Por: Claudio Ferrufino-Coqueugniot
De Ivo Andrić a Napoleón
De Ivo Andrić a Napoleón
Por: Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El lugar maldito, Ivo Andrić. Castellón de la Plana, 11 de noviembre 1986 (regalo de Barni, FAI). Libro que recuperé hoy, con otro par de ediciones Dover de obra gráfica de Pascin y Degas. Me gusta anotar en la segunda página el detalle, las circunstancias, la ciudad, el donante, etc. Manera de secuestrar mi cronología para un posterior en que solo avivaré memorias. Recuerdo los días, la vagoneta que abandonaba París. Mi gran mochila, un anarquista canadiense y cuatro miembros de la Federación Anarquista Ibérica. Inolvidables compañía y paisaje del sur de Francia. Entre cervezas y libros más sardinas pasamos grandes momentos. Publicaban los amigos una revista mensual llamada Icaria o algo similar. En Castellón. Fuimos repetidas veces a Valencia. Hablamos con Labrousse en la radio de la CNT. De ahí traje a Marcel Schwob y a Joseph Roth. Me escribí por largo tiempo con los de la FAI, así como con Senza Patria en Italia. Mantuve su página en las redes sociales hasta que leí allí loas a Evo Morales. Intenté disuadir, aclarar a esta gente que hablábamos de un multimillonario capitalista salvaje, en cualquier orden que prefieran colocar las palabras, un embaucador. Infructuosa labor, ni siquiera invocando los grandes nombres ácratas. Mandé al casual “anarco” a la mierda, hijo de las mil putas, y borré para siempre esa etapa. Triste fin; se atrevían a mencionar a Ascaso, a Durruti. Siervos, pongos, lacayos, lameculos, corifeos, hetairas. Supongo que sobre las tumbas de Paulino Scarfó y de Severino Di Giovanni hace décadas que se secaron las rosas. Hoy bajo la rojinegra se agolpan inmundos coqueros que sacan la lengua para recibir la hoja maldita que reemplazó la hostia. Pasó a formar parte de los objetos de trapear. Hasta idolatran al cura de blanco, Gog, el sodomita vaticano.
El maestro Schwob en El libro de Monelle: “A los dieciocho años, Bonaparte el asesino se encontró a una pequeña prostituta bajo las puertas de hierro del Palais Royal. Tenía el semblante pálido y temblaba de frío. Pero « había que vivir », dijo. Ni tú ni yo conocemos el nombre de aquella pequeña que Bonaparte llevó a su cuarto del hotel de Cherbourg, en una noche de noviembre. Ella era de Nantes, en Bretaña. Estaba débil y cansada, su amante la había abandonado. Era simple y buena; un sonido muy dulce tenía su voz: de todo eso se acordó Bonaparte. Y pienso que después el recuerdo del sonido de su voz lo emocionó hasta las lágrimas, y que la buscó largo tiempo en las noches de invierno, pero no volvió a verla jamás”.
Deseo levantarme e ir a ver Napoleón de Ridley Scott. He leído duras críticas pero me gusta su aproximación a lo épico. La disfrutaré. Tanto se ha dicho y escrito. Abel Gance lo retrataba con rostro de águila, espantado de las atrocidades cometidas en días de la revolución. Sergei Bondarchuk y la magnificencia de Tolstoi, un extracto de Merejkowski sobre el corso que posteó un amigo en su página, letras de Léon Bloy. En Víctor Hugo vive su presencia. Escribía el Emperador a Josefina que no osara quitarse los calzones hasta que él llegase. Gran hombre de grande olfato, supongo, y de pulidos cuernos que la reina calzaba en la testa del amo del mundo. No hay luz que no tenga sombra. Ni lo opuesto. Ni corona que no caiga.
Vladimiro Putino, otro enano pero sin la contextura de Napoleón, rebuzna constantemente el cómo Rusia destrozó al invencible y a tantos. Con eso asusta a la cobarde recua occidental que provee armas a Ucrania a cuentagotas, aterrada de que esta etnia guerrera humille al bufón. Olvida el eunuco que los mongoles pasearon por Rusia por siglos venciendo a todos sus príncipes mientras que Hungría y Polonia rechazaron a la Horda en diversas ocasiones. Parece no recordar cómo por primera vez en la historia moderna un pueblo “de color” derrotó la altanería blanca en la guerra ruso-japonesa. Opta por no mencionar que sin la monumental ayuda económica de los Estados Unidos, la Unión Soviética no habría expulsado a Alemania. La historia la hacen y rememoran quienes por el momento detentan el poder. Digresiones, siempre digresiones de lector desorganizado y apasionado, las mías.
Andrić y el río Drina. En el novelista yugoslavo se pueden hallar causas que llevarían a la debacle de su país. Sin querer hacer ensayo político de acontecimientos futuros que tal vez no preveía, anotaba una y otra vez lo que iba sucediendo en la Herzegovina y el resto, narrando diferencias que con el tiempo se hicieron insalvables. La literatura esconde muy bien la historia mientras discurre, pero suele conservarla exenta de decoros y ambiciones.
Se acercan las seis, tiempo de llamar a Emily y Aly. Permanece todavía el olor a lluvia del amanecer, frescor que trae somnolencia y ocio. Pienso que Napoleón tendrá que esperar. Leo en las memorias de mi antepasado Lazare-Claude Coqueugniot, mayor del ejército napoleónico, acerca del príncipe Radziwill, del zar y el rey de Sajonia, de cómo los soldados de la Legión del Norte que comandaba cerca de Danzig habían sido reclutados de entre los siervos y de que no tenían futuro alguno en Polonia, que les convenía obedecer a Francia y no ser parte de la armada local. Lo someterían a votación…
Danzig y los países bálticos; los tengo que ver. Los dos grandes lagos rusos cercanos a Estonia, en uno de los cuales se bañaba la hermosa Milana, maestra en Novgorod la Grande…
Marea pensar en el colectivo de nombres, fechas y acontecimientos de ese norte épico y sangriento. Hoy como hace mil años. Fatídica y bellísima Vyborg. Horror de lo desconocido, batallas peleadas en bicicleta, como en Vietnam. Livonios y teutones, suecos, rubios personajes de rasgados ojos que bajan desde la penumbra del círculo ártico, matadores de lobos, cazadores de osos, sangre de narval, inmensa Lituania cantada en su magia por Oscar Vladislas de Lubicz Milosz.
Escribe Ivo Andrić: “Esta es, en una forma nueva y solemne, la antigua historia de los hermanos enemigos, que se repite desde que existe el mundo”. El turco fue cruel; feroces eslavos sobre eslavos, infiel contra fiel, infiel contra infiel. El empalador valaco y una filosofía del terror que bien pudo ser cierta por inteligente. Los húsares alados aparecieron en Viena y se los creyó ángeles. Juan III Sobieski entró en una catedral polaca y el gentío musitó que llegaba el salvador. Era entonces, de acuerdo a Sienkiewicz, todavía sobre las humeantes ruinas de Kamenyets en la frontera moldava; lejos estaba 1684 cuando Johannes Hevelius descubrió una constelación, la del Escudo, que bautizó Scutum Sobiescianum en honor al batallador que hundió al sultán Mehmed IV y su gran visir, Kara Mustafá, en las afueras de la ciudad.
Todo allí parece tan pequeño y cercano, las fronteras borrones a lápiz. Me da placer descender del apartamento 56 en la calle de León Tolstoi de Kiev e ir a comprar raros y aromáticos fiambres en el mercado besarabo. La floristería ya cerró, mi amada no ha de recibir tulipanes hoy. Cruzo Antonovycha y me aprovisiono en el quiosco de deliciosos panes dulces con crema para un café tardío.
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Cochabamba, (1960). vive en Estados Unidos desde 1989 . Es autor de Virginianos (1991, prosa breve), Ejercicios de memoria (ensayos, 1989). El señor don Rómulo (novela, 2002), El exilio voluntario (2009, Premio de novela Casa de las Américas), Diario secreto (2011, Premio nacional de novela), Muerta ciudad viva (novela, 2013), y Madrid-Cochabamba/ Cartografía del desastre (coautoría con Pablo Cerezal, 2015). Escribe artículos de opinión sobre diversos temas humanos, literarios, y en especial de crítica política, que difunde especialmente a través de su blog Le coq en fer.
https://lecoqenfer.blogspot.com
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