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Poesía / Ecuador

Poesía

En esta muestra de Xavier Oquendo Troncoso (Ambato, Ecuador, 1972) descuellan textos de aliento extendido en donde confluyen ríos, amaneceres y afectos entre abrazos, cartas y fotografías. Con tono irónico y manifiesta melancolía. Con hondo martillazo de cavilación en donde sobresale la referencia de otros poetas y registros artísticos (como el homenaje a Juan Gelman). El poeta asume la angustia “de azúcar” como elemento indisoluble en la inventiva, cuya estructura alcanza un elogiado hallazgo estilístico: “Dónde hallará dolor mi poesía, / color, el homenaje de alguna monja muerta / de alguna flor sin niño que la arranque / sin verde que le hereden / sin ojos que se queden cíclopes y tuertos”.
Oquendo, poeta imprescindible en esta zona ecuatorial y latinoamericana, provoca un torrente hiperbólico de mares y ternuras, de hijos y padres, de dioses celestes y ausentes, de caricia y páramo; música que entona con savia porfiada la dicha tan esquiva, luna callada y pálpito de viento con alas abiertas a la fecundidad poética. “Eso: la palabra. La que canta. La que baila. La que mata. / La que es antídoto para hacerte inmortal…”.

Aníbal Fernando Bonilla

 

EL COLORADO

Mi padre era enorme:
alto, corpulento.
Tenía el pelo rojo y parecía un vikingo.
Caminaba firmemente y todo lo podía hacer.
Todo lo hacía:
abría los frascos más duros,
abría el mar,
abría el cielo cuando estaba nublado,
abría la tierra.
Cuando había lluvia, ponía su mano como un paraguas
para que pasemos del agua al cobijo.
Le encantaba manejar,
tenía un perfume peculiar,
sabía comer bien,
sabía abrazar bien.
sabía mirar bien.

Mi padre tenía las manos gruesas y una piel delicadísima.
Sufría de alergias.
Era bello papá.
Primero dormía tarde, luego dormía temprano.
Primero odiaba los gatos, y en un tiempo amaba los gatos.
Primero odiaba las telenovelas, después amaba las telenovelas.
Papá era imponente.
A donde entraba le tenían respeto,
era un gigante hermoso.

A él le gustaba que escriba poemas
y hasta a veces me pedía que lea unos sonetos.
Papá no lloraba, pero yo lo vi llorar.
Papá no se enfermaba, pero yo lo vi enfermo.
Papá no se quejaba, pero yo lo vi en la queja.

Yo sí le sigo pidiendo cosas, protecciones, bendiciones, paraguas.
Su mano hermosa para que me cobije de los rayos,
de ríos correntosos,
de la piel delicada.

Aún parece que sigue viajando en su camioneta.
Jugaba fútbol.
Escuchaba toda la música.
Hacía cosquillas.

Ahora mismo recuerdo todito él,
que es un recuerdo grandote.


JUAN

Yo no quería escribirle un poema a Gelman
sin que antes no pasara por mí algún ejército de ángeles
que me reclame el abrupto.

Alguna vez, Juan me dijo que fumaba mucho
y que no quería incomodar con sus humos
y a mi bello país donde los colibríes
están hasta en las sopas de los vientos.

Incómodas sus enfermas palabras de muertito
y sus noticias del pasado
y su trueno sometido al suspiro
y sus acordes ya debilitados
y sus gestos de gato
y sus bigotes que danzan hasta ahora
y su palma derecha que siempre está en la izquierda
y su corazón de fruta hidratada
y su cargamento de alma
a mi tranquilidad de anacoreta solitario

Además, Juan tuvo esa sonrisa de cantante
y esa leva negra de porteño
y esa conexión con su silencio
y esos poemas de duende castellano
y esa cara de fenómeno invertido
y ese corazón que no hay en otro
y esos equilibrios que se esfuman en recuerdo
y esa espalda que salve de caerse
y esa complicidad de ojos tristes y hundidos.

Tengo una foto de Juan en mi vitrina.
En ella sonríe y yo le digo a veces disparates:
que si quiere un trago y es domingo
que si quiere ver algún huesito que le queda aún
a esta tierra que soy cuando estoy solo
que si quiere alfalfa para su conejo interior
que si quiere vitamina para el reuma de sus canas.

Yo le digo a Juan que es compañía
cuando veo su foto como de fantasma aceitunado
como ver una presencia en el granizo
o como oírlo reír entre sus miles de penitas.

Juan y yo hacemos el día en la mesa del comedor:
él vigila mi alimento y que me cuelgue del día
que fume un cigarrito como víctor jara
y que me vaya a ver si la vida me da algún poema.

Juan está siempre en el daguerrotipo de mi pobreza de domingo
sentado encima de su propia sonrisa como un alguacil
que cuida un reo.

Tengo más tiempo de quererlo ahora que se ha quedado
en mi vitrina de tazas y botellas y regalos.

Llevo prisa en escribirle este poema,
a lo mejor la foto un día se amarilla
y le salen a Juan algunas alas
y yo me quedo llorando, tras su vuelo.


PREGUNTAS VALLEJIANAS

Dónde irán a parar las horas largas
los tiempos cocinados con derrota
el puerto quebrantado de los días.

Dónde irán a hacerse espejo las lagunas;
los cromosomas, sombras; las cacerolas, hambre.

Dónde se hará la cáscara del día
la mácula de insomnio
la araña que me habita.

Dónde irá a nacer el pelo largo, el rostro expuesto,
la arista disecada de algún triángulo
el centeno del pan de la última cena
el 20 que no tiene un 21 que le gane.

Dónde estará sin horma mi zapato
sin cara mi juguete, sin uña la gran bestia.

Dónde hallará dolor mi poesía,
color, el homenaje de alguna monja muerta
de alguna flor sin niño que la arranque
sin verde que le hereden
sin ojos que se queden cíclopes y tuertos.

Dónde irán a vivir los elefantes después de muertos.

Dónde iré feliz por esa calle a buscar de cenar
solo o contigo
                       o solo contigo.


MODOS Y FORMAS

En algún momento,
en cualquier lugar de esta región de piedras
por donde quiera que uno pase y deje su huella
y deposite la semilla de su llanto
y su caricia, al cuero del aire
y su corazón de androide religioso
y su alma frita con manteca de gloria
y su audacia.

Sea donde sea, y por más que no sea, pero es
y aunque nadie lo crea
y se tapen la cara
y se mojen las mejillas sonrojadas
y se llueva 35 diluvios
y se decaiga cualquiera sin fuerzas
y se haga fuerte el debilucho.

Por más que pase eso
y además pase el cometa y las navidades
y los paisajes de tren
y los aeroplanos
y las costumbres y los leones que se comen cristos
y los cristos que se comen escopetas
y las luces de neón de las ciudades mordaces.

Aunque todo eso se dé
porque debe darse y porque hay cromañones
y porque la sal es para el picante
y porque sobran los motivos y faltan los cánticos
y porque anoche llovió
y porque en el cine hay mal cine.

Aunque fuera por esto
y aunque no lo sea
algo habrá que hacer para ver cómo le hacemos
para ver qué debemos hacer
para ver si lo hacemos o no
para ver cómo llegamos
en un ratico de estos
en algún momentito
a ser felices.

(Poemas de Compañías limitadas, 2019)

*Foto utilizada parael banner: © Luis Enrique Yaulema

 

4 textos de Xavier Oquendo Troncoso …Dónde irán a hacerse espejo las lagunas; los cromosomas, sombras; las cacerolas, hambre…
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Xavier Oquendo Troncoso

 (Ambato, Ecuador, 1972). Poeta y gestor cultural. Periodista y magíster en Escritura Creativa por la Universidad de Salamanca. Además de su obra poética, ha cultivado el género del cuento y la literatura infantil. Fue seleccionado entre los 40 poetas más influyentes de la lengua castellana en El canon abierto. Última poesía en español (Visor, 2015), que congrega a 40 poetas nacidos entre 1970 y 1985. Ha participado en encuentros y festivales de poesía en Argentina, Bolivia, Chile, Perú, Colombia, Nicaragua, México, Estados Unidos y España. Organizador del Encuentro internacional “Poesía en Paralelo Cero”. Director de El Ángel Editor, en donde ha proyectado una difusión amplia de la poesía contemporánea. Autor de los libros: Guionizando poematográficamente (1993), Detrás de la vereda de los autos (1994), Calendariamente poesía (1995), El (An)verso de las esquinas (1996), Después de la caza (1998), La Conquista del Agua (2001), Esto fuimos en la felicidad (2009 – Mención de honor Premio Jorge Carrera Andrade, 2010; 2da. Ed. México, 2018), Solos (2011; 2da. Ed. traducido al italiano por Alessio Brandolini, Roma, 2015), Lo que aire es (2014, Bogotá, Buenos Aires, Granada), Manual para el que espera (2015), Compañías limitadas (2019; Finalista del Premio Pilar Fernández Labrador, 2018; Premio Universidad Central del Ecuador, 2020), Tiempo abierto (2022, España). Destaca también su voluminosa antología El tiempo y las alas (2022). Su poesía ha sido traducida al inglés, portugués e italiano.

Aníbal Fernando Bonilla

(Otavalo, Ecuador, 1976). Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española y Latinoamericana y Máster en Escritura Creativa por la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR). Licenciado en Comunicación Social. Docente universitario. Ha publicado, entre otros, los poemarios Gozo de madrugada (2014), Tránsito y fulgor del barro (2018), Íntimos fragmentos (2019), las plaquettes Caminante extraviado (2024), Olvido después de la ceniza (2024), y la recopilación de artículos de opinión en Tesitura inacabada (2022). Finalista del Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2018, del III Premio Internacional de Poesía de Fuente Vaqueros 2023, y del XI Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador 2024. Columnista de diario El Telégrafo entre 2010 y 2016. Articulista de El Mercurio de Cuenca desde el 2022, y colaborador en varias revistas digitales. Participante seleccionado en el Taller de Poesía Ciudad de Bogotá Los Impresentables (2022, 2023 y 2024). Ha sido invitado a eventos de carácter literario, cultural y político en España, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Cuba, Bolivia y Colombia.

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