Por / Víctor Hugo Fernández
A PROPÓSITO DEL RUIDO…
- Melvyn Aguilar
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A PROPÓSITO DEL RUIDO…
Por: Víctor Hugo Fernández U.
No es hemos acostumbrado al ruido. Al parecer contribuye a disimular la soledad, nos permite enajenarnos y evadirnos de nosotros mismos. Nos aterroriza la soledad, nos hace sentir inútiles. Quizás debido a ello hemos dejado de escuchar, para simplemente oír y disolvernos en el ruido, escondernos de nosotros y los demás, maquillando la soledad que nos envuelve con distorsión. El ruido –en nuestro tiempo- es cada vez más amplio e incontrolable y sigue en aumento, a tal punto que en la sinfonía de las esferas desde hace varias décadas hemos comenzado a desafinar y nos importa nada y tampoco nos damos cuenta, porque el ruido no nos permite comprender ni distinguir.
Hasta nos emociona el ruido en sus formas más abrumadoras de expresión planetaria, como resultan ser el grito de gol en un estadio lleno, el berrido de un reguetonero en un estadio también lleno, el sonido de las turbinas de un avión en el momento del despegue, el megafonista de barrio que vende huevos o recoge chatarra, la música inintelegible que atrae clientes en una tienda del barrio chino, el anunciador del bingo comunitario, las pitoretas de los vehículos durante la hora pico, entre muchas otras formas. Lo cierto es que entre la distorsión y la carga emocional que posee en cualquiera de sus formas, el ruido se ha vuelto parte de la cotidianeidad, de tal forma que con los niveles de población actuales en el planeta es prácticamente imposible escuchar la naturaleza y el entorno en sus ritmos básicos, esenciales, aquellos con los que es posible dialogar y conectarnos.
Cuando se estudian los extravíos significativos de rumbo, el ruido ha sido algo determinante en la historia de la humanidad. Constituye un severo componente de desconexión. Desde las versiones sagradas de Gilgamesh sobre el origen del mundo y las leyes de la vida hasta nuestros tiempos, el ruido ha sido determinante para las fuerzas superiores a la hora de tomar determinaciones serias en torno al futuro y el rumbo de la humanidad. No en vano por ejemplo el diluvio ha sido una forma que han mostrado las divinidades en distintas civilizaciones y culturas religiosas para castigar al hombre por su crecimiento desmedido, su falta de control y su exceso de ruido. Por ello y con el fin de poder restituir el orden se instauran medidas drásticas y severas como el diluvio universal. Porque según la leyenda: ” Los hombres, tras ser creados, crecen y se multiplican. Y se multiplican tanto que, en la versión Acadia, no es el pecado de los hombres lo que molesta a los dioses en el cielo, sino el ruido general que causa su parloteo. «El ruido de los humanos [es ya demasiado fuerte] —afirma un dios—. ¡No consigo dormir [a causa de tanto alboroto]!». En Gilgamesh «sus corazones impulsaron a los grandes dioses a suscitar el diluvio». El diluvio busca aplacar el fenómeno babélico.
Pero el ruido no es una tara que surja en los humanos como consecuencia de su falta de espiritualismo, quizás por ello no es el pecado el origen del problema. Vivimos una época donde el espiritualismo forma parte de la cotidianeidad e incluso existe toda una ritualización del ruido que cautiva y seduce, envía legiones al despeñadero y no se dan cuenta de ello pues marchan con gusto hacia el vacío ante la dulzura que rebalsa el espiritualismo que da sentido y fundamento al ruido. Pareciera más bien que el exceso de espiritualidad castiga severamente la necesidad de mantener el equilibrio mediante el cultivo de un componente especial adicional como es la inteligencia. Cada vez nos volvemos más espirituales y menos inteligentes, a cada paso y con mejores recursos tecnológicos hemos comenzado a vivir sobre un planeta limitado, de una manera ilimitada, sin reconocer nuestros confines y la estrechez misma del planeta que en su magnífico esplendor comienza a palidecer ante su propio agotamiento. La falta de inteligencia, la prevalencia de lo emocional, el manejo deficiente del fenómeno espiritual nos ha llevado hasta una época terminal donde colapsan las religiones, los sistemas políticos se descomponen, la riqueza impone sus patrones sometiendo a la humanidad y la naturaleza a su métrica consumista y destructiva, donde los recursos se agotan y el medio lejos de recuperarse se corrompe. La destrucción de la naturaleza y la sociedad misma son consecuencia de un espiritualismo oportunista que actúa de manera irracional ante una falta de inteligencia estratégica. De ahí la crisis educativa, el descalabro de las ideologías políticas y la imposición del capitalismo como forma de manejo planetario, más allá de religiones, izquierdas, derechas y grupos moderados.
Los humanos somos los únicos seres vivos capaces de transformar la naturaleza y someterla para nuestro beneficio. Al hacerlo, a lo largo de la historia -de manera creciente e ininterrumpida-, no solo la hemos sometido sino a que a su vez nos hemos han convertido en los únicos seres vivos con capacidad autodestructiva no solo de nosotros mismos, sino también de los ecosistemas. Por múltiples motivos y a lo largo de la historia, la humanidad ha estado casi al borde la extinción, el ruido generado en momentos de la historia humana ha llevado a esas consecuencias, pero ha sido la naturaleza misma la que de manera implacable, llama al orden y lo restaura.
Las religiones dicen que son los dioses los encargados de adoptar acciones lapidarias para replantear la vida en el planeta. Sin embargo, vivimos un tiempo donde la humanidad no solo enfrenta nuevamente la posibilidad de su extinción, sino que ello esta vez incluye a la naturaleza misma y todas sus formas y ecosistemas. De manera que la naturaleza se queda corta para llamar al orden, los dioses se han vuelto incapaces de recordarle al hombre sus compromisos y limitaciones. Nuestros dioses ya no poseen esa fuerza ancestral autócrata para intervenir la naturaleza y reordenarla, los libros religiosos ya no son determinantes, el nuevo evangelio tiene que ver ahora con la producción, el consumo y la acumulación de riqueza, algo que no es nuevo en el hombre, solo que ahora parece ser determinante. Para los millonarios que finalmente gobiernan el mundo en este siglo XXI y que están por encima de cualquier ideología, la estrategia les ha funcionado, aprovechándose del poder y con ello defraudando al fisco, disfrazando con inflada filantropía sus acciones de control de los sectores productivos y electorales, torciendo con ello la democracia a su manera, al no solo garantizarse el voto sino también el botín y con ello afincarse en el poder.
Por ello son los sectores que manejan la riqueza, aquellos que lejos de distribuirla entre la humanidad la acumulan y la conservan para su propio beneficio, quienes tienen a cargo el timón del destino, son ellos los que aportan la nueva gramática de la historia. Y son precisamente estos sectores, conscientes del agotamiento de su principal recurso de enriquecimiento como es la naturaleza y la sociedad donde crean las necesidades por lo innecesario de su producción descontrolada, donde el lujo confunde y enceguece, son ellos mismos quienes financian y patrocinan la investigación espacial, confiando en que al final lograrán abandonar el planeta para instalarse en otro donde continuarán con sus prácticas consumistas destructivas, dejando atrás el ruido, convertido en un estertor funerario en un planeta agónico que ya no tiene salvación, ni posibilidades de regeneración.
No consideramos que esta legión de ricos que actualmente gobiernan el mundo y lo están aniquilando lleguen a ver y disfrutar de esos viajes espaciales y muy probablemente esos viajes no lleguen a concretarse, ni ellos colonizarán nuevos planetas, pero apuntar hacia ello les permite seguir en su actividad depredadora mientras vivan, tengan energía y logren sus propósitos de enriquecimiento que parecen gozar de vientos a favor en medio de economías nacionales que han comenzado a sufrir desaceleración y crisis.
El ruido, la inquietud [llamémosle ansiedad] y la prisa nos hacen estar más solos al tiempo que nos impiden disfrutar de la soledad. Por eso debemos agudizar el oído, sobreponernos al consumismo que nos rodea, abrir bien los ojos para mirar más allá de las apariencias, del universo fragmentado, desprendernos de esa necesidad infundada de abrazar liderazgos donde no existen ni son requeridos y, desde cada uno, proyectados hacia los demás, volver a escuchar y escucharnos a partir de la inteligencia, subordinando lo emocional, proyectándolo mejor en la búsqueda de un equilibrio necesario entre dos extremos de la naturaleza humana que por separado podrían resultar dañinos, pero juntos estimulan el desarrollo de una emocionalidad inteligente, capaz de distinguir entre la fe y la confianza, entre los dogmas y los principios, entre el poema y la ocurrencia, entre unos labios húmedos para encender la pasión y un boca invadida de saliva donde se ahoga la esperanza.
Y llegados a este punto, adoptamos lo dicho por Ray Bradbury: “Hasta el fin de nuestros días, mantenernos contemplativos, cuerdos, de buen humor, es nuestra única misión, en medio de ciudades que nos tientan con la inhumanidad y de pasiones que amenazan con atravesarnos la piel con agujas invisibles.”
VICTOR HUGO FERNANDEZ UMAÑA
Poeta, narrador y ensayista. Posee una Licenciatura en Filología Española por la Universidad Nacional de Costa Rica y una Maestría en Literatura Comparada por la universidad del estado Pennsylvania, Estados Unidos. Ha ejercido el periodismo cultural y la crítica de danza en medios nacionales y cooperado con revistas internacionales. Miembro fundador del grupo Literario Sin Nombre, que reunió a otros poetas y artistas de su generación en torno al movimiento de promoción del arte en espacios urbanos, con excelentes resultados de público y crítica. Entre 1989 y 1996 fue director del Suplemento Cultural Ancora, que publica el diario La Nación y desde allí desarrolló una amplia labor en beneficio de la cultura, logrando la consolidación y el realce de los premios Bienales Ancora de la cultura, que se entregaron en diferentes géneros y prácticas artísticas y científicas, destacando la obra de la comunidad creadora e investigativa de Costa Rica.
En poesía ha publicado Calicantos, Las siete partes en que antiguamente se dividía la noche, Escala en Santa Rosa y otros trenes, Genealogía de mi sombra, Canciones para un Minotauro, No todas las naranjas cantan igual, Dulces blasfemias, Cuando seamos ausencia, La vida que no estaba y Clarividencias/Second sight. En novela ha publicado Los círculos del cuerpo, editorial REI, 1993. En relato ha publicado con la EUNED La Reina del Ácido, 2017; bajo el sello World Graphics editores, publicó El amante y la chica depresiva (2018), Los jardines olvidados (2022) y Tiempo entre vivos (2024). En 2024 también publicó El Libro de las devociones: conversaciones sobre escritura y tradición (entrevistas a cinco poetas costarricenses) (WG,2024).
vfernan@world.co.cr
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