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Artículo / Por: Jonatan Lépiz

¿Cómo se construye un recuerdo?

¿Cómo se construye un recuerdo? Memorias dispersas sobre la creación de una editorial Por Jonatan Lépiz

UNO
Me piden un texto, unas palabras sobre un recuerdo, sobre cómo o de qué manera se vive un recuerdo y este se hace presente y modifica o delinea la ruta insegura y, en ocasiones, infructuosa del futuro.
Pero el futuro de ese recuerdo es hoy.
Y yo hace rato no hurgo en esas minas de sal, en las minas de sal, sí, esa es la imagen, máquinas excavando la tierra y encontrando la piedra, ¿qué tipo de piedra? La halita.
La halita de los recuerdos, el material con el que se hacen algunos candelabros, los candelabros que alumbran las horas oscuras del presente que alguna vez fue el futuro.

DOS
Busco en Google el nombre de la mina de sal más antigua.
“La Mina de sal de Bochnia” en Polonia, no, esta no es, esta es una de las más antiguas, pero no.
Repito la búsqueda, soy más específico.
Encuentro un artículo de un medio francés en el que se menciona que la mina de Hallstatt, ubicada en los Alpes austriacos, es la mina de sal más antigua del mundo.
Hallstatt data de hace unos 7 mil años y albergó una de las civilizaciones más prósperas del primer milenio antes de la era común. En el siglo XIX se desenterró allí una necrópolis.
En medio de los Alpes austriacos existen los restos de un océano de hace 250 millones de años.
Hasta el 2018, la mina aún se mantenía activa.
La sal también es un recuerdo.

TRES
Han pasado semanas desde que me encargaran el texto.
Las horas solo son puntuales cuando llegan, mientras pasan habitan un caos pequeño, del tamaño de una tecla o de una palabra y siempre son más fuertes que el silencio.
Traté de ordenar, en estos días, qué decir y cómo hacerlo. Me parece que he contado la historia tantas veces.
Así se construye una mitología, por más pequeña que sea. Se hacen las de Homero y se termina como Proust. En medio de esto que acabo de escribir se encuentra algo parecido a una verdad.
Pasaron los días, pasaron las horas. Ahora, frente al teclado, pongo música para tratar de encontrar un hilo que pueda seguir.
Escarbo las minas, nada de sal por el momento.

CUATRO
Afuera llueve de una manera que tenía meses de no ver.
El viento sin dirección, el agua golpea las ventanas de forma horizontal, el caos del agua, como el caos de las horas, sobre los elementos y los árboles que no saben hacia dónde inclinarse o rendirse.
Esta imagen, esta sensación, me hizo mirar hacia atrás. Ahora sí, hacia un tiempo donde un océano prehistórico bañaba las costas de la juventud y en el océano había sal y piedras y horas y días y palabras, muchas palabras.
Había risas y calles transitadas de noche, de día, de madrugada. Habían, también, sueños o lo que pensamos, con la ignorancia y temeridad de la juventud, que son los sueños o su contorno.
Ignoro si las cosas surgidas alrededor de la literatura son el cumplimiento de un sueño o el humo metálico de una pesadilla, un dolor sublimado o un juego. Apenas el perímetro de la vida o el área de la vida.
Pero las cosas comenzaron como comienza todo, hay palabras, hay lenguaje, y sabemos que el lenguaje es un límite, entonces se empujan los límites para atestiguar hasta dónde ceden.
Se comienza empujando los límites, se termina viviendo en otra realidad.

CINCO
Y ahora retrocedo un poco.
Porque antes de todo se debe construir una mitología, de lo contrario, las historias se caen más rápido de lo que deberían.
Entonces puedo ver, hacia atrás, siempre hacia atrás, una casa en Jardines de Santa Lucía, allá en el barrio de mi infancia, en ella, una reunión de personas que fueron una familia unida como pocas.
Una tarde allí, un ensayo para una lectura con videos, música y performance.
Eran los últimos días del Taller Literario Netzahualcóyotl, eran los últimos días de una forma de la felicidad.
Para contar lo que sigue me plagio un poco. Toda historia tiene sus evangelistas y, en esta, el arte del plagio es necesario, fundamental diría, a estas alturas de la mañana y de la hora de entrega del texto que me pidieron.
Me solicitaron un fragmento del pasado, de mi pasado, para intentar explicar ciertas cosas del presente y de los años que recién se han ido y entonces todo empieza así, con una especie de altar a nuestra juventud.
Y todo altar es, también, una forma de despedida.

SEIS
Bertrand Russell dijo que el momento determinante de su vida que lo acercó al escepticismo fue cuando en su infancia intentó atrapar un ángel. Decía, además, que el poder corrompe la belleza, la belleza del mundo, claro.
En aquellos tiempos, todos andábamos a la caza de ángeles, mirando los sitios donde el mundo se resquebrajaba, sin más herramientas que el deseo, la tristeza y la voluntad.
Corría el año 2000 o 2001, éramos russellianos al creer que el amor es sabio y el odio una tontería, aún ninguno de nosotros llegaba a los 20. Todo comenzó como inician las grandes historias o las pequeñas. Las historias que desarrollan o potencian un pathos en el que nos vemos sumergidos el resto de nuestras vidas.
La librería era un local pequeño, el segundo local, si mi memoria no falla, el número 4, de Plaza Cibeles. Justo en esas semanas surgió el Taller Literario Netzahualcóyotl, justo ahí, mucho de lo que somos hoy nació también y fue mudando hasta esta mañana en la que enfoco, borrosamente, una Heredia inventada.
Esa Heredia que era más una alucinación de las señoras aristócratas que se reunían en la Casa de la Cultura para hablar de la clase social herediana que llegaba a su fin, como llegaba a su fin un siglo de idiotez y espanto.
El taller creció, éramos un grupo de 5 o 6, a partir de entonces nos hicimos, prácticamente, inseparables. Pasamos tardes enteras hablando de poesía, de las cosas que habíamos leído muchos años atrás y que, de pronto, en esas tardes de lluvia o de sol, volvían. Volvimos a Enrique Lihn, Lorca, Aleixandre, Gonzalo Rojas, Juan Gelman, Roberto Juarroz, Anne Sexton, Sylvia Plath, Emily Dickinson, Alejandra Pizarnik, volvimos al romanticismo inglés, a Keats, a Byron, Shelley, Yeats, a Wordsworth, a las locas batallas que enfrentaron y a las muertes ridículas que, algunos de ellos, buscaron. Releímos la maravillosa balada del viejo marinero de Coleridge, todavía recuerdo algunos versos: “Aturdido por el ruido, aterrador que cielo y mar estremecía, mi cuerpo quedó a flote, como quien lleva ahogado siete días”. Luego Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, que nunca me gustaron mucho, Mallarmé, Gautier, Lautréamont. Llegamos a repasar Panero. Nos sumergimos en Watanabe, en Margarit, Ferrater, Szymborska, Gervitz, Vilariño, Vitale y en otras aves raras. Luego, revivimos a Borges y reconocimos que el centro de todas las cosas era Vallejo.
Nos unió la cursilería, el cinismo, el sarcasmo y un gusto musical que llegamos a aborrecer con el tiempo. Hemos destruido habitaciones de hotel, golpeado a paraguazos los portones de los bares en los que no nos dejaban entrar, golpeado, también, muchas mesas, compartido heridas, hemos visto el siniestro movimiento de la madrugada mientras hablamos del amor, hemos sentido el reverso de esas horas, las de la espera. Hemos tratado, además, de invocar el olvido.
Y el olvido llega, pero es una máquina que funciona a medias, en su interior hay vapor y niebla y, sin embargo, todavía podemos adivinar ciertos contornos, ciertos gestos que nos hacen quienes fuimos desde esa bruma.
Es cierto que no sabemos si son señas de ayuda, de emergencia o de una pacífica despedida.
Y como todas las grandes bandas, el taller se disolvió en esa última gira cuyos ensayos puedo ver, aún, en la casa de mi infancia, en Santa Lucía, sin hacer ningún esfuerzo.
Cuando el taller quedó sepultado, nació Ediciones Espiral.
Y Ediciones Espiral es, también, una especie de Hallstatt.

SIETE
Cuando leo o leía uno de los primeros libros que publicamos en Ediciones Espiral, “Emigrar hacia la Nada” puedo vernos recorrer una provincia que no se cansa de ser un espejismo del siglo XIX, en ella, 5 o 6 personas cantaron a gritos los que fueron sus himnos de guerra o de barra de fútbol y conocieron a toda una generación de bartenders que les odiaron y quisieron casi por partes iguales. En sus páginas, de alguna u otra manera, está cifrada nuestra historia, lo que fuimos para ser lo que somos, bitácoras de excesos, viajes en conjunto, locura; pero, sobre todo, son el recuento de lazos que atraviesan el tiempo y crecen y sobrepasan la literatura.
En sus páginas, nos veo en nuestros veintes, inocentes y llenos de fuerza, de futuro. De alguna manera, encierra el soundtrack de una década violenta. La voz de todos nosotros, narra las noticias que aparecen acá, en un set falso que puede ser, siempre, la misma habitación, el mismo ventilador que gira sobre los ojos de alguien que mira en retrospectiva las imágenes de la tele, las canciones de discos que quedan grabadas, como si aún existieran los casetes y fuera imposible rebobinarlos o detenerlos.
A todos nos alegra que las tormentas que vimos desde el mar de nuestra nostalgia no estén ya en ninguna parte. Seguimos saliendo a caminar, volvemos a invocar el olvido, somos ya un poco diferentes a entonces, unos más comprometidos con esa molécula que nunca deja de ser extraña y que los conservadores llaman familia. Es cierto que ya no vamos a desayunar los domingos al 00 con los ojos llenos de lágrimas. Es cierto que es bastante agradable que ya no sea así.

OCHO
Y desde entonces, quiero decir, desde agosto del 2009, Ediciones Espiral ha publicado más de 30 libros, entre ellos, la primera antología centroamericana de la recién galardonada con el Premio Cervantes, la gran, Cristina Peri Rossi; una traducción alucinante y maravillosa del libro Los valientes no escriben poesía de Daniel Jones; ese libro violento y visceral que es Matar un animal de Susana Villalba, escrito con una potencia como pocos; los primeros libros publicados en la región de Ben Lerner y Brenda Hillman; un libro que todo mundo debería leer El miedo es un director de orquesta; y las alucinaciones que habitan El año de la muerte de Tim Burton; la grandeza de libros como Cuadernos de Salónica y El abominable libro de la nieve; así como el talento innegable de tesoros como Estación Baudelaire y Taskent soledad ultra; la potencia de Detener la historia; la locura de Del amor filiar y otras desviaciones; y la ternura y la inmensa poética de Xarxa D’ Aranya y Mayday.
Es la historia de la poesía dentro de una editorial de poesía.
Muchos otros libros conforman nuestro catálogo. Todos, sin duda, son tesoros sumergidos en las minas de sal de nuestra historia. Todos, sin duda, forman parte de los candelabros que dan luz en cualquier oscuridad, en la oscuridad que acecha cualquier día en la vida de las personas que los leen.
Esta no es una historia sobre la dificultad, que la ha habido. Sostener una editorial de poesía es sostener una excavadora sobre el agua.
Es más bien una historia de un momento en el tiempo, la historia de la juventud.
Ignoro, realmente, si las cosas surgidas alrededor de la literatura son el cumplimiento de un sueño o el humo metálico de una pesadilla, pero a pesar de eso continuamos de pie.

NUEVE
Somos del tamaño de los lugares a los que hemos ido, de las cosas que hemos visto.
En este momento, Ediciones Espiral es del tamaño de lo que cabe en tres vidas, en tres familias y esa área de la vida que acontece en las emociones y en la complicidad. Es, también, del tamaño de sus lectores y lectoras.
Y su trabajo sigue y sus proyectos continúan, con el fin de robustecer y ensanchar su catálogo con la misma calidad de siempre, aunque, de momento, parezca que esa mina de sal está quieta a merced de los vientos de las altas montañas.
Pero sabemos que el caos de las horas es más poderoso que el silencio.
Me pidieron un texto sobre la experiencia o dificultad de editar en Costa Rica, no pude hacer otra cosa que un repaso por nuestra historia.
La dificultad no tiene altares, tienen altares el valor y la voluntad, también la cobardía. Tienen altares el odio y la derrota, pero sobre todo el amor.

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Jonatan Lépiz Vega

Costa Rica (1981). Vive en el barrio obrero de José María Zeledón. Ha publicado 4 libros de poesía. Es director y editor de Ediciones Espiral.

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