóvenes, en tanto se vuelve pretensioso y exige para su vida ciertos parámetros de película semi-indie. A luz de tal ethos conoce a esta chica que bien podría entrar en el arquetipo de Manic Pixie Dream Girl, una chica con esa personalidad tan bien vista en los sueños mojados de los adolescentes. No sé, imagínenla escuchando música bajo la lluvia, pero en Lisboa o en las nubes. De preferencia en las nubes.
»El chico inicia una relación con esta chica porque no podía dejar pasar la oportunidad. Al principio se llevan bien, hacen actividades delirantes en la punta del abismo (corte, escena). Por ejemplo, la actividad favorita de ambos es pasear la perra de ella, una pequeña chihuahua de dos años, mientras conversan sobre la corriente filosófica de moda.
»Pasa el tiempo y él cae en cuenta de que ella es una persona. Lo comienza a notar. Hace cosas mundanas, como rascarse la panza, hablar sobre política, enfermarse, tener compromisos familiares, ext. Esto le molesta al chico, lo comienza a odiar, al final de cuentas una fantasía tiene fecha de caducidad. Entonces pelean. Gris, tormenta, cualquier imagen en esa línea semántica.
»Un día de tantos, precisamente mientras paseaban a la chihuahua, él pierde el control. Cierra el puño. Hace como le dicta las células y grita: «¡Escúcheme, a ver si aprende algo!». Luego patea a la perra contra el tráfico. La bestia muere bajo las llantas de un Sedan.
—¿Y ella?
—Siguen juntos. Perpetúan.
—Fuck.
—Mi plexo es una espina. Mi plexo es una espina. Mi plexo es una espina…

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Diego Quintero Martins

 Costa Rica ,( nació en Taskent, Uzbekistan, 1990) es autor de los poemarios Estación Baudelaire (Ediciones Espiral, 2015), Taskent soledad ultra (Ediciones Espiral, 2017) (Ediciones liliputienses, 2019). La plaqueta de cuentos de descarga gratuita Todos mis dientes el ojo (2020). Y La parte carnosa de una luciérnaga” que apareció publicado en la Editorial Costa Rica y ganó el premio Joven Creación.

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