Poesía
Comentarios al libro “Completar el corazón de Dios. Imágenes de lo sagrado en la poesía de Jorge Debravo” de Edmundo Retana J.
“Completar el corazón de Dios. Imágenes de lo sagrado en la poesía de Jorge Debravo” es un libro breve (56 páginas) y a la vez intenso y profundo. La portada, diseñada por Carlos Aguilar Q. recoge una atractiva ilustración hecha por Dimas Arias Rojas y la contraportada un grabado de Néstor Zeledón Guzmán con el tema del entierro del poeta Debravo.
El libro consta de dos capítulos: I. La tarea de liberar a Dios, con 6 acápites y II. Lo sagrado en la obra de Jorge Debravo, con 7 apartados.
El presente comentario prioriza en el primer capítulo, en tanto procura integrar algunos temas que considera fundamentales del segundo.
CAPITULO I: LA TAREA DE LIBERAR A DIOS:
El título de este capítulo nos propone una ubicación de la lectura de la obra de Jorge Debravo alejada de la Teología sistemática que prevaleció en la Cristiandad durante al menos 15 siglos. Debravo no solo intenta, desde el lenguaje poético, “interpretar y explicar quién o qué es Dios”, sino que busca transformar/liberar a Dios (lo libera, transformándolo) mediante un proceso que Edmundo nos presenta con meridiana claridad en su libro.
Edmundo Retana, poeta y teólogo, estructura este capítulo rescatando las diferentes “imágenes de Dios” que, en su criterio, nos ofrece el universo poético debraviano. Priorizo en las que me parecen más sugerentes, y aclaro que este comentario, más que una reseña, pretende hacer un abordaje crítico a la obra de Retana, confiando, al mismo tiempo, que sea un acicate para su lectura y profundización. Entremos pues a vislumbrar esas imágenes.
El Dios interrogado:
Es el Dios de las religiones patriarcales (es el de las religiones abrahámicas en general, y en especial el de Iglesia Católica en la ruralidad de los años 50-50 del siglo 20).
Es el Dios que abandona, el de Jesús en la cruz, quien interroga insistentemente “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” y también es el Dios que nos abandona: ( “Hace días se nos fue Dios…”, “¡Ah, Dios nos tiene abandonados!”, exclama el Poeta), pero en ese juego de espejos, en esa tensión dialéctica que transcurre por la poesía de Debravo, somos los seres humanos quienes nunca abandonaremos a Dios: “nadie que ame, nadie, podrá dejarlo solo”, dice el poeta turrialbeño, “no lo abandonaremos nunca, nunca”, insiste, subvirtiendo el universo teológico tradicional que nos repite constantemente que Dios nos ama y no nos deja solas ni solos.
Mas también es el Dios buscado como íntima presencia, el Dios que es “agua negra, muelle negro, y negro en mi alma. Dios”, nos dice el poeta Debravo, en la línea mística de San Juan de la Cruz -otro Poeta y teólogo con mayúscula- y su metáfora de la Noche Oscura y de la Subida al Monte Carmelo en la que, al igual que otros místicos de distintas religiones, concluye que en la cima del Monte “solo mora la honra y gloria de Dios”, pero que en el Monte, lo que hay es la “Nada”.
El Dios cautivo:
En este apartado, Edmundo inicia su análisis señalando que: “El Dios cautivo de las formas religiosas tradicionales aparece en múltiples textos de Debravo, ligado a la necesidad de emancipación, bajo la figura de dioses esclavizantes… Estos dioses parecen ser solo inventivas humanas para apoyarse en el esfuerzo por superar los límites propios de la existencia.”
Esta afirmación la firmarían millones de ateos y de agnósticos en relación con la creencia en cualquier Dios, incluido el de las religiones abrahámicas, aquí en su versión cristiana, que es al que parece referirse Debravo en sus poemas.
En este aspecto solo quiero resaltar que a este Dios cautivo debraviano habría que aplicarle las recomendaciones que Debravo hace hacia “los dioses”: hay que romperlos, hay que desterrar su nombre, hacen daño o son indiferentes a las personas, no son necesarios y, en palabras de Edmundo, “desprovistos de todo aliento creador no significan nada que rehaga la vida y la impulse hacia adelante”.
Es decir, el poeta Debravo nos propone, poética y proféticamente – entendiendo lo profético en el mejor sentido bíblico, no como visualización del futuro sino como juicio del presente- una actitud antiidolátrica en relación con las concepciones de Dios y de los dioses- necesaria para liberarnos y para liberar a Dios.
Nuevamente, en este tema del Dios cautivo en su “idolización” junto a los demás dioses, Jorge Debravo introduce la “contrapartida humana”. “Algún día comprenderéis que el hombre, para vencer no necesita los ojos de los dioses” dice Debravo reafirmando ese tono antiidolátrico, pero va más allá: el poder creador, una de las atribuciones fundamentales del Dios judeocristiano, es trasladada por el poeta a la Humanidad, ya no como parte de “ser imagen y semejanza de Dios”, sino como parte de la esencia humana: “… más que cualquier Dios es creadora la esperanza del hombre”.
El Dios íntimo.
Es este uno de los apartados más dialécticos en la propuesta de Edmundo, obviamente como respuesta y reflejo de las tesis de Debravo en su poesía. Por un lado hay un énfasis en “la destrucción de Dios”: “Tu eternidad se hizo trizas en mi ventana: como un altar quebrado volaste en mil pedazos… A empujones te eché de la alcoba de mi alma. Y un aire transparente llenó los almohadones que ocupabas.”
Por otra parte, esta destrucción/ expulsión con la que continúa el poeta ahondando su posición antiidolátrica, es absolutamente necesaria y equivalente al “vaciamiento” (Kénosis) del que hablan las y los místicos como condición sinequanon para avanzar en el camino hacia la unión con Dios: “Por eso ando despacio, saboreando el placer de los pasos. Por eso ando sin dioses, que mi Dios, no ha sido creado.” Y con esto el poeta se coloca en un universo lleno de aquel aire transparente, abierto no a la creación de cualquier Dios, sino a uno diferente y contrapuesto a los “dioses esclavizantes” mencionados por el poeta Retana, a uno que la voz poética de Debravo busca “en el cielo rojizo del poniente” y que finalmente encuentra “dentro de su carne”, es decir, en su más íntima profundidad desde la cual puede poetizar y teologizar: “Dios será para siempre algo bueno y amado dentro de nosotros.”
Un elemento interesante en este apartado es que evidencia que el Dios de Debravo no es el Ser que Es, inmerso en una eternidad inmutable, como a veces lo imaginaron los filósofos- teólogos medievales, sino como una realidad en proceso, tal como lo intuyó algún sector de la Teología de la Liberación y que de una manera luminosa resumió aquel cura de Maryknoll cuando le preguntaron por la existencia de Dios y respondió: “Dios no existe, Dios ocurre.”
El Dios de “Digo”.
Edmundo plantea este poema como un “punto de referencia ineludible si se trata de visualizar la forma como Debravo percibió y sintió a Dios”.
Tomando en cuenta que es un poema tardío (1965) resulta interesante constatar que aquí aparece un Dios ya liberado de ataduras ritualistas, un Dios que “no quiere rodillas humilladas en los templos, sino piernas galopando…” y como síntesis del juego dialéctico el poeta pone junto a ese Dios, un ser humano, ahora sí, hecho a su imagen y semejanza, es decir, libre, sororial y fraterno.
La última estrofa del poema nos brinda una clave fundamental para el siguiente apartado cuando dice: “Y digo que el amor es el mejor sacramento, que os amo, que amo y que no tengo sitio en el infierno.” Es el amor superando al rito, a la Ley diría Pablo de Tarso, el amor hacia las personas y hacia todo y el amor que redime y salva del infierno.
Con esto Debravo le brinda a Retana el puente perfecto para pasar sin solución de continuidad- del tema “Dios” al tema Cristo.
El siguiente acápite del libro se llama:
El Cristo Compañero.
En los capítulos anteriores Edmundo nos presenta a un Debravo poetizando y teologizando acerca de un Dios interrogado, cautivo, íntimo, materno y finalmente liberado. Este último capítulo de la primera parte inicia con un esbozo, apenas unas pinceladas que dibujan a un Cristo cuestionado (“un Cristo de espaldas a la vida”) , un Cristo amargo, podrido y vencido, apenas para mostrar el grado de alienación en que las estructuras eclesiásticas lo han mantenido a través de los siglos.
Entre estas imágenes -ídolos- de Cristo y lo que Edmundo llama “el Cristo compañero”, que además es un Cristo profundamente íntimo, el poeta turrialbeño coloca una figura que nos entronca expresamente con las raíces latinoamericanas de la Teología de la Liberación, el sacerdote guerrillero colombiano Camilo Torres Restrepo, muerto en combate contra el ejército colombiano en marzo de 1966. Y nuevamente, es el ser humano el que libera y redime: “Camilo Torres, tú salvaste a Cristo. Su antigua rebeldía y su antigua pureza”.
Hay un encuentro claro entre la teología del Padre Torres y su principio del “amor eficaz” luego desarrollado ampliamente por la Teología de la Liberación, y la propuesta teológica que expresa Jorge Debravo en su poesía. Edmundo rescata este principio en el sexto capítulo de la segunda parte del libro, titulada precisamente “El amor eficaz”, en donde afirma que: “Debravo registró… los ecos revolucionarios que dominaban el escenario político y social latinoamericano… Sus ideas e imágenes sobre Dios son también un reflejo de la compleja situación que vivía el Continente. Por eso se pregunta constantemente cuál es el papel de Dios frente a la injusticia y la opresión.”
Sin embargo, al hablar del Cristo Compañero el poeta Retana opta, con muy buen juicio según mi percepción, por rescatar el eje solidario y subversivo del Cristo desde el enfoque más intimista de los Consejos para Cristo al comenzar el año.
También aquí señala Edmundo esa tensión tan debraviana de anteponer -a veces como opuestos, a veces como complementarios- el plano divino y el plano humano. Un verso tan intimista, tan lleno de Eros como el que dice: “Hemos paseado muchas veces, mirándonos las manos” está precedido por un verso tan anclado en tierra como “Yo sé que tú conoces esta angustia que llevo en los costados”.
Al describir a Cristo mientras este recuerda el milagro de Caná, dice el poeta Debravo “Se te volvió el semblante ancho y alegre y la cara de fiesta…” mas, inmediatamente la voz poética le pone a ese Cristo eufórico un cable a tierra: “Nosotros dos hemos hablado mucho en horas de esperanza y de miseria.” Y parte de esa conversación, muy bien la cita Retana, es que “Los más fuertes hornean capitales quemándoles los dedos a los pobres. Unos rezan a Dios, pidiendo llanto, dolor y crimen para los enemigos…”
De este modo, lo que aparentemente es una conversación íntima, amistosa, casi cómplice, en el fondo es una interpelación profética ante un Cristo que supuestamente escucha, pero que permanece silencioso e inactivo ante las realidades de este mundo, realidades que tienen que ver con la miseria y con la injusticia, pero también con las expresiones estructurales de la Religión institucionalizada: “Podrías darles lecciones a los curas, recordarles lo que es el cristianismo, cambiarles el cerebro… a los políticos y a algunos dictadores presumidos…”
Edmundo considera que esta cercanía, esta intimidad entre Cristo y el poeta es la que en definitiva termina de liberar a Dios (al Dios que está en Cristo, según la perspectiva de la ortodoxia cristiana). “En este poema” -dice Retana- “Debravo manifiesta ya nítidamente su intenso afán de liberar a Dios, humanizándolo… Ha logrado darle una nueva magnitud amorosa ante los ojos humanos y mantenerlo vivo e insurrecto dentro de sí mismo.”
Y con esto termina el Cap. I
El capítulo II: Lo sagrado en la obra de Jorge Debravo, tiene 7 apartados, de los cuales voy a priorizar en dos, que en mi criterio tratan de un mismo tema aunque Edmundo les dedica dos espacios distintos en su libro, lo que evidencia la importancia que les da.
Se trata del acápite 6: La Misa Buena y el 7: Canción divina, la gran Cena Universal. Los dos poemas son fundamentales para entender en su totalidad el aporte teológico de Jorge Debravo. Son también los apartados donde Edmundo Retana alcanza su mayor tono poético en todo el libro, quizás porque ante la hondura utópica, profética y poética que Debravo manifiesta en estos dos poemas, también el autor del libro se contagió de poesía, de utopía y de profecía y priorizó en el balbuceo poético (en el sentido sanfraijuanista) por encima de la especulación teológica.
En mi criterio, son estos dos apartados los que completan el rompecabezas teológico y cristológico iniciado en el Cap. I. Es decir, es con ellos como Debravo termina de liberar poéticamente al Cristo compañero y termina de “completar el corazón de Dios”. ¿Y cómo lo hace? Da una vuelta de tuerca poética y teológica, para mí inesperada: saca del juego, o al menos deja invisibilizados, a Dios y a Cristo.
Paradójicamente, ni en la Misa buena ni en la Canción divina hay una sola mención a la Divinidad ni al “inventor de la Misa” para decirlo coloquialmente.
Quienes protagonizan esta “eucaristía ecuménica (Misa-Cena) somos los seres humanos, la Humanidad que “consagra la Hostia de la Vida, el vino del derecho, la Humanidad mezclada en un abrazo, con “el beso de los libres en los labios.”
La Canción divina nos aporta algunos nuevos elementos teológicos más. Para Edmundo, este poema “es un modelo de lo que podría llamarse una eucaristía universal” (acción de gracias), lo cual comparto plenamente. Tal como mencioné, se trata de una eucaristía sin Dios ni Cristo. Qué pasó con ellos? Antes afirmé que Debravo los había “sacado del juego, invisibilizándolos”, pero en la Canción divina da una paso más: los sustituye, poéticamente, con el Pan.
El pan es el protagonista de la Canción divina. El Pan metáfora de Vida, alimento y alegría. El poema inicia con ”Yo quiero un pan, hermano, grande como las aguas de los mares…” y termina afirmando que “en todos los altares de los templos pondremos un pedazo de pan fresco, y lo reconoceremos como el más tierno Dios de todas las edades.”
Pero este gesto iconoclasta de sustituir la hostia consagrada por el pan desacralizado (recordemos que el pan debraviano se “pone en los altares” solo para reconocerlo, no para adorarlo), ocurre solamente cuando “los hombres más tristes y más flacos” hayan sido saciados.
No sé de cuáles fuentes bebió el poeta turrialbeño su lectura crítica del cristianismo y particularmente de la Cristiandad. Lo cierto es que la teología filtrada en sus poemas está muy cerca del espíritu profético de “aquel tal Jesús”, de la esencia del Evangelio y de la Mesa compartida del pan y del vino.
Agradezcamos y aplaudamos a Edmundo Retana, poeta y teólogo, por este libro en el que comparte con nosotras y nosotros la memoria siempre subversiva de nuestro Jorge Debravo.
Carlos Bonilla Avendaño
Heredia, Costa Rica, (1954). Estudió Teología y Derecho, y trabajó con comunidades campesinas y con migrantes nicaragüenses, en un acompañamiento legal, organizativo y pastoral. Posteriormente fue diplomático, representando a su país en Nicaragua, hasta su reciente jubilación. Sus poemarios publicados son: “Alguien grita mi nombre y yo me escondo” (1996), “Puerta de los ciegos” (2000), “Tren sin retorno” (2001) y “Campanas bajo el mar” (2019). Poemas suyos están incluidos en varias antologías latinoamericanas. “Como el beso de un ángel” su ultimo libro publicado el cual aparece en coedición en la Colección Bajo Cuerda de Hebel Ediciones y El último Adán de Tiberíades Ediciones. El mismo fue finalista del Premio Rey David de Poesía Iberoamericana.
Edmundo Retana Jiménez
San José, Costa Rica, (1956). Es teólogo, graduado de la Universidad Bíblica Latinoamericana y ha trabajado en organizaciones sociales en el campo de la educación popular y como pastor de la confesión luterana.
Su formación literaria se fraguó al calor del magisterio y la amistad con el novelista costarricense Joaquín Gutiérrez. En diferentes medios periodísticos de México, Ecuador, Colombia y Brasil han sido publicados poemas suyos, así como comentarios, entrevistas y reseñas de sus libros. Ha impartido conferencias y coordinado talleres literarios en Guayaquil, Ecuador, por invitación de la Universidad Católica de Guayaquil y la Sociedad Ecuatoriana de Escritores.
Fue incluido en la antología Poesía de fin de siglo Costa Rica – Nicaragua, publicada conjuntamente por Perro Azul, Revista Fronteras y Revista 400 Elefantes (2001) y en el volumen Lunada Poética, Poesía Costarricense Actual, publicado por Ediciones Andrómeda (2005), En el año 2006 publica Pasajero de la Lluvia, bajo el sello de la Editorial Costa Rica, Reino de las cosas perdidas (2016), edición de autor, Beca de Creación literaria del Colegio de Costa Rica del Ministerio de Cultura). En 1991 publicó la obra Los bailes íntimos. El poemario Las sílabas de la tierra, fue finalista en el Certamen de poesía latinoamericano convocado por la Editorial Universitaria Latinoamericana, EDUCA, en 1993. Posteriormente fue publicado en 1995.
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