ARTÍCULO / Por Víctor Hugo Fernández.
Ciego de Noche
Durante la segunda mitad del año 2023 el poeta costarricense de origen herediano Paúl Benavides Vílchez ha publicado -bajo el sello Letra Maya editorial- su libro de poemas titulado Ciego de noche, el cual reúne poesía escrita entre 2016 y 2023. Ofrecemos algunas anotaciones al margen y recomendamos su lectura
Por: Víctor Hugo Fernández
Algo tiene el poeta Paúl Benavides con el tema de la ceguera y la búsqueda de la luz que se oculta o se difumina más allá de lo inmediato. En 2014 publicó su libro titulado Oficio de Ciegos y ahora, en 2023 publica Ciego de noche, un compendio de su trabajo poético a lo largo de ocho años. Un tiempo reunido en este libro donde la ceguera, la noche, la luz difusa, la niebla y también la lluvia se han convertido en los filtros a través de los cuales una voz poética busca reconciliarse con su existencia, en un presente dinámico, retrocediendo hacia un pasado aún fresco, pero quieto, fijo, grabado en el recuerdo, donde residen sus raíces y quizás las respuestas que no encuentra hoy y por lo cual prefiere reposar en la nostalgia como el recurso predilecto. El libro es un viaje constante al pasado, a la infancia, a la juventud, a lo vivido.
Pareciera que la visión simple y desnuda de la realidad, le resulta insuficiente para aprehender la esencia de las cosas y por ello propone un ojo capaz de penetrar la oscuridad de la memoria e iluminar los recuerdos, porque es precisamente en ellos donde encuentra la solidez del árbol y la profundidad de la raíz. Así, nos dice: “Tu recuerdo/ahora,/me crece como un árbol/secreto e imaginado/entre las manos.”
Aunque ahora con una poesía más contundente, rica en metáforas y madurez expresiva, lo que hoy leemos del poeta Benavides es ciertamente una continuidad -en el discurso lírico- de sus inquietudes expresadas a lo largo de los últimos 10 años y que tienen como antesala el libro mencionado y publicado en 2014: qué es lo que vemos, cómo lo vemos, tan importante es en su poesía el ojo que mira lo inmediato, el mundo afuera de nosotros y lo reinterpreta como también el ojo de la memoria, ese que se encarga de hurgar en el pasado y sacar a la luz los recuerdos, para hacerlos lucir vivos en nuestro presente.
Uno es aquello que mira, parece decirnos el poeta y por eso no solo mira a su alrededor, sino que también se busca en el pasado, se recupera en acciones propias y ajenas y se reinterpreta, se asume individuo, ser solitario, de la misma forma que se acepta ser social, comprometido con la historia y su entorno.
Se mira a sí mismo y también se refleja en las cosas, en los demás. Desde allí se pregunta por la Patria, por ese territorio no solo suyo sino compartido con los demás, los más cercanos, los consanguíneos y también los distantes, los otros, los compañeros de su generación y sus coterráneos. De sus poemas más hermosos en este libro aquellos donde canta a la Patria, una distinta, que no depende de una bandera, ni de un himno sino de una vivencia con lo más íntimo. Justamente el poema que abre el libro nos captura y seduce, con su ritmo envolvente y humanizador de la Patria. Cuando se lee ese poema de entrada ya el libro encanta y seduce, invita a seguir avanzando: “La casa a la que vuelvo,/donde hablo,/con los fantasmas que me vieron nacer,/y duermo en el lecho./Donde el amor/y la pesadilla arden impunes./Son mi patria.” “esto que linda/al sur con la nada,/al centro con la nada,/al norte con la nada,/también son mi patria.” Una patria con la que abre su canto y a la que regresa muchas veces a lo largo del librario, incluido el Poema 56, ya casi en el epílogo de la lectura, donde además introduce otro elemento presente en el libro, ejerciendo un curioso magnetismo como es la ciudad. De manera que si al principio del libro la patria es algo personal “donde el amor y la pesadilla arden” hacia el cierre del libro la voz poética se asoma a la ciudad y busca en ella los resabios de esa patria esquiva: “Patria sin adjetivos/sin nombre/crecida a/cada rato en su desgracia,/me decías.” “En esta ciudad/me decías,/que te parecía/crecer desde el fondo de la nada”.
Durante los últimos ocho años han ocurrido sucesos en el planeta que han modificado sustancialmente el estilo de vida de todos nosotros, sucesos que a la escritura no le son ajenos, como la pandemia y su ritual de muerte.
La pandemia afectó al individuo, al núcleo familiar, a la comunidad, a la patria y al mundo, introdujo cambios significativos no solo en nuestras prácticas sanitarias, sino en la espiritualidad misma. Una epidemia que dejó muchas enseñanzas y también mucha soledad y muerte. Estos temas, no le son ajenos al poeta en este libro que nos ocupa, el cual comprende 64 poemas, todos ellos sin título, solamente numerados y divididos en cuatro secciones: Atávicos, Noctívagos, Erráticos y Solitarios.
Este libro es el testimonio de su tiempo, que nos entrega una consciencia refinada, que vive y responde a la época de una forma estética y crítica a la vez. Sin olvidar su compromiso con su entorno, la voz en Ciego de noche se vuelve sobre sí misma buscando lograr, por medio de la introspección, lo que el ojo no es capaz de alcanzar, como es mirarse a sí mismo. Salvo en un espejo, el ojo siempre es capaz de mirarlo todo menos a sí mismo. He allí la misión del ciego de noche: poder mirarse en las profundidades de la conciencia y confirmar o rechazar que allí habite el alma.
Se trata de un largo poema descubrimos al final del viaje de la lectura, escrito fragmentariamente, pero compuesto a su vez de reiteraciones, de regreso a ciertos elementos, de metáforas recurrentes, de ciertos símbolos, lo cual nos sugiere un pensamiento cíclico, que a su vez se inserta en un canto profundo a la muerte, vista eso sí, no como el fin de las cosas sino por el contrario, como el origen mismo de las transformaciones. Pareciera que vivimos para descubrirnos nacer en la muerte: “Uno se va, se muere como un pino,/como un ciprés con alas./Cambia de lugar, de hijos/de casa,/de mañana”. De nuevo el árbol, esta vez asociado con la muerte y esta con el cambio, con la transmutación. “Y se va yendo y va viviendo,/ y no lo sabe./Lee, compra el periódico, desayuna,/va muriendo, respira y vive./Y no lo sabe/duerme, duerme.”
Los muertos siempre y por todas partes son muchos más que los vivos. Ellos no dicen nada –y por eso el silencio se hace tan espeso. Y sin embargo ellos oyen y hablan por medio de la voz poética que los trae al presente gracias al poder del recuerdo, a la capacidad regeneradora que descansa en la memoria: “Y aún así vive aunando recuerdos/con soledad./Lentamente/ como si muriera/y no sabiéndolo”.
Como es un libro de ciegos, de videntes que buscan mirar al otro lado de la memoria, queda claro porqué la voz poética nos habla de “El rincón más amado en la penumbra”. Y es que uno atraviesa este libro a través de una lectura queda, susurrante, como se atraviesa la noche en una embarcación que navega lentamente a lo largo de las metáforas que extraen el subconsciente y lo ponen sobre el papel, convertido en un discurso donde los matices y el ritmo de las palabras sugieren un horizonte donde el paisaje está tejido con los mismos hilos que los sueños.
Nos encontramos con un libro donde existen los sueños, las visiones, pero no se duerme, por el contrario, se derrama la vigilia, en ocasiones el insomnio. Por eso la voz se abraza a animales domésticos que marcan la conciencia y acompañan el paso del tiempo: los gatos, los ladridos de los perros. La solidaridad de las mascotas resulta ser más importante a veces que la solidaridad de los humanos. La voz de los poemas prefiere esa relación esencial cono los animales cercanos, ese nexo marcado por la lealtad y el amor transparente. Incluso un colibrí, diminuto y exacto en sus medidas, -“un colibrí de ocho centímetros pasa frente a mí”-, ejerce un gran poder sobre este ciego que narra y canta, que lamenta a veces cómo la muerte siempre al acecho nos impide incluso despedir a los amigos. Y hay que aceptarlo, dejarlos ir sin un último gesto de afecto, derramar lágrimas necesarias y seguir la ruta, atravesando esas “Borrosas fábulas en la memoria,/quietas, arden como fogatas a un tiempo/y me golpean eso que, en silencio,/llamo alma.”
Libro de búsquedas, cargado de hermosos hallazgos discursivos donde el ojo, el más autónomo de nuestros órganos, adopta la ceguera como la forma de penetrar la luz del invierno y así cruzar umbrales, zonas de sombra, de visualización difusa, para desnudar lo que está al otro lado de esa luz siempre escasa, la de octubre, la de mayo, la luz de la lluvia y la neblina, la luz del frío, la que ilumina la muerte. Poemas conteniendo pequeños y solitarios rituales, de hallazgos como tesoros de conciencia, de misterio y redención, donde el ojo no se identifica con el cuerpo al que pertenece, sino con el objeto de su atención, en este caso los recuerdos, la nostalgia que habita la memoria.
Por eso, este libro nos sugiere en su lectura -entre otras cosas- que nosotros partimos, pero la belleza queda. La belleza es el presente, el libro que leemos, nosotros somos el pasado, vivo en los recuerdos, por eso somos huella, memoria, lucha, destrucción, insurrección, desafío, desobediencia. Somos el tiempo con que el ojo mira el pasado y mientras parpadea, deja escapar una lágrima, capaz de irrigar la belleza de una poesía que se redime en ese dolor inherente a la aceptación de la búsqueda -siempre inagotable- con que el ciego, llámese vidente, poeta o lector, se enfrenta a un horizonte que, aunque siempre invisible ante sus ojos, lo atrae hacia lo incierto con sus cantos de sirena.
VÍCTOR HUGO FERNÁNDEZ UMAÑA
Costa Rica, Agosto de 1955. Se ha desempeñado desde muy joven como activista cultural y comunicador. Estudió Filología y Lingüística Española en la Universidad Nacional y Maestría en Literatura Comparada por la Universidad del Estado de Pennsylvania, Estados Unidos, donde se especializó en Literatura y Ciencia: De qué forma la Teoría de la relatividad modificó la literatura del siglo XX. Miembro fundador del grupo literario Sin Nombre. Fue director de la escuela de Danza de la Universidad Nacional y editor del suplemento cultural Ancora del diario La Nación. En poesía ha publicado Calicantos, Las siete partes en que antiguamente se dividía la noche, Escala en Santa Rosa y otros trenes, Genealogía de mi sombra, Canciones para un Minotauro, No todas las naranjas cantan igual, Dulces blasfemias, Cuando seamos ausencia y La vida que no estaba. Clarividencias/Second sight. En novela ha publicado Los círculos del cuerpo. En relato ha publicado con la EUNED La Reina del Ácido, bajo el sello World Graphics editores, publicó El amante y la chica depresiva.
Paúl Benavides Vílchez
(1966, Heredia, Costa Rica). Poeta, sociólogo, asesor parlamentario y profesor en la Universidad Nacional de Costa Rica. En poesía ha publicado Duelos Desiguales (EUNED, 2011), Oficio de Ciegos (2014, Arboleda Editores) y Apuntes para un Náufrago (2017, Editorial Letra Maya), así como artículos académicos y publicaciones sobre Cultura, Política y Sociedad en diversas revistas nacionales e internacionales.
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Buena radiografía, más que de un libro, del poeta. Tenía que ser otro poeta quien escribe. Excelente forma de invitar a leerlo. Gracias.
Exelente presentación del libro
Creo que el elemento luz ha sido
Muy importante para en escritor Paul Benavides, su eterna lucha por la eliminación de la ignorancia humana, por medio de la lectura.
Felicitaciones Paul.
Maravilloso poeta
Saludos muchas gracias éxitos
Gracias por publicar este artículo, disfruté la lectura.
Excelente presentación del libro que invita a leerlo y analizarlo con detenimiento.
Tanto Victor Hugo como Paúl son excelentes personas, académicos y escritores orgullosamente costarricenses. He leído a ambos y los seguiré leyendo.
Saludos Coordiales.
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