Nathalie Cruz
Ara ambigua
Un ruido se escuchó en el callejón, él no volteó; habría sido probablemente un gato que hurgaba el basurero en busca de algún ratón para entretenerse, si se diera a la tarea sin duda lo hallaría, un pungente olor ácido revelaba que allí habría algo en avanzada descomposición.
Cruzó como siempre la estrecha callejuela, se decía que la lámpara del alumbrado público había sido rota por los muchachos que tarde a tarde se agrupaban a su alrededor, estos parecían preferir la íntima oscuridad. Él no sabía cuál era el tema que los reunía cada noche, lo podía imaginar, pero al igual que las demás personas del vecindario, prefería no meterse en líos, así que pasaba de lejos. Eran cinco o seis jóvenes fumando algo parecido a cigarros, solo que expelían un olor bastante diferente al tabaco.
Esa noche se le había hecho más tarde de lo común, ya ni siquiera aquella pandilla estaba agrupada ahí. Solo lamentó el hecho de que la lámpara ya no estuviese funcionando, porque eran las 2:00 a.m., había niebla y el callejón al frente se le hizo especialmente tenebroso.
Unos 25 minutos antes su teléfono celular se había descargado, evitándose con eso poder evadir sus pensamientos al escuchar a Kanye West:
“I need you right now
(More than ever, hour after hour, work)
I need you right now”
Siempre lo hacía, para evitar pensar en asesinatos, muertes nocturnas, crímenes a mano armada y los recientes sucesos de desapariciones. Personas comunes, no estrellas de cine coreano, ni políticos famosos, o cantantes neoyorkinos, solo personas, demasiado parecidas a él, se habían perdido sin rastro en noches cualesquiera.
Dio unos pasos hacia adelante: había llegado a la pared que estaba saturada de graffitis. Aquellas figuras le habían causado admiración de una manera especial, casi hipnotizante, pinturas de una calidad artística elevadísima justo a la salida de su casa, en la calle donde todo es mugroso, esas le parecían luminosas, hasta cierto punto refrescantes en el bullicio del tránsito, y el hedor de los camiones de basura que dejaban el rastro de un líquido amarillento por el asfalto.
Tragó grueso. La niebla se despejó delante de sí. Se detuvo, movió su cabeza por instinto hacia ambos lados, cerró los ojos y respiró aliviado, no había nada ahí. Su pecho se deshinchó al soltar una profunda exhalación.
De repente, una luz enceguecedora le hizo volver en sí, algo estaba pasando, sintió el suelo moverse, como en un temblor de 7.0, las paredes a los extremos del callejón tan inamovibles unos segundos atrás, ahora parecían derretirse. Un estruendo muy agudo, como el grito de un pájaro lo hizo colapsar en el suelo por el dolor, que sintió taladrando sus sienes. A penas pudo abrir sus ojos, aún dolientes por la intensidad, no daba crédito a lo aparecía frente a él. El callejón había explotado en luces color neón que parecían entrar y salir de la pared. Las figuras amorfas comenzaron a moverse, como en mares de formas variadas en vez de acrílico y cemento simulaban un océano vivo de criaturas mágicas. Eran los graffitis tomando vida, de todo tipo y forma, sacaron sus brazos, tentáculos, garras de la pared, y lo dragaron hacia el interior del muro. Mientras él gritaba de terror sin poder evitarlo.
*
Despertó en su habitación a la mañana siguiente. Un fuerte dolor de extremidades y cabeza lo recibió. No recordaba mucho más, creía no haber tomado licor. Sin embargo, estaba seguro de que no había sido un sueño, para comprobarlo tenía arañazos como de garras en sus brazos, y algunas en los costados, cerca de las costillas, uno en la ceja derecha. Lavó su cara, se peinó, hoy no tocaba rasurarse, se dirigió a la cocina y puso el coffee maker. Dio de comer a la lapa roja que ya comenzaba a hacer mucho ruido.
—¿Qué hay de nuevo, Circe? ¿Lista para el desayuno?
—¿Por qué me tienes encerrada?—preguntó la lapa muy indignada.
—Sabes que no es mi decisión, eres parte de un experimento muy importante para la ciencia.
—Me disgustan las jaulas, y lo sabes.
—No lo sabía, ¡hasta ahora vienes a decírmelo! Llevas conmigo casi tres meses ya.
—Esperaba que lo intuyeras. No, los humanos no hacen ese tipo de cosas, ¿verdad?—la hermosa lapa de plumas rojas, azules y amarillas, le dio la espalda al joven, quien ahora buscaba sus gafas de pasta negra para mirarla mejor.
—Circe, tus plumas están muy brillantes, déjame verte—la sacó de la jaula y pasó una mano sobre sus plumas. Tomó un asa y un portaobjetos, frotó la pintura contra la plaquilla de vidrio, cubriéndolo con un plastiquillo. Conectó el microscopio y revisó con el lente objetivo la sustancia, parecía pintura normal, lo llevaría a la universidad para estudiarlo mejor.
—¿Qué anduviste haciendo?—le preguntó al ave—. ¿Saliste de casa anoche?—ella seguía enfadada, se rehusó a contestarle, solo lo ignoró—. No quieres hablar, lo averiguaré por mí mismo.
Caminó los 400 metros del callejón y observó extrañado las imágenes, era como si éstas quisieran decirle algo. No logró precisar el qué, lo embargaron pensamientos de tareas pendientes, y el misterio de la lapa brillante, eso se le hacía muy extraño.
El autobús de la universidad giró en la esquina, él hizo la señal de parada, contó las monedas necesarias, subió los escalones.
—Buenos días—dijo sin entusiasmo al chofer del autobús, quien no se molestó en contestar.
Avanzó hasta la última fila, apoyó su cabeza en el respaldar del asiento y se durmió arrullado por el repique de los vidrios de las ventanas, el suave vaivén de las curvas de la carretera.
*
Se dirigió a los laboratorios de Química para buscar a Rocío, la muchacha española de intercambio que ahora cursaba un año en su misma universidad, ojos negros y cabello ondulado, el cual llevaba suelto, le llegaba a los hombros, eso le parecía sexy; además de su acento, claro, cómo estrechaba las sílabas chocando su lengua contra los dientes, o se quedaba en la brevedad de ciertas palabras o sus expresiones contundentes como “tío” y “joder”. Habían salido por cervezas unas dos veces, esto de hallar pintura era una excusa perfecta para ir a buscarla. La encontró enjabonando la cristalería, la parte aburrida de todos los laboratorios.
—Rocío, ¡acá estás!
—Eh, tío, ¿qué contáis?
—Todo tranquilo—se acercó a ella, la tomó por la cintura y colocó sus labios sobre su mejilla para besarla, aunque en realidad deseaba besarla en la boca, pero le pareció inapropiado, cualquiera podría entrar por la puerta y meter a ambos en un verdadero lío.
—Joder, mira todos estos tubos de ensayo, no acabaré nunca—renegó ella, mientras se quitaba los amarillos guantes de hule.
—Lo lamento, con gusto te ayudaría, pero debo regresar al laboratorio de Biología Molecular, tengo una electroforesis corriendo ahora mismo.
—Ya—dijo ella con pereza en la voz—. Entonces habla, qué hacéis acá si estáis tan ocupado. —él la miró con los ojos entrecerrados, le parecía tan seductor que ella fuese tan directa, distinta a las chicas de su país.
—Mira lo que encontré en las plumas de Circe, mi lapa roja.
—¿La pobre ave con la cual experimentáis? ¡Deberían arrestáros, es un ser vivo, silvestre además!
—Es en beneficio de la ciencia.
—No me vengáis con discursos prefabricados, joder, no soy una de tus patrocinadores.
—¿Me ayudas a analizar la sustancia?. Tengo 5 minutos para regresar.
—Vale, pero no prometo nada, mira todo el trabajo que tengo pendiente.
—Llámame cuando lo tengas listo—y la besó de nuevo en la mejilla solo que más despacio, poniendo su mano en la cintura; eso a ella le pareció sensual, dejando ver una sonrisa en la comisura izquierda de su boca.
—Vale, tío, vete ya. Joder, como si no tuviera tanto que hacer, venís a ponerme más trabajo.
*
—Es como un sueño—dijo Martín sentado en el viejo sillón hundido por traseros estudiantiles posados sobre el, en la oficina de Psicología.
—Lo que me contás no tiene sentido—replicó la psicóloga viendo por debajo de sus gafas cuadradas, quien vestía una falda recta negra, una blusa de flores pequeñas con vuelos en el cuello. Se veía especialmente guapa hoy, a pesar de sus casi 40.
—Sé que no es muy racional, pero no había ingerido ni una gota de alcohol, tomé mi medicamento como siempre, puntual, trabajé hasta tarde en el laboratorio, y cuando me di cuenta ya era la 1:00 a.m., sabés que debo terminar a tiempo mi investigación o no podré optar por la beca en Alemania, entonces tomé mis cosas apagué todo, me dirigí a la parada de autobús. Me dejó el autobús cerca de casa, avancé hasta el callejón, la niebla se despejó, yo me disponía a cruzar mis 400 metros plagados de graffitis. Sin saber cómo ni por qué, de las paredes salieron luces de los colores de las pinturas, se movían, como un mar embravecido. Las criaturas pintadas, alargaron sus manos hacia mí y me halaron. Recuerdo una luz muy intensa de colores que variaban, era como estar dentro de un caleidoscopio gigantesco. Todo es muy extraño—replicó Martín.
—Creo que estás muy estresado, tal vez el exceso de horas de trabajo o la presión por la beca, líos de chicas, tal vez. Mi consejo es que salgas a correr, o vayas a nadar, a tus clases de hip hop, te ayudará a manejar estas alucinaciones…
“Oye, Martín, eres brillante, pero conoces tu condición de salud, estás consciente de los efectos secundarios que pueden causar las pastillas si se mezclan con el alcohol u otras drogas. ¡No más drogas!
—Sí—se rindió él, aunque no había tomado ninguna droga en toda su vida.
*
Luego de ser llevado a atravesar la pared no recordaba nada. Al menos hasta ese momento, cuando iba por la segunda piscina, a su mente vino un destello. El susto lo hizo perder la firmeza de su core y por ende el ritmo de su brazada. No obstante, se dejó llevar por aquello que acudía a su mente, se concentró en eso, en el movimiento o esa situación similar a la apoxia que ofreció el agua, lograba detonar los recuerdos.
Por instinto siguió con el nado, llegaron a él imágenes de seres luminosos, los mismos de los graffitis, hechos de pinturas y trazos que parecían nobles, sublimes, humanos pero a un nivel superior. No recordó sus voces, era más una comunicación energética, entre los organismos de ellos interactuando con el suyo, sin necesidad de limitantes palabras.
De pronto los luminosos colores lo rodearon, lo envolvieron en un remolino; era como una danza entre él y la pintura, apasionada y a la vez sublime. Finalmente, recordó un sonido de alas que venían hacia él, estaba algo difusa la imagen, pero lo reconoció: era una lapa roja.
*
El celular le sonó, un mensaje de Rocío:
<Está tu análisis, tío.
>>Gracias, Chio (no era bueno para poner sobrenombres).
<Te costará unas cervezas.
>>No hay problema. Cuándo?
<Mañana.
>>Genial, te paso a buscar. A las 6:00 p.m.?
<Vale. – . –
*
A las 8:00 p.m. llegó a casa. Saludó a Ara macao, que estaba bastante molesta. Le abrió la jaula para contentarla, pero eso no funcionó.
—Circe, tenemos que hablar.
—No lo deseo.
—¿Estuviste ahí anoche? ¿Viste lo que pasó? ¿Recuerdas a los graffitis tomar vida?
—No hablaré con vos. Me dejaste en esa odiosa jaula todo el día, y esas galletas están rancias. ¡Cómelas a ver si te apetecen!
—Esto es serio, si estuviste ahí, podrías confirmar que no estoy loco.
—Bueno, estás loco, eso lo puedo afirmar.
—¿Realmente no deseas ayudarme?
—¿Me ayudas vos a mí? Aplicándome esas inyecciones y tomando mi sangre para tus análisis.
—Circe, eres un ave única, no puedes regresar a la selva como tus otros parientes, sabes lo que pasaría.
—¿El exterminio de mi especie? Ya ustedes se me adelantaron hace unos 50 años atrás.
—Podrías guardar una cura importante para muchos seres humanos, lo sabes, incluido yo.
—¿Y por unos cuantos de ustedes debo sacrificar mi libertad? No me parece justo.
—Tienes razón, Circe. Mañana te llevaré a la selva y te dejaré libre—le dio la razón, porque desde hacía varios días él venía pensando lo mismo.
*
—Te ves mal, tío, ¿habéis dormido?—preguntó Rocío.
—Unas cuatro horas, lo normal.
—Pero hoy te véis peor que siempre.
—¿Qué encontraste?
—Al menos dejadme pedir mi cerveza. Mozo: dos cervezas y una pizza suprema—gritó la chica—. Es pintura que brilla en la oscuridad, de esa con la que pintan la piel en las fiestas fancies. También encontré ciertas partículas de origen orgánico, que no pude identificar—le entregó un sobre que contenía fotografías del microscopio a blanco y negro, aumentados en 100X.
—¿Qué? —Martín examinó detenidamente las imágenes, lo pensó unos instantes, girando de un lado al otro las fotografías para hacerlas encajar con algún modelo biológico; al cabo descubrió que conocía esa sustancia, era la misma que le estaba inyectando a Circe cada noche. Mintió—. Deberé investigar de qué se trata.
—Joder, eres un completo ratón de laboratorio—se burló ella, el mesero ya llegaba con la pizza y las cervezas. Él se repuso de su asombro, al ver el escote bajo la camisa holgada negra con tachuelas en las hombreras, muy al estilo roquero. Se olvidó de sustancias, y comenzó a contar, minuciosamente los lunares del cuello de la chica, serían unos cinco distribuidos de forma sugerente, que desembocaban caprichosamente en la zanja que formaban los pliegues de sus pequeños senos.
*
Otra noche se hizo de madrugada, la 1:00 a.m., pasar por ese lugar le daba cierto temor, debía reconocerlo. Esta vez no hubo niebla. Un batir de alas le sorprendió en el callejón, los colores en los graffitis volvieron a tomar vida y lo atrajeron hacia el interior de la pared.
—¿Quiénes son? ¿Qué quieren de mí?
—Deja en paz al animal —ordenó una voz de mujer.
—Libérala —exigió una voz ahora masculina.
—Deja en paz al animal.
—Libérala.
Esta vez pudo ver cómo era arrogado a través de la pared, para salir por el otro lado y quedar en medio del callejón, donde las criaturas de las pinturas seguían inmóviles en la pared. Él de cara al suelo.
*
—Circe, por favor, ¿qué está pasando?
—Esperaba que lo notaras por ti mismo, pero te lo contaré, ya no hay tiempo. Soy un espíritu del bosque, concretado a una forma animal. Cuando me atraparon en el bosque para experimentar conmigo, me encontraba en una misión: mantener a salvo el mundo del arte, las criaturas artísticas que embellecen al mundo. Los graffitis son puentes, fueron hechos para embellecer la gris ciudad, y mantener conectadas a las personas con la belleza superior que da sentido a la vida. ¿No sabes quién los hizo?, fueron ellos, los seres mágicos. Para oxigenar e iluminar los rincones.
“Las criaturas dieron conmigo, me buscaron hasta encontrarme, y han venido a liberarme. Esa droga me está dañándome mucho, pierdo mi poder y con ello se afecta el equilibrio natural y mágico.
—Se suponía que no debía de hacerte daño, se suponía que era para ayudarnos a sanar.
—Puedes medir tus intenciones pero no las de los demás, lo que me inyectas no es la molécula que has creado en tu laboratorio. Otros la han alterado, me estás debilitando y temo convertirme en un monstruo.
—¿Otros? Eso no puede ser.
—Sí, lo es. Si no me liberas la dosis será tan alta que ya no podré regresar jamás a ser quien soy. Eres un gran científico, Martín, pero eres muy ingenuo, lo que yo hago es mantener el equilibrio natural del universo, una balanza. Sin mí el mundo caería en un caos exterminador para todos, y eso es precisamente lo que desean mis enemigos.
“No es tu culpa. Te han utilizado. Llévame a la pared debo escapar ahora. Ya vienen. El único lugar seguro es el graffiti.
—Pero… ¡eso suena a una locura!
—¿Y que las lapas te hablen, no lo es?
—Cierto —rió el joven, mientras se rascaba la cabeza.
Puso la lapa de elegante plumaje rojo, azul y amarillo sobre su hombro, avanzó hacia las paredes repletas de dibujos de colores, lo hizo despacio para tomar al menos algún tiempo para despedirse. Aquella ave se había convertido en su amiga y lamentaba tener que dejarla.
*
Así que lento dio sus pasos, por las cuatro cuadras de pinturas que bordeaban su calle, apenas hubo llegado al frente, las luces comenzaron a moverse frente a sí, el portal estaba abierto. Le ofreció su mano al ave, la lapa le miró con sus ojos redondos y amarillos, en ellos ya no había enojo, sino una reposada pasividad sobre su pálido semblante.
Fue una despedida triste, como todas, una simple, sin palabras, sin buenos deseos por protocolo, era un adiós necesario rebosante de libertad. El ave abrió sus alas, sin más, voló a través de la pared hacia el mundo mágico y natural que se podía ver en movimiento simulando las explosiones de un sol, latiendo en la pared, o dentro de la pared, o en el lugar hacia adonde conducía como un portal esa pared que él podía ver desde la puerta de su casa.
*
Martín terminó su tesis, la llamó: “La neurociencia de las lapas rojas”, donde exponía la capacidad del cerebro de estas aves, no solo de entablar conversaciones o comprender comandos humanos, sino de responder a los vínculos afectivos durables y desarrollar relaciones basadas en la fidelidad. Él todo lo explicó con métodos, a cada párrafo de su tesis le colocó una referencia bibliográfica, mas él en su interior sabía que lo que él había vivido no se podía explicar por medio de alguna hipótesis.
Se sentía otro, ya no tomaba más sus medicamentos. Cuando a veces el estrés de la vida le hacía perder el equilibrio, le bastaba recordar aquella danza de pinturas brillantes en la oscuridad, donde una vez lo llevaron las criaturas de los graffitis. Abstraído por la intensidad de los colores: escuchaba un batir de alas familiares que se acerca hasta posarse sobre su hombro, en esos momentos se sentía en casa.
Nathalie Cruz Mora
(Aserrí, San José, Costa Rica, 1987). Ingeniería ambiental y gestora de proyectos. Ha participado del XV Festival Internacional de Poesía de Costa Rica (2016) y del Festival de Poesía de Aguacatán (2017). En 2019 Amargord Ediciones Centroamérica publica su primer libro CeEmeYeKa, una oda al color y la complejidad humana.
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