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Ensayo /Juana M. Ramos

Ensayo

Las arrugas de mi infancia: un viaje identitario

Juana M. Ramos

Me encuentro en el aeropuerto, lista para abordar el vuelo que me llevará de vuelta a la gran ciudad que he dado en llamar “mi hogar”. El altoparlante anuncia un retraso propiciado por una avería en la nave que se suponía partiría a la 1 de la tarde. Las últimas palabras del representante de servicio al cliente refieren un “no se sabe a qué hora saldrá el vuelo”. Miro a mi alrededor con desconcierto y gran molestia, tropiezo con letreros de todos los tipos y colores, con diversos mensajes que, según el humor de los viajeros, cobran significados distintos. De inmediato llega a mi memoria Rosi Braidotti, la estudiosa italiana que me proporcionó, a través de sus libros, uno de los fundamentos teóricos para estudiar la poesía producida durante el periodo de la guerra civil salvadoreña. Y es que para Braidotti los aeropuertos representan lugares en los que los sujetos que se desplazan en ellos se hallan en “entre-zonas”, esto es, en una suerte de “no pertenencia”, espacios que convocan el desapego: “una tierra de nadie”. Los aeropuertos son, según la teórica, sitios en los que convergen multiplicidad de signos que les muestran a esos sujetos en tránsito (que somos los viajeros) tantas direcciones como significados posibles. Los aeropuertos son espacios-lienzos o, como ella misma sugiere y por ser espacios públicos, “palimpsestos”, que invitan a quienes los transitan a “escribir” su propia historia sobre otras historias previamente escritas de los sujetos que nos han antecedido. Somos, nos advierte, “subjetividades nómades”. Pero este “nomadismo” va más allá del mero movimiento físico, se trasplanta al ejercicio escritural, porque escribir, argumenta Braidotti, es “llegar a ser”. En esa frase se encuentra implícito un viaje, un desplazamiento de nuestras subjetividades, un proceso identitario. En sus palabras, “la identidad nómade es un mapa de los lugares en los que ya se ha estado … es un inventario de huellas” (la traducción es mía) (41).

Es ahí, en ese “inventario de huellas”, donde recupero en mi memoria la poética de Mónica Zepeda e inicio mi propio tránsito, a partir del camino que la poeta ya ha recorrido para trazar y poetizar su propia cartografía de vida. He tenido la fortuna de entrar en contacto con sus textos; primero con Si miento sobre el abismo, su ópera prima; más adelante, con Las arrugas de mi infancia, texto que he leído (desde que llegó a mis manos en forma de PDF) con el mismo ahínco y la misma fruición con las que leí su primer poemario. Las arrugas de mi infancia es, en mi lectura, un mapa que traza los caminos recorridos por la voz poética, que nos habla a partir del marco de un bien logrado oxímoron, como corroboramos en el título. De acuerdo con la RAE, el oxímoron es una “combinación de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido”. No es, pues, gratuito, que la autora haya echado mano de dicha figura retórica para dibujar el croquis de un viaje que inicia en su infancia, deja huellas en su subjetividad y la lleva a “un nuevo sentido” de lo experimentado: el texto poético. El poemario da morada a una voz poética “excéntrica” -fuera del centro- (recurro aquí al concepto de Teresa de Lauretis), es decir, a un yo poliédrico que se desplaza hacia los márgenes en cada poema, a partir de un ejercicio memorístico, para dar paso a una subjetividad que, si bien se ha encontrado inmersa en una vorágine de eventos pasados desde cada arista que la compone, no ha dejado de estar anclada a su esencia, esa que permea el poemario. Dicha esencia se objetiva en la “palabra” misma, que, en manos de la poeta, se camufla, se desnuda, se purga, se reescribe y sirve, incluso, de ventrílocuo que se presta para que el lector escuche esas otras voces importantes enquistadas en su imaginario.  Mi intención al darle forma a esta nota no es la de hacer un análisis exhaustivo de este cuaderno poético, ya habrá críticos importantes y con muchas más luces que se encarguen de ello, sino más bien de entrar en algunos versos que me ofrecieron una suerte de camino sinuoso a recorrer. Digo sinuoso porque Zepeda maneja la palabra de forma extraordinaria, tanto, que convida al lector a una experiencia intelectual de la cual emerge transformado.

El poemario nos abre dos puertas: “Los rescoldos de la infancia” y “Las arrugas de mi infancia”, y tras de ellas, dos subsecciones por igual.  Los epígrafes, característica polifónica de este ejercicio poético, funcionan como umbrales que dan paso a la voz poética y establecen un diálogo con ella. El quiebre en el paralelismo sintáctico, que intitula ambas partes, responde al cambio del determinativo que de artículo se convierte en adjetivo posesivo. Esta particularidad le concede al poemario un toque de universalidad. La voz poética se trasciende, traspasa sus propias instancias. Esos “rescoldos”, residuos que nos queman, son parte de todo ser humano, de ahí que apunten a “la infancia” en general, pero sin disociarse de la voz poética porque, como ser humano, también le pertenecen. La segunda parte que, además, da título al poemario, es la vivencia individual, las marcas de “su” infancia en “su” propio registro, tanto personal como poetizable y poetizado.  

En “Los rescoldos de la infancia”, llaman mi atención los poemas “Hombre” y “Mujer”, vis à vis, sin intermediarios. Entiendo estos poemas como un mirar entre visillos ese “llegar a ser”, como ese “inventario de huellas” que el yo poético recoge y cartografía: el mapa de un viaje doloroso. La niña, en “Hombre”, es lo que el poema pone de manifiesto y subraya, más allá de su título, porque en ella se ejerce la fuerza de los verbos de acción, “arrebatar” e “imponer”, que la vuelven un “sujeto-sujetado”. El adjetivo “sujetado” lo propongo en bivalencia, sujetado a las circunstancias vividas y, para su salvación, también a la escritura: “una niña a quien se le arrebató el renglón corrido / y se le impuso el verso de tajo”. La niña es ahora esa “Mujer” a la que la voz poética apostrofa, se dirige a ella en actitud dubitativa: “¿Todavía sientes, mujer, que eres otra y no tu niña?”. En ambos poemas también hay un tránsito con respecto a la persona gramatical. En “Hombre”, la voz poética habla sobre esa niña e inmediatamente con un “no” tajante toma la palabra en primera persona: “No. No me alcanzaron. Ni la tumba para impedirme amarte”. En “Mujer” el yo poético hace un trasbordo desde un “tú” a un “yo”, para establecer un diálogo consigo misma. Hay un desdoblamiento:

No respondas ni te juzgues.

Escapa, escapa, entonces, mientras puedas
y cuéntale al reproche tu arbitrio:

            Así me he ido, por la huida, yéndome lejos,
            y yéndome lejos, por la huida, no he vuelto a mí.

De más está insistir en el empleo magistral del lenguaje. Zepeda recurre a la políptoton (del verbo ir). La voz poética se mueve en un mismo espacio:  de un pasado aún vigente (he ido) a un gerundio (yéndome) para acabar confesándole al lector que aún no ha “vuelto” a ella misma. Estos cambios en los morfemas flexivos mimetizan el vaivén del sujeto poético, esa mujer que escapa de esa niña, busca salida y no la encuentra, porque huir implica volver a ella misma para huir de nuevo: “A veces, el ojalá es correr hacia uno mismo, / sin alcanzarse…”. Por otro lado, en “Fui grito de mi propia sombra”, el yo poético rememora su dolor ahora traslapado con el dolor colectivo, aboga por la comunión entre los seres humanos, por la búsqueda de un bien común que, en lugar de enfrentarlos, los una: “Cuánta ira, cuánta sangre, cuánta gente. / Si lucháramos por lo mismo; si tan sólo tú y yo dejásemos de luchar”. En ese “tú y yo” se contienen todas las relaciones interpersonales como una onda expansiva. El microcosmos debe necesariamente reflejar el macrocosmos: siempre en comunión con el otro: “No me interesa más la hermana muerte / en pos de la Madre Patria”.

En la sección II de la primera parte del poemario, tenemos “No sé, pero lunes no pudo haber sido”, un poema exquisitamente desgarrador. La voz poética se pone en la palestra y se desnuda, nos permite verla hasta el tuétano: “No tuve que desgarrar con ningún fierro las cicatrices / de mi brazo…”. Cabe notar el encabalgamiento sirremático que mimetiza el probable desgarro de las cicatrices ejercido por el “fierro”. Al ponerse en la palestra, desnuda, la voz poética nos muestra lo ilusorio de la existencia (y del tiempo – se diluye la frontera entre un día y otro) y nos exhorta a encontrar en la palabra aquello que no se dice, donde yace lo que verdaderamente importa, la verdad de cada uno:  

        Ya viste cómo lo visto se confunde con lo imaginado.

         Ni disponerse al sueño es clausurar los párpados
         ni resucitar los ojos, estar despierto.
         No siempre es otro quien está a salvo
         ni te resulta ajeno cualquier extraño.

El tetrástrofo citado remite, si bien no de forma pura, a la epanortosis, dado que invitan al lector a rectificar, enmendar y/o cuestionar el pensamiento dogmático. Al rectificarlo la estrofa se vuelve una suerte de palimpsesto en el que el lector ha hecho su propia reescritura, ha aportado su interpretación de lo propuesto por la voz poética. Zepeda nos reitera a cada instante que hay algo más allá de lo que vemos. La voz poética se construye y se erige a partir de la palabra, que exige hurgarse, entrar en contacto con uno mismo. La “Palabra” taladra y se impone: “Nada, Palabra, nada quieres tú de mí, sino mis dientes / remordiendo mi conciencia hasta el tuétano”. Este presupuesto, de la escritura como viaje hacia la construcción y, por qué no, hacia la redefinición de la voz poética, aparece categórico en “Yo soy el sitio donde prefiero quedarme”, el sexto poema de la primera sección de la segunda parte del poemario. Y es que para Mónica Zepeda el lenguaje es casa, es espacio de resistencia en el que se encuentra a sí misma para irse y volver sujeto nuevo. En el ejercicio escritural diserta con su esencia, que se transforma en el pilar que sostiene sus miedos, sus cuestionamientos, sus certidumbres. Así nos dirá “Escalé la mayúscula más alta del mundo”, “Medité en la rima consonante del camino”, “Exploré el bosque de niebla refugiado / entre el acento diacrítico de mí y mi vida”; en ella la letra transmutada en poesía es el ungüento que le proporciona el alivio a las heridas del mundo (propio y externo) y solamente la encuentra dentro de sí, porque en su esencia mora la palabra y en la palabra, su esencia. Ella es la hoja en la que (se) escribe y (se) reescribe, es la poesía en carne viva. En “Pantomima de una voz interior” (tercer poema de la sección dos de la segunda parte), los elementos del lenguaje también se hacen presente:                  

          Mantente en equilibrio sobre la diéresis
          que da sentido a la ambigüedad y camina
          más allá de los puntos suspensivos
          donde, hasta hace unos minutos,
          te habías mantenido en pausa.

La voz poética incita al objeto poético al que se dirige (tal vez a sí misma -o no-, en una suerte de desdoblamiento o una subjetividad escindida -o no-) a permanecer en consonancia, a pronunciarse y abrir otras posibilidades o realidades semánticas, a continuar el camino sin ningún tipo de reticencias. En la autora hay una conciencia clara del papel del lenguaje en tanto tecnología, herramienta de comunicación, y, a la vez, como ese espacio que nos confiere un sentido de “ser”, de construirnos simbólicamente.

Braidotti apunta que la subjetividad nómade también implica un viaje de identificaciones y desidentificaciones, pero siempre anclados a eso que somos, producto de dicho viaje- a nuestra esencia-. Dicho “viaje” lo percibimos en “Cada una de las venas”, poema que pertenece a la segunda sección de la primera parte (he aquí mi propio viaje textual). El yo lírico inicia aceptando las heridas pasadas: “Me duele, no lo niego, mi propio sufrimiento / rescoldos de la infancia que aún me abrasa”; y, apostado en el momento que escribe, se desdobla: “Me observo sin juicio, sin culpa, / sin castigo ni perdón. / Sólo me observo: / no mártir, no pecador”. Anclado en la escritura, en el lenguaje, en la palabra, el yo poético acepta esas circunstancias que han forjado su subjetividad: “Solo / de afuera hacia adentro, / así, adentro, siendo yo”. El gerundio supone un constante “llegar a ser” con todos los bagajes de nuestra travesía existencial. De forma magistral, la voz poética recalca: “Soy todavía, soy también”. Esto es, la persistencia de un antes, contenido en el adverbio de tiempo “todavía”, que en el poema se ha pseudosustantivado. Asimismo, “también” es, en mi interpretación, un adverbio que tiene incidencia secuencial, por lo que suma ese “antes” al “ahora” para dar como resultado una síntesis, que quedará sellada en el primer verso de la última estrofa del poema: “Soy todavía toda”. Hay un proceso identitario en la voz poética, un “llegar a ser”, un “inventario de huellas”, que culminan en un “por salvarme de nuevo / por volver a volver”.

De las lecturas nunca emergemos los mismos, tal vez por ello la urgencia de escribir sobre eso que nos ha tocado tras sumergirnos en los textos. Debo añadir que, si bien la intención es buena, la interpretación que uno hace de la voz del otro no siempre es grata al autor o a los lectores que leen estos intentos de exégesis poética. En defensa propia diré que leemos a partir de nuestra experiencia de vida. En este breve análisis de esos versos enquistados en mí, he querido simplemente hallar una respuesta a mis interrogantes a la luz de un presupuesto teórico (evitando, claro está, tropezar con la aridez de los academicismos). Pienso en esa voz poética como un sujeto nómade, no que deambula, sino más bien transita, vuelve y va y retorna al ras de todas sus aristas, y se construye a partir del lenguaje, porque la palabra es pala que se incrusta en la memoria y Las arrugas de mi infancia, un cuaderno poético que abre caminos y nos sirve de (pre)texto para reescribir y cartografiar las huellas de quienes nos acercamos a él.

 

Referencias

Braidotti, Rosi. Nomadic Subjects. Columbia University Press, 2011.

“Oxímoron”. Diccionario de lengua española, Real Academia Española, 2022, www. dle.rae.es/ox%C3%ADmoron. Accessed 16 May 2023.

Zepeda, Mónica. Las arrugas de mi infancia. Coneculta, 2020.

Las arrugas de mi infancia, de Mónica Zepeda:un viaje identitario UN ENSAYO DE JJUANA M . RAMOS
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Juana M. Ramos

Juana M. Ramos (Santa Ana, El Salvador, 1970). Profesora de español y literatura en York College, Universidad Pública de la Ciudad de Nueva York. Ha participado en conferencias, coloquios y festivales de poesía tanto en Latinoamérica como en España. Ha publicado los poemarios Multiplicada en mí, Palabras al borde de mis labios, En la batalla, Ruta 51C, Sobre luciérnagas, Sin ambages/To the Point , Clementina (versión en español) y el libro de relatos Aquí no hay gatos. Es autora del libro Nomadismo y alteridad. Las otras historias de la guerra y coautora del libro de testimonios Tomamos la palabra: mujeres en la guerra civil de El Salvador (1980-1992). Además, sus poemas y relatos han aparecido publicados en antologías, revistas literarias impresas y digitales en Latinoamérica, EE.UU. y España, y han sido traducidos al inglés, portugués, francés e italiano. En 2021 recibió el premio Feliks Gross Award otorgado por la Universidad Pública de la ciudad de Nueva York por su labor como docente e investigadora, y fue reconocida por la Fundación Chifurnia como Poeta del Año 2023 en El Salvador, En 2020 dio inicio a una intensa labor cultural a través de EntreTmas, un espacio digital donde entrevista y promociona a escritoras latinoamericanas y españolas que residen en Estados Unidos, Latinoamérica y España. Es curadora, junto a Margarita Drago, de Palabra-Imagen-Escena, un espacio artístico creado para la difusión de las creaciones de poetas, narradores, dramaturgos y artistas visuales que producen su obra en español en NY.

Mónica Zepeda (San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México, 1987). Licenciada en Literatura y Creación Literaria por Casa Lamm. Meta-NLP Master Practitioner por The International Society of Neuro-Semantics. Es autora de Si miento sobre el abismo (2014), Las arrugas de mi infancia (2020) y Ábrase en mí la llaga (2023). Su obra ha sido incluida en varias antologías como Universo Poético de Chiapas: Itinerario del siglo XX (2017); Poetas en el Cosmovitral (2018); La piedra del fuego, Antología de poetas chiapanecos (2019); Antología Multilingüe (2022). Ha participado en festivales de poesía nacionales e internacionales como Jornadas Pellicerianas 2022 y The Americas Poetry Festival of New York 2022. Parte de su obra poética ha sido traducida al polaco y al inglés. Poemas suyos también han sido publicados en reconocidos medios impresos y electrónicos de México, España, Honduras, Guatemala, Perú, Bolivia, Chile y Estados Unidos. Obtuvo el tercer lugar en el VI Premio Literario Internacional “Letras de Iberoamérica 2022” en la categoría de cuento corto con el texto Acerca de tiempos remotos.

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