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Un cuento de Frank Ruffino

Historia de dos gallinazos 

Historia de dos gallinazos / un texto de Frank Ruffino …En eso, a unos cien metros se desató un pandemonio: cuatro pajarracos en vuelo rasante, de la macabra bandada de zopilotes empezaron a picotear la cabellera rubia de una viuda…

Historia de dos gallinazos 

Para Justo Sotelo y Almudena Mestre

Sentado sobre una roca, y con la postura de El pensador de Rodin, triste se veía el viejo escritor. 

Como a todos, a esta estrella literaria de vida y obra enmarcadas en un realismo sucio y maldito, le había llegado el momento de su extinción. Pero siendo tan perspicaz desde joven, no iba a marchar así de fácil con La Parca, como si se tratara de un niño ingenuo o anciano inútil o tonto.

«Preciso es intentar algo, todo o nada», pensó determinado con la agilidad de un jugador de póquer. 

Entonces este disoluto calculó burlarla a lo seguro, y disfrazó de su antítesis más idónea: un clérigo. Perfecta caracterización, cual actor de primera línea en un teatro de Broadway: sotana hasta el piso que lamía el polvo rojizo de aquella desolación, donde sólo las alimañas ponzoñosas subsisten; listas para dar pelea, botas negras Skechers Burgin con punta de acero, anteojos oscuros, bonete clásico de tres picos… Y a fin de despojarse del aspecto roñoso que le caracteriza, lucía el rostro perfectamente afeitado y cabello recortado a la usanza militar.  

Entre la multitud que ese día La Muerte supervisaba, se encontraban enfermos desahuciados, graves y no tanto, a quienes debía llevarse ipso facto, y otros que, aunque muy añosos y de apariencia lastimosa de momias, por esos misterios de la genética su cuerda aún seguía para rato. 

Atenta, la vieja descarnada no atinaba siquiera a avistar al socarrón escritor. Volvió a consultar su lista negra y corroboró, efectivamente, sin mayor dilación a él le tocaba partir de este mundo.

Mas, como desde siempre se ha destacado por su orden milimétrico y método infalible, entre mucho andar, pasando revista de quién sí y quién no, al fin dio con el «cura». 

—¡El Gran Henry Chinaski que busca estafarme el muy bribón!… —Vociferó, todavía así con un dejo de duda; escudriñaba a esa especie de cuervo pulcro, intuía, ya viejo y torpe, pero en apariencia sagrado.

—¿Chi… qué?… —Ladró tembloroso nuestro desastre de anciano, Biblia y crucifijo en mano. Actuaba estupendamente bien, y aclaró—: sólo vengo a colaborarle como voluntario de último minuto, administrar el santo sacramento de la extremaunción a varios y varias de esta manada. Pasaba cerca de aquí y… 

—Um… entre tanto ateo en agenda, es raro no me hayan informado de un sacerdote en campo sin portar bandera blanca, aunque me llena de suspicacias el lenguaje desenfadado, siendo autoridad espiritual y el hecho de que fume un cigarrillo tras otro; esos zapatones, lentes polarizados y corte de soldadito, no sé… Segura estoy, al hombre de Andernach le tocaba… 

—Pues ni idea tengo de ese tipo Chinas… ni sé nada de una ciudad o pueblo llamado Ander… o como se diga… 

—Andernach en Alemania, soquete. Por mi antiquísima y acuciosa labor, soy infatigable viajera. Y cuando digo que conozco cada rincón del planeta no es precisamente en sentido figurado. ¡Ni Marco Polo ni Colón juntos me llegan a los tobillos! —Dijo orgullosa, y señaló esas horribles partes de su esqueleto bajo el lúgubre mantón. 

—Pues sí, felicidades… Es que en preparatoria reprobé Geografía, no es mi culpa ser débil en esa área. 

—Por supuesto, la culpa es suya de ser un tonto y no de otro. 

—Ah… —articuló el esclarecido autor con mueca de imbécil. 

—¡Redomado… un redomado asno es usted señor cura! 

—Será entonces así… de estar domado.

—Uf… ¡qué rebruto, rudo y sordo es este hombre, de antología! ¿Y por qué tanto cigarro? 

—«No sólo de pan vive el hombre», ilustre señora, si lo reconoce el mismísimo Jesucristo que transformó agua en vino. La mayoría de mis colegas son dipsómanos y mujeriegos perdidos, cuando no… 

—Bueno, bueno, padre, no me incumben los asuntos del clero católico ni los milagros de ese extraterreno; será al regresar a la base de operaciones, cuando corrobore en mis registros oficiales a ver qué pasa aquí… 

—Está en su derecho mi bella dama. 

—¿Costa Rica? —Dijo capciosa y graciosa la Muerte, mientras dibujaba en el aire un mapa mudo.

Y nuestro bandido señaló Puerto Rico.      

—¡Mierda! ¿Y Madagascar? 

Y señaló Islandia. 

—¡Mierda!, es un caso perdido. No sabe una, cómo salió así de tarugo del seminario —cuestionó la siniestra figura. 

Y respecto al tema de su identidad, el escritor dijo: 

—Entiendo, no obstante, se trata de una desafortunada confusión.

—Ya veremos… 

Y anheló librarse de la embarazosa situación, por lo que Charles quiso concluir la plática y huir a su mundo para irse de farra cuanto antes: 

—Vaya con Dios diligente Muerte, tiene ante sí un día de pesada actividad, y no ceje en su trabajo de exterminio ¡que ya somos ocho mil millones de almas que revientan esta bolita azul!, mas, no olvide, debe elegir primero a los malos, vagos y viciosos, tan abundantes en esta descalabrada existencia actual —recomendó. 

—Déjeme usted a los políticos y magnates, tengo claras mis responsabilidades con la mayoría de estos reverendos psicópatas integrados. Tampoco he solicitado su bendición: para una son exhaustivos e inútiles los tontos mitos y rituales humanos. 

—¿Eh?

—Nada, nada. 

Así estaban, cuando el viejo bebedor observó a varios gallinazos ejecutar una extensa espiral descendente que se cerraba sobre un sector de aquella convulsa muchedumbre, sumida en el pavor más espectacular.

—Tampoco recuerdo tener eclesiástico para hoy —informó en un susurro, y aún dubitativa, a dos largas sombras que le asisten habitualmente en esa tarea funesta de matar personas, y entregarlas a distintas dimensiones del más allá para su respectivo acomodo. 

Es consabido, a este personaje fatídico poco le importa la suerte espiritual que corren sus víctimas, ni su edad, condición social, fama o poder, fealdad o hermosura, únicamente cumple ella con la tarea de matarife mayor. En eso, a unos cien metros se desató un pandemonio: cuatro pajarracos en vuelo rasante, de la macabra bandada de zopilotes empezaron a picotear la cabellera rubia de una viuda… 

—Es la guapa y aún joven señora Jennins. Hoy le toca —sentenció con voz terrorífica y de ultratumba una de las trémulas siluetas. 

—Me reportará un inmenso placer fulminar a esa bella convencida de ser muy especial: desde hace un tiempo su quijada con mueca de eterna me saca de las casillas —rugió embravecida la Pelona, y su agitación levantó súbitos remolinos de arena que momentáneamente nublaron la visión de la celebridad literaria. 

Mirando recelosa al autor del cuento «No hay camino al paraíso», le advirtió: 

—De todos modos, prometo volver a estos parajes en unos meses. La mayor parte del tiempo laburo en África, Oriente Medio, Colombia, Venezuela, Haití, Centroamérica, México…, ya sabe, los puntos calientes. ¡Me seduce la geografía! Sin embargo, leeré algo extra de la obra del borrachín para perfilarlo mejor y no errar, sabemos es harto autobiográfico y lo mejor de lo mejor como exponente del realismo sucio, un escritor maldito fenomenal a la altura de Rimbaud, Verlaine o Poe. Aunque esos atestados literarios no lo eximen de ser pasto para mis hornos.         

—Pues de usted nadie se libra… ¡ni los panaderos! —interrumpió el viejo mentiroso. 

—¡Ay, qué brutalidad olímpica lleva este curita! Pero, Madre Natura dice debe morir y morirá. Apuntaba, además, leeré sus «Historias de locura ordinaria», hasta el mismo Fito compuso una canción inspirado en esos relatos que deben estar de muerte lenta.

—Pues no sé del tipo Chinas…, menos de sus historias locas de la clase que sean, ni del tal rockero o esos señores malnacidos, digo, malditos. Hábleme de benditos del calibre de San Agustín, San Pablo y San Pedro… 

—¡Santos benditos ni mis callos! Mas, si no conoce a Fito… ¿cómo sabe es rockero? 

—Será intuición, ahora casi todos aseguran serlo —dijo, mientras creía desfallecer por no afinar bien esa partecita de su farsa. 

Y anhelando congraciarse con la insobornable, tras su disfraz, Henry Charles Bukowski manifestó su intención de informarle si llegaba a enterarse de alguna pista conducente al paradero del sombrío personaje literario. 

—Es caso de especial cuidado semejante fantasioso y tramposo que se vale de un alter ego, ¡y sabrá una de cuántas máscaras más, hasta podría ser un buitre de ésos! —Gruñó. 

Diciendo esto, seleccionó a uno en el cielo y, a fin de no causar estragos en la parvada de kamikazes, mandó a las sombras a apartarlo del resto. El hecho resultó tan dramático y «sublime», que se escuchó a todo dar «La Misa de Réquiem en re menor, K. 626», del genio de Mozart. De tal manera, de sus hondas fosas oculares proyectó dos rayos verdes que desintegraron al bicho.

Triste y asustado, el escritor recordó su cuento «El diablo estaba caliente» y, cómo, mediante un rayo o algo así, a través de su dedo índice este ser desaparecía a las personas con sólo señalarlas. «Esta vieja y el Malo deberán ser primos», caviló. El cuerpo del estadounidense-alemán temblaba igual a esos fantoches inflables publicitarios, agitados por el viento frente a los centros comerciales.

Y es poco exagerar, al ver aquello, el terror colectivo resultó más que bestial. Buscando culminar exitosamente ese acto ejemplarizante por amedrentador, de igual forma invadió aquel ambiente «La Sinfonía n.º 3 en mi bemol op. 55» de Beethoven, conocida como «Eroica». Esta vez fungía ella de maestra orquestal, y dirigía con un fémur fosforescente a invisibles músicos, «batuta» que extrajo del sobretodo oscuro, y jactaba provenía del esqueleto de Cayo Calígula. 

—¡Adorable! —Atinó a decir anonadado el escritor, que de la fuerte impresión no se le ocurrió más nada. 

—Pero no tiemble tanto, ¿acaso tiene frío… o miedo…? —Interrogó la dama de negro.

—No, no, un ligero resfrío, únicamente eso.

—Sobre estas proezas, como cualquier mujer de hoy que se precie, realizo diariamente mis rutinas de ejercicios para no perder la línea y habilidades —dijo presumida. 

—Si ya se ve, toda una atleta olímpica de élite en tiro al blanco. Y su sentido musical es proverbial, ¡hasta me ha sacado las lágrimas! 

—No es mi objetivo extasiar sino aleccionar, infligir terror y dar cuenta de esta demoledora grandeza y poder galáctico a través de tan magistrales sinfonías, señor padre. No se confunda: también en esa época me encargué del austriaco y el alemán. 

—¿Quiénes dice y de dónde? 

—¡Olvídelo! Usted, usted… ya puede marcharse a su casa parroquial y más le conviene orar por el «alma» de ese desalmado y, reconozcámoslo, sucio gallinazo de Bukowski, quien ya está en la mira —advirtió, haciendo gesto de avezado francotirador halando el gatillo. Y amenazó—: más le vale no ser él porque haré que muera de un linfoma masivo y lento, ¡sufrirá como nadie! 

Luego de este desplante de poder total, procurando frenar sus nervios de inminente condenado a muerte, el poeta contempló mejor a la vieja más vieja, mala, hórrida y destartalada que hasta entonces habíase cruzado en su accidentado e infernal camino de bohemio. 

Convencido estaba, ni todas las mujeres ajadas, aparecidas en su cama de motel al despertar tras una accidentada noche de juerga, podían parangonarse con la figura de esa degenerada espeluznante y fétida. 

Un poco repuesto del trance, al fin la Parca se concentró en presas más prometedoras, a las que el miedo descontrolado había ya desarmado para facilitarse el trabajo. Dio su espalda al aparente cura, levitó y blandió enorme guadaña forjada de huesos humanos y partió oficiosa, escoltada de las sombras que evocaban rémoras tiburoneras alrededor de su torva figura, hacia el tumulto creciente provocado por la esbelta viuda, que aún se resistía a dejar este mundo.

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Frank Ruffino

(1965). Seudónimo de Francisco de Asís García. Poeta, escritor y periodista costarricense-español es autor de siete poemarios y tres cuentarios, por los que ha logrado hacerse de varios premios literarios. A fines de 2024 este costarricense de origen español publicó su poemario ‘Ángel de lengua azul’, y primera novela, ‘Tristes memorias de un Tiranosaurio rex’, ambas obras obtuvieron una excelente acogida de la crítica en su país centroamericano.

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