A Caneo Isaluna Arguinzones Herrera 

Por Juana M. Ramos 

 

 

Esto que escribo debió ser un algo sin premura, que se resistiera a desvanecerse en la estatura de la hoja, esa en la que dejaste trazos de un último poema, el que, tal vez, intentó tomar forma en Nueva York. Tu búsqueda se quedó apostada en el asfalto de esta ciudad rota, roedora, de altos voltajes, de grandes contrastes y de escasas posibilidades de ser constancia para aquellos que pretenden emularnos. Hicimos de esos meses neoyorquinos un día solo, poesía le llamamos entonces; éramos tantos contando las sílabas de tu nombre. Nadie pudo advertirnos que tres meses después sucumbirías al más alto de los vuelos. Siempre fuiste valiente (¿recuerdas la foto en el chinchorro, bajo el dintel de la puerta? En ella hay más de valentía que de imagen, por eso pulsé el disparador, para captar tu esencia). Ya no sé qué fue de octubre, pero sí entendí tu urgencia, la necesidad de abrir la puerta, tu fascinación por los insectos, el agua en la que nadabas pez de mirada triste, la coherencia y la convicción que te llevaron por la vida, la mirada melancólica que se deslizaba desde el segundo nivel de la cama cucheta que compartimos con otras poetas en la estación de bomberos en San Lorenzo. Hoy se cumplen nueve años. Escribo ahora porque me lo permite la distancia entre la caída y el vuelo, porque no quiero hacerlo al voltear de la década (detesto, a pesar de mí, los números con cero). Escribo ahora porque aún resuena tu risa al confesar que solo sabías llegar “al Battery Park”; porque aún resuena tu idea de “dar unos talleres pa’ latinos”; porque, como bien dijiste, “seis meses se pasan muy rápido”. Son muchas las razones para pasar a saludarte y, sin embargo, he esperado nueve años para hacerlo. Tal vez no lo creas, pero ha sido una sombra en la pared, cual cucaracha, la que me conminó a escribirte, por aquel espléndido verso, tan tuyo, tan tu voz de pie y de cerca: “[m]ientras…las cucarachas se hacen oír esta noche”.  Y así, las escuché susurrar mi fobia, la que te confesé (a propósito de los insectos y tu libro) justo en la boca del subway, en la intersección de la 46 y Broadway. Prometiste un hechizo para erradicarla. Aún lo espero. Hoy, 17 de octubre, a nueve años de andar otros caminos, quedamos reunidos a la luz de tu palabra todos los que seguimos anhelando tu presencia en este plano. 

 

 

Supe desde un sueño materno la extrañeza de mi estadía

aquí

Supe antes de concebirme que debía preparar mi huida.

Me expuse añil

calva, sin sexo

clamando en su sueño mi indiferencia

Sin embargo, salí de su vientre a otra esfera

sin escotillas.

 

Practico esculpir de mí la humanidad que carezco,

provocar una paulatina ternura hacia el otro

Entregarme

Procuro erguirme sensata y voluntaria en la tarea

   [de amar,

no a una multitud,

a otro

Encuentro en la soledad el mutismo donde reconozco

[mis rasgos,

sin embargo, en compañía

me desfiguro.

Conservo un altar doméstico, me encariño con la bestia

hasta predecir la aparición

de su ponzoña

-Criadero de larvas, sacudes tu cola alentándome,

con mandíbulas

prensas mi parásita

postura.

Saturada

escarbo dentro del pelaje,

saciada de espíritu,

preguntando al espacio:

     ¿A qué animal pertenezco?

 

¡Se sacude!