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mon cher mort

Roque Dalton

mon cher mort / Recordando A Roque Dalton …Oh Lucy, ¿por qué no me clasificas entre los insectos que amas? Todo es cuestión de atravesarme el cuello con un alfiler de mi tamaño y colgarme entre las crisálidas con un hermoso rotulito blanco: sábado…

Taberna
(Conversatorio) Praga, entre l966 y l967

Este poema está dedicado a quienes lo vieron crecer y desarrollarse:
Régis Debray y Elizabeth Burgos, Severio Tutino, Alicia Eguren, Aurelio
Alonso, José Manuel Fortuny y Hugo Azcuy.

 

Los antiguos poetas y los nuevos poetas
han envejecido mucho en el último año:
es que los crepúsculos son ahora aburridísimos
y las catástrofes, harina de otro costal.
Por las calles que aprendo de memoria
cuerpos innumerables hacen la eterna música de los pasos
—un sonido, he aquí, que jamás podrá reproducir la poesía—
Y todo, ¿para qué?
¡Para que su eco polvoso se aglomere
en este que fue patio de reyes!

No me vengan a hablar del misterio, desvelados,
amantes de ancianidad especial
a quienes el mundo parece deber pausas:
¿alguien resolvió el del ombligo?
No lo dice por ponerse grosero
ni yo trato de subrayar su gusto dudoso,
pero, en verdad, ¿alguien resolvió el misterio
de un agujero tan simpático?
Ruta del origen, mucho más importante
que las dobles políticas para sobrevivir,
¿carga de qué energía retenida
en su nudo al revés?


Ditirambo salivoso del asno, geometría
de medio pelo: casi sólo el olvido es fuente de perfección.
Y el sosiego, esa elegía de los peores modales.


Vale más una ronda de cerveza,
una elevada voz de nostalgia
clamando por la brisa del mar,
la mención recatada de las tetas de Lucy,
algún gesto salvaje
que borre cualquier erróneo respeto
en nuestro derredor.


¡Hurra! clamamos por una patria de infantes salutadores.
Un país suntuoso y puro como el vaso de leche
donde la colegiala mide su cutis deplorable:
ninguna complicación, profilaxis. de la conciencia, deber
sólo ante nuestra raza inocente.


Os digo que está loco: es de confiar.

Los astrólogos son unos farsantes.
Perdón: quería decir eso de los astrónomos.


Quedas temporalmente perdonado, santo-buey-mudo, cálmate.


En cualquier forma, los tiempos cambian,
ésa es una verdad concreta como el alpiste:
cuando yo era católico (antes de 1959) el sexo tenía mucha gracia
pero la manía del espíritu científico
me lo echó todo a perder.
No todos sus fiascos fueron preciosos accidentes
en el venerado gabinete de Química,
derrotas a mi talento ganadas por el solenoide,
embrollos por la función del músculo risorio de Santorini.

Por cierto que profetizo fragores de serio esteticismo:
antes del goulash suplicado
vendrán muchas palabras sonoras:
pámpano, iluminación de la oropéndola, etcétera


Insisto: no recuerdo un round mejor
que luego de los ejercicios espirituales,
hembras mejores que las que conseguíamos en la misa de las once.


Nací dentro del socialismo:
si a eso sumamos mis lecturas furtivas de Joyce.
Mi derecho a decirte lo siguiente resplandece:
repites
ideas demasiado viejas.
La salvación del alma, la heráldica:
es de gran elegancia bostezar.


Bueno: eso es otra cosa: el taxi es una gran institución,
sólo se diferencia del verano en el sol y otras hierbas:
yo personalmente le tengo mucho respeto,
no obstante ligeras diferencias.

Buenos padres de familia del mundo, ¡uníos!
no tenéis nada que perder, ¡sólo las ganas de no hacerlo!


Otro invento crucial es el temperamento:
lo prefiero a las tarjetas de visita
porque es noble como los cubitos de hielo de un club inglés, tanto
más placenteros cuando en la calle la tormenta amenaza.

Oh Lucy, ¿por qué no me clasificas
entre los insectos que amas?
Todo es cuestión de atravesarme el cuello
con un alfiler de mi tamaño
y colgarme entre las crisálidas
con un hermoso rotulito blanco: sábado.
El aire tibio entre tu ropa y la juventud
es el aceite que me he destinado, oh equivocado dolor,
pues en tus ojos surgen bocanadas de un humo invisible
cual si confesaras de pronto ser hija de una religión prohibida.
Peregrino eterno pero dejado de la sabiduría
persigo tu verdad, que es falsa y bella.

Los poetas comen mucho ángel en mal estado,
y si me alejo de ellos algún día alguien me dará la razón:
para mí Churchil, el gran chupa-humo del siglo,
una estrella del futbol como Pelé,
un pastor de almas,
una juez,
alguien que tenga su eje sin un rictus de tirabuzón.

Espigo en tu alma, amor mío, en mis sueños,
y la primavera no depende de que huya el invierno:
mi naturaleza cobarde persigue siempre una solución
y en la fecha señalada para asolear la sangre
cuidará de que anochezca nublado
y de que todos los cuchillos estén en el fondo del mar.

 

Tener un eje en la vi da es lo más importante del mundo,
la prueba está en que el mundo tiene también el suyo:
ah, que pobre gordito, ¡lo que le pasaría sin él!


¡Creí que se me había detenido el corazón!


Cartas ya leídas,
joyería dañosa de los bolsillos,
meadas del búho doctoral en los hongos de la borrachera,
¡fuera de aquí!


En las paredes, frescos de fechas olvidadas
son fanfarrias brillantes en loor a la cerveza,
moral irrompible la que nos atisba desde el fondo del polvo (repito)
como el dinero de los hombres en la casa del caracol.


Espulgo tu alma, amada mía, y de mis ensueños
surgen volátiles huevos de piojos
iguales a ínfimas pompas de jabón hechas con una aguja
hipodérmica.
Regio: creo
que be perdido el tren:
caen todas las puertas
y la noble visión de: tu lecho resplandece más y más.


La vi da moderna sólo tiene salida para los santos
sobre todo para los santos metidos a gigolós
que se anuncian con viles trompetas
mientras enhebran cuarenta y siete festejos de órdago (así se, forman los conjuntos musicales más cotizados:
cuestión de ubicuidad, elemental).


Cumple ahora con tu deber de conciencia
(sería igual decir: “tus obsesiones”),
di que pensar en el comunismo bajo la ducha es sano
—y, en el trópico al menos, refrescante—.
O sentencia con toda la barba de tu juventud:
si el Partido tuviera sentido del humor
te juro que desde mañana
me dedicaba a besar todos los ataúdes posibles
y a poner en su punto las coronas de espinas.

¡Pero eso es confundir el partido con André Breton!


Pero, ¿y la ternura?


¡Pero eso es confundir el partido con mi abuelita Eulalia!


De lo que se trata es de hacer más frecuentes
estos reconfortantes viajes hacia nosotros mismos,
construirnos los bosques balsámicos suficientemente fuertes
para diluir sin daño nuestro aliento funeral,
darle su chance de florecer al viejo hueso.


No busques otro camino, loco,
cuando ha pasado la época heroica en un país que hizo su
revolución,
la conducta revolucionaria
está cerca de este lindo cinismo
de bases tan exquisitas:
palabras, palabras, palabras.
Excluida toda posibilidad de terminar con las manos callosas,
claro está,
o el corazón calloso, o el cerebro.


Soy Orfeo. Y según las reglas del juego
no me queda otro camino que descender:
el futuro que nos hace sudar no es cosa nuestra,
es como la serpiente del encantador
cuando alguien habla de paz aprovechando el sol
mucho mejor que el resto del mundo,
entre los sacrosantos folklores de penthouse.
Garra humeante, lengua de púas,
ojo como una trampa,
aires de la devoración,
ruidos triunfales
¿qué color queda?
¿que color falta para cerrar
el vértigo de la monotonía?


Vale más otra ronda de cerveza,
una tranquila voz nostálgica
clamando por la prisa, a la par
que señale la lentitud en el baile de Lucy.


Oye: ¿por qué no te mueres, pero de verdad?
Oye: ¿por qué no hacemos un pacto de coraje,
pero de verdad, de verdad?


Nos uniforma el ceño hostil,
¡brutales muchachitos de ilustre dicción!

 


¡En cuba no será así!
¡En América Latina no podrá ser así!
En ninguna parte del mundo hay pumas
o da el sol sombra rosada
o flamea la cólera como una bandera verde,
por eso.


Todo podría ser tan sencillo
si no insistiera el hombre
en discutir su asunto con el bien y el mal:
clorato de potasio, ácido sulfúrico y gasolina:
lleno eres de gracia en tu frágil botella,
los señores caen contigo
(ya no se diga con las bazookas en la hora
de las bazookas),
bendito eres,
bendito será el fruto de tu llama:
porque el problema no es incendiar el mar.


Muy bien, pero aún queda el camino de Juan XXIV. (No exageres.)
No exagero: el coraje es la mitad de la vida.
La otra mitad es la táctica.


Aquí, en secreto, acuérdate:
cuando supiste de la secta oriental
cuyos miembros se cortan a sí mismos
el dedo meñique
no comprendiste que, como todos, ese reto era para nosotros:
no basta con decir que son unos imbéciles:
te juro que si tú te cortaras el dedo mejor que yo
sería tu lacayo por catorce años
y podrías hacer tuyos
mis mejores proverbios.


Séneca, ese masoquista español.


Los poetas son cobardes cuando no son idiotas,
no depende de mí.
Ahora todos ellos escriben novelas
porque ya nadie traga los sonetos,
escriben sobre la mariguana
y otros equívocos menos brumosos
porque ya nadie quiere saber nada del futuro.
Y qué maleables son:
si comenzáramos a cortarnos los dedos,
miles de narices poéticas
iban a quedarse sin su vieja caricia íntima.


No hablemos más de política.


Bien: las remolachas se pudren en el campo por falta de brazos.
Bien: pensemos en el suicidio con los sesos del sexo.
Bien: desde la punta del mejor tulipán la primavera nos contempla.
Bien: tu patria ideal sería un bosque de monumentos de mármol
amarillo.


La política se hace jugándose la vida
o no se habla de ella. Claro
que se puede hacerla sin jugarse
la vida,
pero uno suponía que sólo en el campo enemigo.
Al menos así debería ser:
si al comprar mi almanaque no hice mal negocio
estamos ahora en 1966.


Atención, coro vacuo, mi dedo índice sea
vuestra estrella de Belén:
“a un soldado que lucha en la frontera,
Catalina entregó su corazón…”

Ironizar sobre el socialismo
parece ser aquí un buen digestivo,
pero te juro que en mi país
primero hay que conseguirse la cena.

No hay duda: es un cobarde:
sólo el cinismo nos hará libres, repito,
citando ideas vuestras.

Esta conversación podría recogerse como un poema.


¿Para qué? ¿Crees que asustarías a alguien?


No. Las únicas personas que todavía se asustan
son los organizadores de los boy-scouts
y sólo con respecto a unas culebras centroamericanas
llamadas tepolcúas.
Yo lo decía porque
cualquier blasfemia
revela su elevado sentido moral
si le construyen una estética de respaldo.


Además está el problema de la sintaxis,
uno debe darse su puesto.


Aquí tienes a Sartre traído de los cabellos como un sedante:
“Nombrar las cosas es denunciarlas”.


El problema es qué ser:
el cáncer o el canceroso.


Lucy y nosotros dos en un baúl,
aún salvajemente trucidados
(mejor así precisamente, piénsolo).
Lucy se lo merece todo
y yo no le llegaría completo sin tu amistad.


Ya ves cómo la guerra no es el mayor de los desperdicios:
cuando te parte el vientre
la cuarta parte de una granada
¿deviene obligatorio amar al resto
que mató al más cercano de los enemigos?
Es decir, quería preguntar algo mejor que eso; creo
que estoy borracho ya.

Ah, centauro:
qué ventajas mantienes
al encontrarte cara a cara con el cazador solitario:
él dejó en casa el permiso para disparar
y tú eres tan sólo una leyenda
para hacer temblar de gozo a los niños bajo la luna.
Las papas subirán un doce por ciento,
la ropa subirá un ocho por ciento,
los tranvías subirán un veinte por ciento,
Neruda subirá un dieciocho por ciento.
Murmuraciones de rincón oscuro,
acusación desde la luz goyesca.
La soledad es la más refinada técnica del instinto.

Qué va, la soledad es cuando se termina
el barril de Amontillado.

La soledad es cuando uno vive en Tegucigalpa.

La soledad es cuando oyes cantar a los compañeros de horda.

La soledad es, pues, una mentira muy útil. He dicho.


Manchas de sangre en la bandera,
manchas de banderas en el cielo,
manchas de cielo en el ojo que después
tendrás que dragar con la punta del pañuelo.

Lucy: hueles a ciertas comidas fuertes de mi país,
lo digo en serio,
sin pensar en las implicaciones más burdas:
hay un momento en que el manjar te llama
y si no has tomado antes el vino justo
jura que te sabrá más amargo cuanto mejor esté.
Lucy: ¿es posible que no leyeras mi carta?
Escucha: no puede ser, pero es:
O honey Baby feelin’Mighty Low.
A que no bailas eso, Lucy,
exponiéndote a que los extasiados
te sacudan ese precioso culo a cintarazos.

Baba de Dios,
búfalo de agua, búfalo de tempestad:
el corazón tiene también sus triquiñuelas:
No es la mejor traer a cuentas la infancia
o suspirar por el cuervo
como el animal más lindo y libre de la creación.


Come, engulle tu papa
y di que se trata sólo del ochenta por ciento:
en Viet Nam llueve
y nadie alza el punto de vista de la higrometría.
En las cuevas cuídate de las serpientes, vaquerito,
o de las púas envenenadas:
no del cáncer de tu tío o el reumatismo de tu abuelo
o la jaqueca crónica de la que te parió.

Los pequeños demonios pálidos son los hermanos del poeta
que levantará odas felices a tu morir miserable.


¿Vale más otra ronda de cerveza?

Toda la literatura del siglo pasado es literatura infantil:
Dostoievsky es una especie de Walt Disney
que solamente contó con un espejo:
no lo puso en un camino
sino ante la boca abierta
de quienes recién vomitaron su alma.
Ahora sería coleccionista de sellos y de gatos
y en Viet Nam seguiría lloviendo
sobre las grandes piras de napalm.

¿Quiere eso decir: “en la medida que hagamos
literatura adulta
dejará de llover sobre las grandes pilas de napalm”,
o es que has caído en los vericuetos de la terrible línea china?

Ríete, ya recrudecerá el invierno.
Fríete, ya recrudecerá el infierno.

Yo resolví para siempre el problema de la eternidad,
los teólogos son unos tarados temibles:
la respuesta al problema de la eternidad
consiste en preguntar una vez más y una vez más:
¿y después?


Cada palabra es su contraria mortal
como Mandrake el mago en el mundo de lo espejos.

Oculta esas rodillas, Lucy.

No: yo no estoy con los chinos.
Meter la podadora en el jardín de las flores abiertas
no va conmigo.
Tampoco lo de que el enemigo público
número uno sea la erección
y que la paz sólo es magnífica en la cama.
Qué tontos son: el enemigo público número uno
no es el revisionismo o el señor Johnson,
el Kukluxklan, la carrera armamentista
o los torturadores de los gobiernos de América Latina:
el enemigo público número uno es el smog.

Pastora de panteras:
tu nombre saldrá a relucir.

 

¡Quita esa mano de encima!


As de oros; puedes quemar todas las otras cartas.


¿Me quieres obligar a decir que la literatura no sirve para nada?

Idiota: ¿es acaso una leyenda eso de que
las biblias forradas de acero detienen las balas 45?


¿Qué horas son? La noche tiene hoy un color descorazonador:
En el fondo somos gente muy conservadora:
hablamos de la revolución y nos enorgullece de inmediato
considerar que moriremos con toda seguridad.
La prudencia no te hará inmortal, camarada,
y se sabe que el suicidio sana al suicida…
Oh, Dios mío, Dios mío:
¿por qué no tomas por tu cuenta la Revolución Mundial?
Excepto los obispos polacos todo el mundo
te lo vería muy bien.


Voy a hacer algo que nadie puede hacer por mí: mear.

 

Cualquiera puede hacer de los libros del j oven Marx
un liviano puré de berenjenas,
lo difícil es conservarlos como son,
es decir,
como alarmantes hormigueros.

El sueño
no debería hacerme olvidar mis sueños:
caminar alegrísimo en la cuerda floja del Ecuador,.
volver a casa disfrazado de comerciante griego.

Claro, también el tabaco es un gran enemigo
y las tabletas ésas que ponen a gozar a las preñadas:
la edición cubana de Proust, esa violetita mustia,
no aporta nada a la cuestión del cáncer pulmonar
pero tampoco los preservativos han servido para nada mejor
que para los collages del pop-art.


No deberías ser fatuo:
cualquier pregunta clara te puede hacer caer:
di me los nombres de todos los estados del África, ese mercado
negro.

Parientes en el análisis salvaje,
¡oh cómo somos inderrotables:
si no fuera por el afán de concretar de todo prójimo!


¿Por qué no hablamos de los poetas cósmicos,
de la ecuación que Marco Polo representa,
del orden alfabético en Shanghai?


Lo único que sí puedo decirte es que
la única organización pura que
va quedando en el mundo de los hombres
es la guerrilla.
Todo lo demás muestra manchas de pudrición.
La iglesia católica comenzó a heder
cuando las catacumbas se abrieron a los turistas
y a las más pobres putas
hace más de diez siglos:
si Cristo entrara hoy al Vaticano
pediría de inmediato una máscara contra gases.
La Revolución Francesa siempre fue un queso roquefort.
El movimiento comunista internacional ha venido sopesando
la gran mierda de Stalin.


¿Qué te buscás? ¿Un soplamocos?


No es que quiera decir que los jóvenes
seamos los ángeles del decoro:
hemos aprendido rápido
y también somos unos buenos hijos de puta,
la diferencia es que tenemos estos ratos de ocio.


Hay que tener un poco de moral,
ni quien lo ponga en duda.
La moral es algo estupendo
cuando uno no tiene ganas de nada.


Saca tu clarín, muñeca,
anuncia al mundo tus propósitos purísimos
que entre otras cosas, me arruinarán la noche soñada.


—No, yo dije que más o menos,
lo que he pensado ahorita me tomaría una hora por decir.
Arte es lo que nos produce placer:
cuando Otelo estrangula a Desdémona
nos da placer, se da placer y da placer a Desdémona.
Además, los actores ganan un espléndido sueldo
y es fama que Shakespeare no sufrió mientras escribía la escena.


No, no: el arte es un lenguaje
(el realismo socialista quiso ser su esperanto:
cosas del mundo de Madame Trépat, Berthe Trépat).
Lo clásico es una dictadura imbécil:
tantos siglos para desembocar en el violín de Ingres
(la técnica, que nos ha regalado la adorable bomba atómica
no se quedó enredada con la escopeta de Ambrosio,
que aprenda el arte).
Lucy: eres de una frialdad a prueba de bombas.


Los comunistas deberíamos conocer de finanzas:
hacer proselitismo entre los millonarios
haría por lo menos que cada célula de barrio tuviera
piano, litografías de Dresden, aspiradora eléctrica.


Llegaron las langostas de La Habana, todo un barco.


Y ya que hablamos de eso, pregunto:
los días
de la totalidad, los siglos
del dulce hartazgo,
los milenios de la alegría obligatoria:
¿no son una suerte de obscena promesa
hecha por alguien que nos conoce el lado flaco?


Tener fe es la mejor audacia
y la audacia es bellísima.


Pero es que la humanidad es un concepto para onanistas
porque no hay héroes posibles
cuando la tempestad ocurre
en un oscuro mar de mierda.


La inmortalidad puede ser bien pequeña
mezquina puede ser.


Monos ciegos buscando con la boca
el flaco pecho de la vi da, somos.
Pedimos la leche de la conciencia
y sólo nos señalan su precio altísimo,
inalcanzable como el siniestro amor
entre hermanos.


No exageres.


No exagero. Siempre hubo la posibilidad de decir:
esto es maravilloso, óptimo, genial,
pero a mí no me gusta
(lo cual es maravilloso, óptimo, genial).


Eso es ver las cosas en el tiempo,
el problema es que para mí sólo la furia es la paz.


No quiero hacer el Ángel-Guardián-de-sobacos-sabios,
pero pasa que tienes el complejo más antiguo:
el del Glorioso
Trabajador de la Gran Pirámide.
Has puesto tu granito de arena
y quieres que te regalen la cerveza el resto de la vida,
exigiendo además una debida ceremonia.


En este instante alguien está muriendo por tu causa.


Vale más una ronda de cerveza
en esta época del caos de oro,
una temblante voz nostálgica
clamando por la misa del bar.


Lucy: tendríamos un gran porvenir:
mis emociones contigo están se-di-men-ta-das.


Percibir lo que está en el aire es el problema:
el genio es cuestión de fosas nasales para olfatear
en las bocacalles de la historia.


Engorde y no joda ma´s, doctor.


El poeta Gingsberg se acostó con catorce muchachos
una noche en Praga.


Ése no es un poeta maricón,
ése es un tragaespadas de feria
—con lo que siempre me gustó “Aullido”—.

Forasteros del mono, doráis
de sacrilegio las maromas de las monjas.


Bueno: no te falta más que hablar del budismo zen,
es la moda.


Correcto: el budismo zen es una experiencia magnífica,
siempre y cuando te lleve paulatinamente al terrorismo.


¡Oh, baja el dedo didáctico!

Pero eso es peor que el anarquismo,
hasta ahora caigo en la cuenta,
digo, eso que dijiste hace un rato de la guerrilla.
¿Guerrilla para qué clase de mundo?


Ah, extraviado:
así como la blasfemia es la ratificación de Dios,
el anarquismo es la ratificación de un orden que se muere
de risa.


Escoger entre los mundos posibles: he ahí el castigo divino.


Tengo miedo de dormir solo
con ese libro de Trotzky en la mesa de noche:
es terrible como una lámpara,
como un cubo de hielo
en el espíritu del anciano resfriado.


La marca de rebeldía resplandece en el trasero:
la problemática de la inocencia.
¿Es que somos algo más que niños?
¿Habría que rezar? ¿No crees?
El amor: cuestión de lubricantes.


Poner bombas en la noche de los imbéciles,
ocupación de out-siders, seguros dueños
del reino de los cielos.


Lucy, me has partido el corazón,
me has dejado para siempre la cara entre las manos.

 

¡Oh país en pañales!
¡Oh hijos del Hombre, uncidos a la noria,
sonrientes y sonrosados!
A penas alcanza el dinero
para la última ronda de cerveza…


Oh, Dios mío, Dios mío,
¿no podrías ser Tú quien pasara la noche con ella?

 

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Roque Dalton García 

(San Salvador, El Salvador, el  14 de mayo de 1935 – 10 de mayo de 1975). Era hijo del inmigrante estadounidense Winnall Dalton y de la enfermera salvadoreña María Josefa García. Estudió en el Colegio Externado de San José, de los jesuitas y en 1953 se trasladó a  Santiago de Chile para estudiar Derecho, aunque volvió a San Salvador a continuar sus estudios. En 1957, con otros estudiantes salvadoreños, visitó la URSS para participar en un festival internacional de jóvenes en el que conoció a Carlos Fonseca, fundador del FSLN, al poeta argentino Juan Gelman y al poeta turco Nazim Hikmet. Dalton tuvo una clara conciencia izquierdista y revolucionaria desde sus tiempos universitarios que los llevaron a ingresar en el Partido Comunista Salvadoreño a los veintidós años. Su actividad literaria corrió paralela a la militancia revolucionaria y el reconocimiento de su valía como escritor coincidió a su vez con las primeras encarcelaciones. Formó parte de la llamada Generación comprometida, que reflejó en la novela  Pobrecito poeta que era yo, publicada un año después de su muerte. Roque Dalton perteneció al Círculo Literario Universitario (1956), junto a Manlio Argueta, Roberto Armijo, José Roberto Cea, Álvaro Menéndez Leal y Tirso Canales. Fue encarcelado en 1960 y liberado en octubre de ese año, al ser derrocado el presidente José María Lemus, por lo que se exilió a México, Checoslovaquia y Cuba. Finalmente decidió volver clandestinamente a El Salvador para continuar la lucha pero fue asesinado por sus propios compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), la guerrilla a la cual pertenecía en ese momento, junto con el obrero Armando Arteaga, “Pancho”, bajo la acusación de ser agente de la Central de Inteligencia de EE. UU., en una casa del barrio de Santa Anita, en San Salvador y también fue acusado de trabajar para la inteligencia cubana, todas las acusaciones fueron desmentidas después. Entre 2005 y 2008 aparecieron los tres volúmenes de su Poesía completa, bajo el sello editorial de la estatal Dirección de Publicaciones de CONCULTURA, labor que fue dirigida por el ensayista salvadoreño Rafael Lara Martínez.

BIBLIOGRAFÍA

Poesía:

Dos puños por la tierra (1955 co-autor Otto René Castillo)
Vengo desde la URSS amaneciendo (1957)
Mía junto a los pájaros (1958)
La ventana en el rostro (1961)
El mar (1962)
El turno del ofendido (1962)
Los pequeños infiernos (1964)
Los testimonios (1964)
Los hongos (1973)
Taberna y otros lugares (1969)
El amor me cae más mal que la primavera (1973)
Un libro levemente odioso (1988)
Las historias prohibidas del pulgarcito (1974)
Un libro rojo para Lenín (1986)
Poemas clandestinos (1981)

Ensayo:

El Salvador (1963)
México (1964)
César Vallejo (1963)
¿Revolución en la revolución? y la crítica de derecha (1970)

Testimonio y Novela:
Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 (1972)
Pobrecito poeta que era yo… (1976)


 PREMIOS

Premio Centroamericano de Poesía

Premio Casa de las Américas
© Escritores.org. Contenido protegido. Más información: https://www.escritores.org/recursos-para-escritores/19593-copias

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