Crónica / Carlos Villalobos
Técnicas para matar a un poeta
Técnicas para matar a un poeta
(A propósito de José Coronel Urtecho)
Subían al campanario de La Merced a leer poesía y en un acto iconoclasta que tuvo lugar en 1931 proclamaron la muerte del modernismo. La ciudad de este crimen fue Santiago de Granada, la Gran Sultana de Nicaragua o el espejismo de París en Centroamérica. Eran los jóvenes poetas nicaragüenses de la primera mitad del siglo XX y no sabían qué hacer con el peso universal de su compatriota Rubén Darío. No había otra solución: sí o sí tenían que matarlo con la navaja de su propio juego; es decir, con la poesía.
El principal ejecutor fue José Coronel Urtecho Guerrero, un poeta que acababa de regresar a su país, luego de un viaje por Estados Unidos donde tuvo la oportunidad de conocer los códigos estéticos de la poesía norteamericana que circulaba a inicios de ese siglo: Whitman, E. Pount. T.S. Eliot, entre otros.
Era el filo que necesitaban para acuchillar de una vez por todas al modernismo y, de paso, esculpir con la misma gubia el nacimiento de una nueva estética. Acompañaron a Urtecho en esta tarea, entre otros poetas, Joaquín Pasos y Pablo Antonio Cuadra. José Coronel se convirtió en la punta de lanza del vanguardismo que impactó en Centroamérica y que gracias también al aporte posterior de Ernesto Cardenal, sería conocido como el movimiento exteriorista, una estética que aboga por el objetivismo y los rasgos conversacionales.
Esta información, que era parte de mis cursos cuando estudiaba el grado de literatura en la universidad, quizá no habría tenido tanta relevancia si no es por el dato de que este escritor se había asentado en territorio costarricense, cerca de la frontera. Ahí en un paisaje agreste fundó su domicilio con María Kautz Gross, la mujer que lo acompañó casi hasta el borde de su vida.
En un arrebato de curiosidad a finales de 1993 un grupo de amigos universitarios planeamos un viaje hasta los Chiles, el pueblo fronterizo donde nos habían dicho que residía el célebre poeta.
En trasbordo de autobuses y, dando palos de ciego, por fin llegamos al poblado y dimos con el barrio las Brisas y, finalmente, con la casa del nicaragüense que lideró la segunda muerte de Rubén Darío. Preguntamos por él y salió a recibirnos con un gesto de malas pulgas. Supuso que habían llegado quizá unos vendedores inoportunos o algo peor: los anunciadores del fin del mundo. Pero cuando le dijimos que éramos unos poetas y estudiantes de literatura que habíamos venido a conocerlo, le cambió el semblante.
Hizo un círculo de sillas mecedoras en el corredor de la casona, pidió vino y trajo poemas para leer. Luis Rocha, un poeta y periodista nicaragüense que estaba de visita, se unió a la conversación y nos mostró una nueva edición de libro Pol-la D’Ananta, Katanta, Paranta, que recoge los poemas que inauguran la vanguardia nicaragüense. José Coronel movió las manos con un gesto de negación y aseguró que ese libro no era suyo. “Yo escribo poemas, -dijo- los libros los hacen mis amigos”.
Su salud era endeble. No ocultó que un cáncer lo había sentenciado. Habló de su vida y de María Kautz, la mujer que hacía poco había muerto y lo había dejado solo. Recordó también la visita de Julio Cortázar cuando vino a Costa Rica y durante la guerra cruzó de incógnito la frontera de Nicaragua para saludar a los poetas.
Casi al caer la noche nos despedimos. Le regalé uno de mis libros de poesía y prometió que lo leería. Fue un adiós triste. Mantuvo la mano levantada como una bandera mientras íbamos saliendo de las Brisas.
El 19 de marzo de 1994, un poco más de cuatro meses luego de aquel encuentro, justo el día de su propio santoral de San José, falleció. Semanas después volví de nuevo a los Chiles, esta vez viajé con un grupo numeroso de escritores ticos que quisimos hacerle un homenaje póstumo. De paso fuimos a visitar la casona campestre donde vivió. Una de las mujeres que salió a recibirnos me reconoció. Me dijo que se acordaba de la reunión que habíamos tenido con el poeta. Aseguró que ese día le regalamos una tarde de buen ánimo. “Por cierto — dijo ella— el día en que murió estaba leyendo el libro que usted le regaló”. “¿Está segura de que era mi libro?” —le pregunté incrédulo. “Sí —me aseguró— ahí estaba en la mesita de noche. Yo misma lo recogí luego”.
No sabré jamás si el poeta alcanzó a leer mi libro. Tal vez lo abrió, tal vez leyó alguna línea. ¿Cómo saberlo? Lo que sí es cierto es que de alguna manera me siento responsable de que haya muerto. Hay una prueba fehaciente: mi libro a la orilla del cadáver. Dadas las circunstancias no puedo descartar la posibilidad de que, como él con Rubén Darío, mi poesía también ha matado a un poeta. Así las cosas, confieso públicamente que, quizá, fui yo el asesinó a José Coronel Urtecho.
Carlos Manuel Villalobos
Costa Rica, (1968). Es ganador del Premio internacional de poesía Dolors Alberola (España, 2022) y del certamen UNA-Palabra en el género cuento (Costa Rica, 2019). También ha ganado en lírica el premio Brunca de la Universidad Nacional de Costa Rica, 2014; el Premio Editorial de la Universidad de Costa Rica en 1999.y el Arturo Agüero Chaves, 1993. Entre sus publicaciones literarias destacan Curación de la locura (2020, cuento) Altares de ceniza (España 2019, poesía); El cantar de los oficios (2015, poesía); Trances de la herida (México 2015, poesía); El ritual de los Atriles (2014, disertaciones); Insectidumbres (2009, poesía); Tribulaciones (Guatemala 2003, cuento), El primer tren que pase (2001, poesía); El libro de los gozos (novela, 1era. ed. 2001, 2da. ed. 2019); Ceremonias desde la lluvia (1995, poesía) y Los trayectos y la sangre (1992, poesía). Es doctor en Literatura Centroamericana, máster en Literatura Latinoamericana y licenciado en Periodismo. Se desempeña como docente en la Universidad de Costa Rica, donde imparte Semiótica y Teoría Literaria. En esta institución ha fungido como vicerrector de Vida Estudiantil y director de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura. Ha dictado cursos en universidades de Estados Unidos, México y España, y ha participado como escritor invitado en festivales literarios en España, Alemania, Egipto, Marruecos y en diferentes países de América Latina.
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