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Mis queridos muertos

mon cher mort

ODA AL MARQUES DE SADE


AMANECER

Hoy te levantaste con tu predilecto ojo púrpura.
Era blanca la sábana de la amargura y el horizonte de la pureza
teñía tu mirada de rictus oxidados.
Era el barrote, era la prisión, era el asilo
de las algas pegajosas como silencios de aves muertas.
En este minuto desvestido, ¡Sade!, te quise.
Tus extrañas manos eran tentáculos
de islas olvidadas,
pájaros negros pasaban sin delirio,
todo era cansancio de espigas
sin respuesta, las ostras abrían su carcomido
número de oficina, y las medusas de las rocas
eran sirenas con añil púrpura en los labios.
¡Cuanto olvido!

¡Cuánta bajeza escuchaste de los potros enrojecidos!
En tu cerebro aullaba un lobo herido,
y su pene de cicuta
golpeaba las madréporas de los lagos podridos.
¡Cuánto pantano había en ti!
¡cuánto nenúfar de oloroso incienso
gastaba las mentes de los gritos!
Mas era la mañana de licor,
y delirio menstrual, tu sexo
se sobreponía a los tumbos del alma.
Vencido como las serpientes al acecho,
tu diente clavó el oxígeno de las cataratas.
¡Cuatro monjas azules te sujetaron!
¡Sade!, ¡Sade, cuánto te quise!
En el abismo del espumarajo,
en la epilepsia del ruido,
no hubo nadie que te escuchara.
Fuiste así el vampiro de los coches nocturnos,
la piedra rodada en los prostíbulos rojos,
la sutil emanación de los pezones iluminados;
no hubo nadie que te escuchara.
Fue aquella noche cuando dijiste a los delirios
que el mundo estaba acabado,
que una copa de tinte negro
valía más que el cofre de una hostia;
no hubo nadie que te escuchara.
En la mañana de la noche tu cabello revuelto
vago por las callejuelas de los cálices,
en la mañana, las estrellas de tus dientes
comieron de la fruta prohibida…
¡Sade!, ¡Sade!, cuánto te quise.
Tú, el odiado, supiste del escalofrío virginal,
tú, el de siempre, supiste desatar la envidia lechosa
de los primeros caminantes.
¡No!, no, no hay respuesta para tu silencio
de tortura, no hay torre que contenga tu buitre
de alhajas perdidas… todo lo diste…

En las piedras, en los musgos,
en los acantilados,
en la felatina de las rendijas,
tu mirada fue víctima del picotazo.
Ya sin ojos, destruido como los huesos
de las gaviotas, infeccionaste la soledad
de tu celda.
¡Sade!, Sade, cuánto te quise.
Allí, el de siempre, allí el de las hojas sin velo,
allí el transfigurado por el gusano de los remos sin rumbo.

Es la hora del ojo negro,
es la hora donde la sangre y el reloj,
anuncian la terrible campanada de la tortura.
La sonrisa impasible se enmudece,
los miembros se trenzan en la noche sin espinas.
¡Aurora es la indicada!, ¡aurora es la vestal!
Los grillos suenan, la puerta de hierro fundido se abre.

¡Sade!, eres el demacrado de las primeras horas.

MEDIODIA

¡Oh, mediodía!
Las cadenas han arrastrado
animales de fuego sereno,
sus miradas de terciopelo
han vertido crueles emanaciones.
El opio del día es un tormento;
la acidez de las nubes sin rumbo,
¡rojas!, son un plomo vasto de manos arrancadas,
¡la tierra se estremece.
el son fecunda las partes,
la rama de los vidrios cae en el dolor de las venas!
¡Oh, mediodia!
La fuente de los charcos,
el lirio azul de los bosques profundos
es aún una vastedad sin herir.
¡Sade!, el de las primeras horas, ¡Sade!
Con el rumbo de las ortigas en la boca,
con la espina del murmullo en la saliva,
—‐¡ da el primer paso sin tormento!—

Es la araña de oro
en su pelambre de rocío infecundo,
es ¡Sade! Que rompe la piel de los corderos estivales.

Era verano la hoja que caía,
eran los podridos otoños de humo.
Existía el silencio del bochorno,
existía la cansada lentitud
de la leche en las bocas.
Los niños se ataban a sus madres;
sus risas de carbón
pervertían el cementerio de los primeros juegos.
Era la primavera de las cunas,
la iluminada ponencia del horrible destello.
Lejos de la luna,
en el eco de las humedades,
en el sexo podrido de la rosa de los bosques,
llegastes, ¡Sade!…
El mediodía quebrado en las colinas,
el mediodía en las aguas frescas de la mejilla,
fueron tu tentación.
Acabado como los astros sin embrión,
Microcosmos del saber,… todo lo embriagaste.
Las águilas de las uñas
volaban en la sangre de tus ojos,
y en tu mirada, el distante mar,
era una mueca de horizontes vacíos.
Las rosadas calles de la locura,
el incienso de los pinos quemados,
la brisa del polen,
fueron la solitaria esquina de los papeles sin letra.
En la lengua de semen,
en el espacio de los cuartos sin respiración,
tu nombre fue dado al ¡Mediodía!
Con el cerebro atado a los ratos de la memoria,
diste recuerdo febril a los lienzos de Uccello.
Eran los mediodías del grito deshilachado,
era el cadalso de la rata fría,
era la boca gentil y el paso apresurado.
¡Sade!, Sade, tu camino fue contado
por la perversión de los cuatro Ángeles‐Demonio,
¡Sade, Sade, tu húmeda escalera
por la Virgen arrancada de los pelos.
En el fondo del ruido,
en la hora escamosa de la serpiente,
tu nudo voló al alto sol.
La pierna desnuda
fue Amor en tu bosque de helechos muertos.
Como las aves de las campanas
sin constelación,
acudiste al ojo paralítico.
¡Tu llanto fua de virtudes insospechadas,
tu rebeldía una fuente de amargos hipos!
Miraste el sol sin pupilas,
lo miraste en la profunda noche de tu dolor.

De la hora del mortal reloj,
fue viva tu llama
entre la pronunciada figura
de la NIÑA BLANCA.

ATARDECER

¡Oh macabra senectud!
¡Oh violada ponencia de las estrellas!
La amargura tiembla en el vino,
la sal en la arruga serena de los firmamentos;
nadie acude a la oscura mancha de la embriaguez.
El cirio tembloroso,
la tarde atada a su castigo,
son la herida de mis errabundos ojos,
Nadie acude a esta llaga de ámbar,
a esta soledad de olas sin espuma.
¡Hay un grito de insecto en tus ojos,
rocío de soneto líquido!
El atardecer,
cansado como los muelles sin óxido,
cansado como el bastón de los balcones,
expira,…expira,… el pétalo del perdón.
¡Sade!, —Sade,
quisiste de tu virtud la perla dorada de los ensueños,
quisiste de la vida el barco podrido de las perdidas algas.
¡No hay perdón en los pechos de cardo!,
¡No hay risa en la violeta de los ojos!
Los cabellos son uvas de oro,
uvas que el Tiempo detiene en la lágrima del juego.
—Era la orilla de la luz,
era el atardecer adolescente
del gesto morado sin descanso—‐.
Mi mano se posaba en la sal marinera de las gaviotas;
¡rocas de fuego!, como ceniza de lirios,
ahuyentaban la sombra de los vuelos…
¡Sade!, Sade, fue tu primer recuerdo
la violada pasión de las raíces sin llama,
fue la tierra olorosa a mieles remotas
el Fausto de tu condena.
—‐La hoja marchita de los dientes sin consuelo,
el sendero agotado por la rumorosa vid,
fueron tu llanto—‐.
¡Sade!, Sade,
primer condena de las cumbres sin abismos,
escarabajo del nervio marinero.
¡Oro de la tarde que huye!
¡Oro de la copa sin saciarse!

La flor sin calaveras,
hueso rosado de la aurora,
fueron el néctar de tu solitaria celda.
El atardecer de la gloriosa golondrina,
la campanada en el triste musgo,
saciaron tu sed de verdugo laborioso.
¡Nada me pertenece
sino la conjugación
del vicio de la virtud!
¡Oh dualidad!
¡Oh dolores preciosos!
¡Oh asmas de la naturaleza!
Son dos misterios parecidos:
¡segundos de la huída!,
¡ciervo de la lanza fugaz!
¡noche sin paralelo!
En su negrura invocada,
loco buscador de la luz,
me remonto,
distante,
A LA VIOLADA OSCURIDAD DEL HORROR.

Hospicio de Charenton.
27 de abril de 1803.

Tres Artículos 

Las segundas babas del diablo
A propósito de Para Noxia, de Guillermo Billy Sáenz Patterson


El mundo de la saliva es extraño. En la saliva cohabitan microbios que mueren cuando las babas se untan en las superficies secas. Las grandes pestes que se han transmitido por la saliva sufren el contacto inmisericorde del sol, pero ni el sol ni la nieve ni el infierno, a la postre, se puede deshacer de las manchas indelebles de las babas del diablo.

El universo de las amebas no es menos misterioso que el de la saliva. Las amebas se relacionan, habitualmente, con los excrementos pero, en casos rara avis, con la saliva. Al final, las babas y las formas móviles de las amebas confluyen. Al final todo se relaciona con todo, casi siempre en el misterio de las mitologías que pueden ser la de la boca, el ano y los cuerpos sucios.

Asociar esa noche furiosa con Para Noxia (Editorial Andrómeda, 2005), no sería arriesgado en exceso; en Sáenz Patterson todo es desborde, relación descabellada del todo con el todo: amebas, murciélagos, preservativos usados, putas calamitosas, cocacolas. Todo guarda una relación en esta poesía hermética y violenta, sucia y rastrera. Pero, claro, esos son cuatro calificativos, cuatro palabras vacías que podrían cobrar significado con algo como: 
“Amar hasta la hiena / que carcome el desecho, / ser lluvia del holocausto.”, o podrían no ser nada más que lugares comunes para decir que lo que plantea Sáenz Patterson es lo ininteligible de una voz que sondea en entrañas sucias. Para Noxia es un libro dividido en ocho partes (y, extrañamente, subtitulado Códice Secreto de las Siete Islas), con una sección liminar y una epilogal bien diferenciadas Cuando las babas del diablo lo tocan a uno, las asociaciones saltan, las mitologías personales revientan, las imágenes obsesivas se corporizan: el desaparecido Café Park Avenue; las velas encendidas; Billy Sáenz Patterson como uno de los invitados costarricenses del Festival Internacional de Poesía; una lectura de una parte nutrida de los Poemas a Lucrecia. El rugir de Sáenz Patterson, el tiempo que se extendió no por minutos ni horas, sino por eones o unidades de tiempo que no pueden ser medidas.

Las babas del diablo que nos daban a los que estábamos en primera fila. La infección y la peste. (“Abismo” la primera; “Mi amor salvaje no te pertenece” la octava) y, en medio, violento, ese  relleno heteróclito en el que Sáenz Patterson denuncia la mediocridad poética de nuestro medio (De lo folklórico a lo utópico / la poesía ha devenido en formas mediocres) tan pronto como observa el nacimiento de superhombres y superhembras (Hay un ego ultranietzscheano. / En los genes se gesta / el héroe telepático) y en el que hay espacio para para las herméticas mitologías personales de Sáenz Patterson (El Mango Negro X I Z lo robó del silencio, / y su telepática respiración /  está en el Volcán 666 de las Islas Felices) o para felices caminatas en pobres ciudades (Un marinero se desnuda con su amante, / y el deseo es como cualquier otro, / un travesti en las calles de Panamá). Sáenz Patterson, sea cual sea el material del que se sirva, prefiere lo violento, el asco y la sorpresa: “Tesoro eran tus labios del asco lunar, / basura lanzada a los perros. / Paisaje era la luz del cráneo.” Y se decanta por las naturalezas muertas descritas obsesivamente con la forma imperfecta del verbo ser: los objetos eran, no fueron ni serán; de un pronto a otro, todo podría, por lo tanto, saltar, cobrar vida: “Era el alba, / era la soledad de las calles.” Los objetos no han dejado de existir en la poética de Sáenz Patterson, solo esperan que el soplido (o el escupitajo) de un demonio los reviva.

Al encuentro de otros seres La saliva es contacto. Una sola saliva es lubricación de una cavidad rojiza a la que se da por llamar “boca”. Pero dos son infección, vileza. Para Noxia es saliva pegamento, encuentro de dos bocas, o búsqueda de otros seres: Klepsudra, Noxia, Margot. Sáenz Patterson alude a estas tres mujeres a lo largo de las páginas del poemario, declarándole un amor loco a Noxia, transformando a Margot en receptáculo (devenida Bar Margot y Hotel Margot, los lugares de los “preservativos que caen en las sombras de la noche” y los “dientes de piraña”) y haciendo aparecer, brujo, insolente, a la enigmática Klepsudra. “Mi engua penetra / en tu garganta metafísica”, le dice la voz poética. En Sáenz Patterson no existe la comodidad del buen decir amoroso, sino la violencia contenida de quien busca no los besos de la amante, sino sus entrañas:

“Mientras bailamos te digo:
mi lengua lame tu médula,
aquella de donde nace un pequeño rabo.
Hay una gota de semen que cae en tu ojo
y encuentra en tus pestañas una lágrima.
Encuentro en tu entraña un niño de
otro…”

Entrañas necrotizadas. Alas de ángel corruptas. Pantanos de vitriolo. Estampidas de dementes: en Para Noxia hay huecos profundos (no en vano la primera sección del libro lleva el nombre de “Abismo”), alturas incendiarias (la segunda sección, por el contrario, se denomina “Altura”), dicotomías al parecer inconciliables: vida y muerte (sección 4), cielo e infierno (sección 5), mar y cosmos (sección 7). Pero esto era un artículo acerca de la saliva, el espumarajo blancuzco, la contaminación: virus respiratorio sincicial; H1N1; síndrome agudo respiratorio severo, Entamoeba gingivalis. La saliva todo lo transmite, se embarra en todos lados, llega a todos los confines.

Las babas del diablo es un cuento de Julio Cortázar. Se trata de una historia hermética sobre una foto tomada y las almas que mueren en el acto; Cortázar prologó varias obras de uno de los más raros escritores latinoamericanos: Felisberto Hernández. Hernández escribió un cuento llamado Lucrecia. Esta Lucrecia de Felisberto es un espectro.

La Lucrecia de Sáenz Patterson es una puta, un íncubo, un pedazo de aire enrarecido, manchado de babas. Una dama satánica de la que nacen Noxia, Klepsudra, Margot. En Sáenz Patterson en general, en Para Noxia en particular, se encuentran todas las literaturas, las babas de todos los antepasados.

En Café Park Avenue, en 2008, Sáenz Patterson nos llenó de su saliva contaminada, de su luciferina voz de ebrio. Las babas del diablo producen manchas indelebles. “Frágil o fuerte ante los que odio, / habito en otras gentes…” Habita en todos lados, como los microbios.

*Guillermo Barquero (1970, Costa Rica),

 

Guillermo Sáenz Patterson: El señor de los ángeles caídos

La poesía de Guillermo Sáenz Patterson es una de las paradojas de las letras costarricenses, el súcubo y el íncubo de la inteligencia, desgarrada por la mordida de la vampiresa o de una Lilith, vestida ricamente en púrpura sangriento. Ritual de la desesperación, hoguera de los deseos y los vicios, errante mendigo, máscara de las vanidades, reducto inexplicable del libertinaje y el misticismo, alquimia del ángel enloquecido,
encuentro con la oscuridad perfecta y el relámpago que estalla en la mirada.

La poesía de Sáenz Patterson pertenece a la tradición indoeuropea, de allí que en los últimos cuarenta años haya causado tanta extrañeza en el lector costarricense, acostumbrado  a las carretas y los bueyes, al realismo campesino, urbano y semiurbano. Guillermo Sáenz Patterson es el poeta maldito por excelencia, l‘enfant terrible, el nigromante; un iluminado, que se arrastra por los bares y callejones imaginarios de un San José parisino, ebrio por el templo Mahabhodi, acariciando a las diosas de la vida y de la muerte.

Un camino propio.  La poesía de Sáenz Patterson se ubica insólitamente en la primera postvanguardia, formada por aquellos poetas nacidos entre 1938-1948: Jorge Debravo, Laureano Albán, Julieta Dobles, Marco Aguilar, Mayra Jiménez, Juan Antillón, Alfonso Chase, Rodrigo Quirós, Germán Salas, Carlos de la Osa, Luis Kleiman, Elliette Ramírez, Rosa Kalina y otros.

Para esta generación el mundo es una realidad política, una axiología moral edificada sistemáticamente por la circunstancia social.  El hallazgo principal de los nuevos poetas consiste en señalar la condición política de la realidad, y en reconocer una función específica del ejercicio literario: testimoniar la historia, sin otra mediación que la vehemencia y un conjunto básico de principios humanísticos: solidaridad y fraternidad entre los pueblos oprimidos. La historia y el diario acontecer se convierten en las principales fuentes y tópicos de esta poesía; así como la patria, el pueblo, el compatriota, el soldado, la amada, el obrero, el campesino, el proletario en general. De esta percepción políticasocial, se deriva la vuelta a lo primigenio, el erotismo de la madre tierra, la utopía y la creación del nuevo paraíso.

El sistema retórico de esta generación se funda en la simplificación expresiva del lenguaje poemático, el empleo del discurso coloquial, incluidos los giros y el léxico popular, la vehemencia y la exhortación como recursos expresivos; cierto prosaísmo sin abandonar algunos rasgos vinculados a la poética tradicional, como la rima, el ritmo y la métrica1 . Un desarrollo mayor de la poesía social o testimonial se alcanza en la década de los setenta y de los ochenta, entroncado con el realismo sucio de los noventa y principios del siglo XXI.

Pero, ¿cómo se integra la obra poética de Guillermo Sáenz Patterson a la primera postvanguardia? El problema
es que no se integra, no responde a las exigencias político-sociales del entorno literario, ni siquiera su componente erótico tiene alguna correspondencia con el erotismo post-nerudiano. En la superficie de la poesía de Sáenz Patterson se hallan los ecos del malditismo francés: Villón, Sade, Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont. En las profundidades de sus poemas, un dualismo, impulsado por Zoroastro, por el orfismo, por gnósticos, albigenses y cátaros, matizado por un budismo que busca la iluminación del ser. De allí, surge el duelo constante entre la luz y la oscuridad cósmica, el simbolismo que exalta la espiritualidad, la imaginación y los sueños, y retrata sin tapujos las drogas, la sexualidad y el espiritismo.

La crítica
En El caminante y otros soles, Lilia Ramos señala que “percibo a los trovadores malditos gravitando sobre Guillermo en acción estimulante… a ratos me impresiona como si fuera música de fondo… ”2 Además, en Cósmica Luz, Rodolfo Cerdeño dice que en su poesía se concibe el ser como cosmovisión del alma, con la lúcida decisión de romper con los esquemas de la literatura de intenciones descriptivas, instructivas y poetizantes3. Isaac Felipe Azofeifa apunta hacia la fragmentación del poema, que elimina la sucesión lógica de las imágenes e introduce un tipo de lírica dirigida a los impulsos subconscientes . Adriano  Corrales subraya es un poeta demoníaco y angélico, casi maldito, caído al margen de la literatura nacional, es, de muchas maneras, un verdadero poeta. Porque no se ha entregado a la egolatría de la vitrina y el bolsillo, sino que se ha encerrado en el castillo de naipes de sus visiones y de su poética, a esperar que el tiempo sea propicio . 

La crítica académica en general no ha sido benevolente con la poesía de Guillermo Sáenz Patterson, quizás porque escapa la generalización científica, o porque buscó un camino propio, una luminosidad diferente a la gran masa de borregos que aceptan verdades absurdas. Sin embargo, su poesía se ha ido ahondando en el imaginario de los intelectuales jóvenes, con una voz arrolladora que penetra la carne tiernamente dulce.

*Cristián Marcelo Sánchez*


1 Monge, Carlos Francisco. (1992) Antología crítica de la poesía de Costa Rica. San
José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, p. 28-32.
2 Sáenz Patterson, Guillermo. (1972) El caminante y otros soles. San José: Imprenta Metropolitana.
3 Cerdeño, Rodolfo. (1983). “Presencia del poeta” en Cósmica Luz. San José: Ediciones Andrómeda.
4 Azofeifa, Isaac Felipe. Poemas a Lucrecia. Suplemento “Áncora” de La Nación, 22 de enero de 1989, p 3-D.
5 Corrales, Adriano. (2010) Oda al Márquez de Sáenz Patterson. Recuperado Octubre 28, 2010 de
http://www.jornaldepoesia.jor.br/bh23paterson. htm

El Síncopa en Guillermo Sáenz Patterson
“El oráculo de la mosca o el efecto acústico del resonante escorpión sub-llamífero”


Se erizará la epidermis, se contraerá el sistema “nérvico” en  tanto logremos percibir, imaginar, o al menos proyectar al poeta en sus orígenes; el niño del cafetal josefino gradualmente  trasmutando en sórdido, solitario y denso ángel.
Símbolo en contradicción con el símbolo, –en negación– Porque lo que alquímicamente representa la sublimación, el
principio de lo volátil, lo ascensional –en Patterson– lo invisible de las fuerzas que ascienden y descienden, el carácter supra terrenal, lo liviano, queda desdicho, restringido en su pesadez a la atracción de los abismos.

El demonio-niño, el ángel-vate encogido sobre su roca predilecta, replegando, contrayendo sus alas a ritmo asmático, a punto de asfixia. El ángeldemonio añorando desde sus múltiples marginalidades, las postrimeras y descarnadas horas del ocaso la rosa única– lo efímero, lo absoluto y perfecto: El jardín de Eros, los 7 pétalos de la rosa, las 7 direcciones del espacio; ahora imposibles, inalcanzables, ante la sobrecogedora pesadez del dolor sentido. Es como si el “dios”, –siempre negado en Patterson–, en un acto de repentina venganza retirase lentamente el luminoso puñal que ha permanecido enteramente encarnado en el poeta.

He ahí, su comarca, sus insondables territorios plutónicos, casa y factoría instalada a orillas del flegetonte  – rio de las criaturas de fuego –, morada del escorpión obrada, erguida sobre la gran ciénaga, –corazón del inframundo– abismo nueve veces asistido, infinitamente irrigado por las aguas circulares del Hades. He ahí el origen de su fragua simbólica, he ahí donde se templan las herramientas iconográficas del poeta Patterson.

Simbolismo y Postvanguardia Hay ya, desde los primeros trabajos poéticos de Guillermo, ciertos dejos, ecos atemperados, sutiles visualizaciones que nos remiten al simbolismo de finales del Siglo XIX.

En él, tempranamente se evidencia una notable asimilación de las estéticas de Stéphane Mallarmé, Verlaine, Baudelaire, Rimbaud, develando una marcada tendencia a desligarse de las voces predominantes de la postvanguardia, generación en la que los estudiosos sitúan a Patterson y la cual, al parecer, no fragua en estas estéticas.

La promoción a la que Patterson pertenece adopta, elige, o desarrolla una poética conversacional bajo construcciones que decantarán luego en existencialismo, trascendentalismo, exteriorismo, antipoesía. Esquemas  que privilegian un sentido historizante del discurso poético enfatizando una suerte descriptiva de lo real concreto, ahondando en un leguaje coloquial de lo cotidiano y desbordando el drama existencial-vivencial de lo individual-subjetivo –o en experiencias generadas en el devenir de estructuras y andamiajes colectivos–.

En Patterson –en la estilística de Patterson– encontraremos un evidente divorcio con el lenguaje y las formas, y/o construcciones predominantes en la “primera postvanguardia”, a la que ya hemos dicho pertenece.

Mientras que el grueso de los exponentes de esta generación (38-48) – no todos por supuesto – asumen un tono esperanzador donde lo humano y sus desarrollos aspiran al nirvana en la tierra –y celebran la vida y la trascendencia
al compás de los livianos metales de la bienaventuranza–, Patterson se resiste, el poeta elige el otro camino en la bifurcación, elige el contrapunto. Sus sentidos no estarán al servicio de esquemas que interpretan y recrean los sucesos de un mundo visible, estarán y están por el contrario, creando y convocando otros mundos, que el bardo intuye, subyacen en la dual naturaleza de lo humano.

Viajando a través de la poesía de Guillermo Sáenz Patterson, iniciando en (1972) con El caminante y otros soles, llegando a Para Noxia, su última obra publicada (2006) y arribando en Pájaros del Abismo (2010) –trabajo actualmente en desarrollo–, podemos percibir el carácter recurrente pero inagotable de su universo simbólico y su peculiar uso de la modelación del verso, que intenta sin complejos, unir concepto y metáfora, atendiendo con sutileza la musicalidad y la belleza del poema. Hay en la obra de Patterson una especie de fenómeno rítmico, de intención “síncopa”, notas suaves detonadas casi desde el silencio que van gradualmente atravesando un goyesco simbolismo que se propaga –de poemario en poemario– como una peste.

El andrós y la gyné en tenso equilibrio donde las formas y los contenidos se fusionan en una intención metafísica, llevándonos mediante un lenguaje mántrico a los oscuros linderos del esoterismo. Poco a poco el poeta –poema tras poema– va develando su tremendo sentido pictórico en densos trazos de pigmentos fuertísimos. En Oda al Marqués de Sade aflora de forma contundente el rabioso arsenal plástico del poeta, trementina sanguinolenta de parto onírico y búsqueda de lo sobrenatural, danza de lo fantasioso y lo oscuro, sinestesia donde se mezcla lo olfativo, lo luminoso y lo táctil, delirio, LSD, activación cruzada de los sentidos.

Tanto en la Oda al Marqués de Sade, en Poemas a Lucrecia como en Narciso y la Transfiguración del  Ángel se presencia lo decadente y lo maldito, se sienten los ecos de la asfixiante onda expansiva del clavicordio submarino de Lautréamont, el maullido moribundo del inútil gato de Villón, los latigazos fustigantes sobre los paralelos trazos –rectos u ondulantes– de Edvar Munch, el romántico y demencial llanto de Hölderlin aullando desde la torre del carpintero, ante el no retorno de su Diotima.

En Para Noxia, obra delirante, compleja, frenética, volvemos a enfrentarnos al fulminante bombardeo arquetípico de Patterson, todas sus formas sustanciales, sus recursos iconográficos reaparecen en medio de su acostumbrado dualismo; lo claro y lo oscuro, lo bello y lo monstruoso, lo divino y lo demoníaco. Asisten de nuevo sus predilectas mujeres rojas, sus jovencitos trashumantes, sus fantasmas, personajes todos siempre diluidos en su peculiar sentido andrógino de lo humano. Hay en este largo poema Desmodus-cefalo de 7 lenguas, –me refiero a Para Noxia –un paroxismo – contenido y exacerbado a la vez–, recurrentes entelequias floreciendo entre los silencios de la partitura, fundiéndose, mimetizándose, dando vida a objetos y bestias que junto al poeta asisten procesionalmente a la consulta del oráculo de la mosca.

Propuesta que al contrario de la Oda al Marqués de Sade, –de carácter más pictórica–, nos deja percibir un desenfadado desenvolvimiento de hechos que evolucionan e involucionan a través de un complejo tapiz musical, una suerte de contra-fondo orquestal que sostiene y acompaña el ecosistema propuesto en Para Noxia. Hay en el poeta una intención rítmica compleja, hay estructura musical. Del fondo e los abismos siempre presentes en Patterson nos llegan tupidos sonidos, disímiles tesituras, que nos recuerdan los viscosos acordes ejecutados por el joven Brahms en los muelles de Hamburgo, música y coros invisibles acompañan la arquitectura de los versos, acentuando su carga expresiva y poética de primer orden. Nocturnal, decadente, coral; el poeta nos sume en el mundo de sus criaturas: andróginos cargando el Ataúd / El ángel del abismo/ la Hidra salvaje/ la espuela del potro negro/ la clepsidra y el relámpago / la prostituta roja / el escorpión submarino / y el héroe telepático. Un libro peligroso, rico en personajes que contienen en sus rasgos y vocaciones las claves para desentrañar los ocultos significados esotéricos que nos propone el poeta.

Pájaros del Abismo. Días atrás he tenido la oportunidad de leer algunos de los textos que formarán parte del poemario que Billy ha titulado por el momento Pájaros del Abismo. Ya desde el título, el poeta nos remite al soporte iconográfico de su  imaginario. Los pájaros y el ángel, el ángel y el vuelo, el vuelo y lo ascensional, ¿pero a qué sagaces y a qué abismos se refiere el poeta?

En los Upanishads entenderíamos al pájaro en su significación del alma, la cual está contenida, encarcelada en el cuerpo; en el simbolismo egipcio Ba, el pájaro androcéfalo, nos remite también a la esencia que se liberará del cuerpo cuando llega la muerte; en el apocalipsis bíblico lo que viene a retener y seducir al alma serian las ciudades decadentes haciendo referencia a Babilonia, en donde la urbe se configura como una jaula y esta como “la prisión de los espíritus”; para la alquimia los pájaros son fuerzas en actividad que según su posición espacial pueden significar sublimación – volatilización o precipitación – condensación.  De igual manera Patterson nos propone un juego con la dualidad fascinadora contenida en la significación del abismo –lo profundo, lo inferior, lo terrestre, lo marino, lo cósmico– las entrañas de una montaña para los celtas, el fondo del mar o de los lagos en la cultura oriental japonesa, la Vía láctea para los australianos, lo que está más allá del horizonte en otras culturas. Y en todas por lo general las zonas abisales son referenciales al “País de los muertos”

Si nos aventuramos a interpretar el titulo de este nuevo  poemario desde la acostumbrada estructura dicotómica empleada por Patterson, veremos nuevamente su nomenclatura predilecta, donde prima la coexistencia de fuerzas independientes y antagónicas, tragedias puestas en escena de seres alados incapaces de desplegar el vuelo libre, tensión dialéctica contenida en el principio de lo volátil contra el principio fijo, la incapacidad de lo mortal ante la inconmensurabilidad de lo astral y lo insondable del Tártaro.

Con un lenguaje menos denso pero igualmente simbólico Billy Sáenz Patterson –el resonante escorpión “sub-llamifero”– nos advierte en Pájaros del Abismo: “La belleza suprema está en el pasar y en el morir. Mi metáfora terrible esta en un beso diabólico, en un mordisco más allá de la metafísica”.

                          Melvyn Aguilar D
RECORDANDO A Billy Tres comentarios sobre el autor y su obra por: Guillermo Barquero / Cristián Marcelo Sánchez y Melvyn Aguilar
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Guillermo Sáenz Patterson

Costa Rica (1944-2019). Poeta y ensayista. Ha publicado El Caminante y Otros Soles, 1972;; De luz y eternidad, 1983; Cósmica Luz, 1983; Narciso o la transfiguración del ángel, 1984; Poemas a Lucrecia, 1985; Aurora de la rosa, poesía ,1989; Laberinto de la estrella, poesía, 1991; Para Noxia, 2006; Herida de Mordiscos, 2014; La Terrible Noche, antología poética, 2016. Los libros de ensayos Consideraciones sobre la literatura y la democracia costarricense, 1972; De lluvia y sol, 1972. Ha sido incluido en diversas antologías. Poemas, relatos y ensayos críticos de su autoría, se publican en revistas y suplementos literarios internacionales.

Entradas

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