Poesía / Selección de Juana M. Ramos
Poesía
Tomás Modesto Galán es ya un referente tanto de la literatura de la diáspora dominicana como latinoamericana en Nueva York, ciudad que le ofrece una vorágine de imágenes, sensaciones y evocaciones que le sirven para hilvanar y dar forma a una voz poética poliédrica y polifónica. El sujeto poético, que habita en el andamiaje textual y se desborda comedido en cada verso, funciona como una suerte de ventrílocuo que da cabida a la palabra de todos esos cuerpos-sujetados a todo tipo de otredad. Galán poetiza su mundo, sus cotidianidades, sus tinos y desaciertos, sus miedos, sus amores y desamores; asimismo, poetiza el mundo de aquellos que, también como él, resisten esas políticas nefastas que van en detrimento de lo que los poderes hegemónicos han subalternizado. La voz poética toma a la palabra por el cuello, la confronta, la destila, la hace hablar con un lenguaje franco, responsable, por momentos duro, pero siempre desde lo humano y, sobre todo, desde el amor en todas sus aristas.
Juana M. Ramos
AUTODESTIERRO
Era delicioso sentir la ilusión de la ciudad y sus leyes secretas, sus recitales solitarios, sus teléfonos inteligentes y sus televisores infantiles para acariciar la esperanza. La idea de probar suerte en la lotería de la risa era una comedia.
Contesta. Hay una llamada equivocada para sorprender el imán de millones de poemas sin lectores. Por fin, logramos llevar ganchos de ropa usada a otro clóset donde todavía no vivimos.
No cabíamos en el circo de la desilusión.
Los payasos no tenían moral para despertar humor de reconciliación. Un buen día les llevamos flores a modistas y a sastres de Tremont Avenue. Aferrarnos al pasado fue un experimento vanidoso para anticuarios refugiados en las estepas de la fantasía.
No se puede ser rico en medio de la lentitud. Nos lanzamos sobre un bosque urbano pero no hicimos reír a la audiencia de náufragos esperando en el driveway para protegernos de la ocupación de las aceras.
Pónganme el cinturón de seguridad. Hoy respiro una ternura autista. Salimos desnudos al aire frívolo de una orgía sin carteros.
El agua del hidrante del verano provocó suicidios y ahogados al jugar a la escondida. Los fugitivos del shelter bajo cero nos tenían pena.
Lo poseímos todo pero lo traicionamos en fracciones de velorios. Nos burlamos de la prisa sin engañar el silencio.
Pusimos en juego el sabor a nietos que regresan, a primos que arriban, tíos que mueren sin máscaras y niños desamparados con pistolas de juguetes.
Soldados convertidos en héroes de un grafitti tropicalizado.
La desaparición de las cenicientas de la diaria crucifixión, duele. No nos abstuvimos de bajar las escaleras estremeciendo las viejas paredes llenas de bolas de billar.
Era un lujo bajar a ver las divisiones de una locura en el subterráneo, el olor a café y los 3 golpes del desayuno escolar sobre la mesa de centro.
Un poeta saboreaba el sueño de un fantasma. Aún persiste dolor en una recámara vacía. Alguien llora una dicha deportada.
No se puede hacer el amor en medio de tanta tristeza.
Se yergue un ratón en la oscuridad. Veo insoportables moscas enganchadas en la miel de una Torre de Babel de donde no se puede regresar con las manos vacías.
Sentimos nostalgia por las cucarachas eróticas de una vieja premonición. Contesta una llamada para el Batman de la escoba literaria. Te lo dije: La invasión de entomólogos no era imperial.
El carro bomba no explota con frecuencia ni una comisión de paz arriba por el vino y el queso. Tuvimos otro sueño con salchichones locuaces traídos del otro lado del mar.
A menudo llegaba alcohol barato de contrabando consentido, antiguas pesadillas con maletas perdidas. Abandonamos nuestros muertos en habitaciones demolidas.
Aprovecha esta lágrima digital. Todavía nos buscan sin encontrarnos. La invisibilidad de los Most Wanted era apoteósica. Aún hay lágrimas en los corredores y mentol para la muerte, alergias demoradas por razones migratorias.
Decidimos atacar nuestro delirio con gestos impagables. No pudimos morirnos de risa. Nada como vivir aquel sueño americano roto en pedazos. Volvernos invisibles por tercera vez y hacer creer que nos mudamos a uno de los paraísos fiscales de la Soledad.
CHICHARRÓN SIN TAMBORA
Escribo este libro para ti
para celebrar el dolor
un libro masoquista
una alarma que no suena
Un fuego que no llega
Una soledad de aceras
caminos derretidos
Sombras que sufren
Me he visto caer
sobre una espuma blanca
Le eché sal a tu mirada
Una estrella nos miró
El amor se salió de su cauce
deseoso de morir devorado
por autos que pasan
semáforos inútiles
No vale la pena tocar
/las bocinas
la dicha no puede morir
en una calle desconocida
sin decirme dónde estás
El día es demasiado blanco
para denunciar
/esta ética colonial,
adicta a deshacerse
entre neumáticos cercenados
por este deseo de ser
/nieve otra vez.
Mira hacia atrás.
Ya no veo tu recuerdo
en los Stop Sign, al salir
/de las velas
donde no muere nadie
ni siquiera
/la promesa de un casabe
o un chicharrón sin tambora.
El Gagá del progreso deficitario
espera en los confines.
DEMOLICIÓN DEL AMOR
Lectura para bioanalistas
Inauguramos una nueva casa. Otro American Dream fallido. Ella se llevó el gato. Yo arrastré el perro a mi dormitorio. Ella se llevó el mono domesticado. Yo me escapé con el tigre de bengala. Yo recuperé el diario escolar del noviazgo de ultramar. Ella cargó con el ombligo del primer deseo de ser madre. Yo recuperé las cartas del primer exilio. Ella lanzó los anillos al mar. Yo leí un poema en la oscuridad. Ella se llevó a mi hijo. Yo arrastré a mi hija, a mi nieta, el embarazo de mi hija y a su novio. Ella besó a su amante delante de mi sombra. Yo le regalé una rosa recién cortada para contener sus lágrimas. Ella confesó que lo amaba perdidamente. Yo le confesé a él que podíamos salvarla del suicidio. Ámala, le dije. Ella dejó de leer mis poemas. Yo retiré los cargos de un deseo estético. La mujer que me amaba había desaparecido con un Mesías del purgatorio medicinal del Condado del Bronx. La secuestraban los días feriados. Amaba a los enfermos de cualquier enfermedad incurable. La liberaban al escurrirse la última nieve. Mientras invadían una tierra virgen. Cuando ya no quedaba un árbol de Navidad en pie de guerra para saborear el fin del mundo, ella, cegada por los caprichos de la independencia, se entregaba al mar de un experimento apocalíptico. Leía el secreto de las olas tardías de una playa olvidada. Moría boca arriba sobre la arena húmeda de un rito hospitalario en busca del oro virulento. Era la metáfora ninfómana de Hipócrates. Juraba amarlo hasta la hora 25. Yo era un ambientalista del gozo espiritual de la palabra. Yo vigilaba al lobo del amor de las pruebas sanguíneas, el monstruo de los virus y las bacterias del regreso a la libertad. Ella a veces se dejaba seducir por una tortuga ciega. Leía sobre la musicalidad de la tristeza, en busca de un amor lento, refugiado en algún laboratorio íntimo. Cuando llegaron los agentes de Bienes Raíces, ella se lanzó sobre los camiones de arena que arrastraban nuestros recuerdos. Los fines de semana se escondía en la morgue del retiro infinito. Yo buscaba en el jardín del Edén la rosa de otra época. Ella recorría el patio en busca de un recuerdo. Yo acariciaba mi último skateboard. Ella se sentaba sobre las bicicletas robadas del pasado. Yo leía el sentimiento de un libro roto en pedazos. Ella descifraba el olor del fuego en los descensos. Cuando ya no podíamos evitar el deshacimiento de las cosas, nos acercamos al precipicio del amor para meditar sobre el último deseo. Ella quería regresar a un tal vez. Yo deseaba huir de aquel fuego redentor de imposibles. Ella se quedó en Moshulo, mientras mi hijo establecía su nido en el campo de concentración de la vigilia. Yo me refugié en la calle 149. Mi hijo levantó un nido sobre la nieve del viento en un parque de béisbol. Ella me llamaba para saber de la nieve, del frío interior, del lujo de la soledad. Yo la llamaba para saber si ya se había vacunado contra el dolor. Yo era tan asintomático como mi hijo. Cuando el asco cesó, desinfectamos el paraíso.
ÁNIMAS NINFÓMANAS
Mueren atravesando los bosques citadinos, los muros hospitalarios. Gritan mientras otros mueren. Se tocan las espaldas. Escriben sobre la piel de un jeroglífico. Besan la virtud del codo. Nunca cuestionan la sabiduría del gran culo del sacerdocio. No piden permiso para desnudarse delante de los lobos de la civilización. Desmienten el sudor de la piel anterior. Mueren sobre cruces de almíbar. Como amantes ateos. Es caótico esperar por un oprobio indescifrable. Durante la gran fiesta se desdibujan. Se despotrican sobre montañas eróticas, gritan el poema, arañan las puertas en medio de la fascinación de los velorios. Aquellos templos donde otros ninfómanos murieron, desafiando el temor de otras caídas sobre el fuego. Las anguilas se precipitan para probar su deshacimiento. Los búhos miran. No se cansan de mirarse. Los ojos crecen para saludar el humo de otros cuerpos eruditos. Cuerpos sabios, que no se quieren para nada. Cuerpos adocenados en la sombra. Unos arden hasta que explotan sobre el temor de las reliquias, fragmentación recíproca. Corren detrás de otros cuerpos lejanos, absortos de inmensidad. Arden sobre la piel devorada por los restos de otros incestos. A veces entran en cocinas ajenas, multiplicados por 3, confundidos en la sombra, trivializados por el imperio del uno. Los múltiplos no se niegan. No se redimen del volumen de los cuerpos. No se prometen dividirse pero una lluvia de placer salva el adiós. Unos lloran su despedida y otros se conforman con disfrutar el goce de los que mueren, sin preocuparse por el destino de los que dejan de flotar sobre el sudor de los condenados a alimentar la economía del fuego. Luego resurgen de un Armagedón de lágrimas, perdidos en las ruinas de una tumba. Ya no se recuerdan suspirando en habitaciones vacías. No se saben contenidos en los pasos de otros fantasmas. La noche transcurre bajo el temor del gozo. Los pronombres duelen. Los nombres se disputan el horror emocionante de un ardor ambiguo. Nada se compara con descubrir un crimen de lesa humanidad donde se deshace el sufrimiento en una atmósfera que ya no llama la atención de los condenados a desvivirse eternamente bajo el velorio de una furia dulce. Ni siquiera intuye que el todo ha sido imaginado. Los enjambres de besos huelen el discurso del vacío de la multitud. Unos luchan por descifrarse, otros por describirse. Se narran hasta deshacerse en historias independientes. Hay sujetos erguidos en medio del rumor redentor de voluntarios que suman sus miembros para salvar el otoño. Roen los recuerdos de una primavera ardiente. Caen para volver a contar las derrotas suspicaces de un triunfo que arriba para comprender la pasividad de la ciudad. Hay un decreto civil: ordeñar la miel de las abejas y multiplicar otros deseos con el patrimonio de un vapor mortuorio. Pueden enterrarse entre las huellas de un timbre, llenos de la íntima satisfacción de la piedad. Se multiplican mientras se deshacen del desempeño de los que sufren para morir otra vez. Nadie los despide. Ni siquiera estamos seguros de su existencia. Yo no quisiera salvarlos de su feliz autodestrucción. Hay una traición incomprensible. Lo peor es esa pasión de eternidad, esa celebración de la caída, el desconcierto arrepentido. Unos claman por ser destruidos inmediatamente. Son caníbales del corazón. Solo se iluminan en la oscuridad y lloran durante un orgasmo emocional, descubriendo el consumo de nuevas otredades. Elevan pancartas, consignas donde la sed de justicia es solo un grito espeluznante que impulsa una carcajada sobrecogedora. Todos se han venido juntos. Lloran sin orgullo. Pronuncian el epitafio de una pluralidad indescifrable. Anuncia el final de un mundo que ha desterrado el amor de la nueva normalidad. Ahora nos siguen los locos que se aman en los cementerios. Ya no está prohibido pecar. Fornicar refresca los sentidos. Los psiquiatras han sido expulsados de la ciudad. El arte solo encuentra la meditación del tormento. Mis instintos inocentes han muerto una vez más. Los pueblos perdidos siguen estas sombras en busca de un coraje sin aliento. No se recuerda ningún rey ni es notoria la ausencia de los dioses. Han huido por temor a un juicio final. Fueron expulsados por la cólera de la vanidad de amar en medio de una peste, concebida para interrogar la conservación de una ternura ilusoria. Yo insisto en amar hasta el final de los tiempos. Sin embargo, se ha perdido el hilo conductor del sabor. Los de mayor determinación exigen perderse otra vez, y dicen, sin un pudor traducido a lenguas vegetales: Descompone la semántica de la última penetración a plena luz del frio. Amigo, celebra el escarnio de esta expoliación. Abísmate en ti mismo. No sofoques el fuego del perdón. Desata las cadenas de este otoño anónimo. Cuenta los días que me quedan. Repásame. No admitas el reposo encadenado al gozo de este cuaderno seductor. Derrítete en la boca de los muertos. No permitas que resuciten sin un grito esperanzador. Yo soy la yegua de este circo húmedo. Un elefante dormido sobre la espuma. Tú eres la esperanza de una danza de crestas devoradoras. Muere otra vez en mis brazos, sin haber comprendido el ayuno escolar, bajo las raíces que reinventan el vacío de los parques. Moriré de una pierna muda o de los cuellos desaparecidos sobre los últimos latidos de este corazón consentido por nuevos temores. Los cuerpos gimen atormentados por la esperanza.
Tomás Modesto Galán
Escritor dominicano que reside en Nueva York, desde 1986. Ha sido gestor cultural, educador, editor de antologías y prologuista de algunos escritores de la diáspora. Es cofundador de la página Descolonización Cultural y de la serie de crítica cultural Cartas desde la diáspora. Estudió Filología hispánica. Fue profesor de español en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y de la O y M. Ha laborado en varios recintos de The City University of New York (CUNY) y en Pace University. Por muchos años laboró como profesor en York College. Algunos textos suyos han sido traducidos al inglés, portugués y árabe. Algunas de sus obras publicadas son: Cenizas del Viento (poesía, 1983) y Diario de Caverna (poesía, 1988). Los Cuentos de Mount Hope (novela, 1995), Los niños del Monte Edén (cuentos, 1998), Subway (poesía, 2008). En 1998, su cuento Gatos obtuvo una mención honorífica en Casa de Teatro. En 2014, su poemario Amor en bicicleta y otros poemas ganó el concurso Letras de Ultramar, otorgado por el Comisionado Dominicano de Cultura en USA. El 16 de octubre de 2015 fue nombrado Poeta del año por The Americas Poetry Festival of New York. Su antología Góngora en Motoconcho (1983-2021) publicada por Artepoética Press obtuvo Mención Honorífica en el certamen Latino Books Award. Entre febrero y marzo de 2024 ha publicado Aleda no Cabe en la Ventana/ Aleda Doesn’t Fit in the Window (Edición bilingüe de El Sur es América); Demolición del Paraíso (poesía, Obsidiana Press). También la edición bilingüe Amor en bicicleta/ Love on a Bicycle. Ha sido incluido en antologías nacionales e internacionales. Ha participado en numerosos festivales de poesía. Desde el 2019 ha sido el presidente fundador de la Asociación de Escritores Dominicanos en Estados Unidos (ASEDEU). Ha sido parte del Consejo Editorial de El Sur es América y miembro de la importante institución Bronx Hispanic Festival.
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Se trata de una citadina, marcada por la ausencia de la tierra natal y enmarcada en una poética de desgarradora de la diaspora. Hay una ritmicidad marcando el rumbo del imaginario que ahí, perfila el poema, desde el uso coordinado de la lengua.
7/4/2024
Santo Domingo
República Dominicana.
Está crítica hace justicia al destacar la calidad literaria de un gran escritor de la diáspora dominicana…En buena hora..
Honor a quien honor merece y que bueno que sea en vida…
Excelentes poesias; locuaces; que a pesar de rozar por la muerte y despedida; resusucitan con ardor de ese mismo final
MUY BUENO EL CURRICULUM DE TOMAS MODESTO GALAN UN VERDADERO FILOSOFO DE LA VIDA
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