Poesía
SEGUNDA APARICIÓN DE NUESTRA SEÑORA «LA VIRGEN DE LA RABIA»
Te busqué en el aliento del corazón de mi ciudad ensangrentada,
cuando te leía en las entrañas de aquellas mascotas perdidas
y atropelladas en las carreteras;
te leía –palma del futuro,
mano en mi cuello sin soltar mi vida de su ajenjo y de su sombra.
Viniste a mi despertar, desnuda,
y no fue el olvido serpiente de hielo entre mis sábanas.
No fue olvido su mancha de orín o de semen
en una extraña constelación de sudores.
Sin numerales ni artificios
fuiste la oración en mi blasfemia,
la fragmentada estrella en mi cereal
para que yo respirara el país de tus esporas.
Y balbuceaste siglos y edades cuando alguien más encendía lámparas
en el tormento de encontrarme tirado en la hierba.
La locura no requiere de instrucciones,
así dijo tu palabra con la que te arrancaste los senos;
no requiere de erudiciones para contar su gloria o su tragedia.
Abrí la luz de tu manto y el mundo no se alcanzó a detener de tu cintura
y… “terremoto”, “inundación espantosa” “pandemia”,
le llamaron a eso los hombres de las noticias.
Una provincia de tuberculosos te adora,
estuve ahí, de rodillas, lamiendo la sombra de los malditos,
¿Y quién hizo de ti una playa de astronautas perdidos,
o un día venido a menos en un vaso de cerveza?
Contra la sangre que se cuaja en los amaneceres
eres la felicidad de todos esos ciegos que imaginaron el fuego
y construyeron esa luz que habían visto
solo al oler el café de las tardes.
Y en el amor negado
te entregas, rigurosa, definitiva,
como la cuchilla oxidada en la mano de la desesperación
que encuentra siempre una yugular blanda y celeste.
Ojos apagados los tuyos
que ensordecen por su oscuridad
la sed de mis palabras.
Eres todas las palabras
Todos los gritos cuando un Dios le hace el amor a una ballena,
cuando una estrella se consume a sí misma
y nace el infinito en las mazorcas de los pueblos pobres.
Eres el tablero que perdió sus fichas hace mucho
y todavía juego
con la diversión de llamar “orgasmo” a la muerte.
EL ÁRBOL DEL SUAVE MARTIRIO
Despojada de los días
la palabra cae sobre la arena,
sobre el mar, sobre la leche de una taza vacía.
Dios hace trampa al jugar a los naipes con mi sombra;
me ha hecho recordar
la música celeste de los despojos
de cuando tropecé con el pie de sus tres siglos llorando solo.
En la sinfonía de la tos el mundo despierta ebrio y orinado.
Solo la luz de una lágrima me sostuvo
cuando todo iba cayendo a mis espaldas desde un árbol dibujado en mi cuaderno.
No hay tiempo en las horas. También eso es mentira.
Solo la palabra se mantiene ante toda sordera,
lava los ojos oscuros de la luz
y unos llamarán a esto “milagro”;
otros, “maldición”.
Miserables como yo,
como tú, simplemente le llamamos: poesía.
MARIPOSA CABEZA DE BALA
a Tomás Andréu
Insomnio, insolación, amnesia: mi patria,
sombra que se quemó en palabras ingenuas.
Mejor hubiera sido no nacer.
Pero aun así
el dolor nos hubiera llamado: “Insolación”, “insomnio”, “amnesia”.
Terrorífico sería nuestro nombre:
Sería la memoria –el violín en llamas al final del concierto.
Aquí es el amor:
el polvo alcanza a morder las estrellas
donde los ojos de los muertos muerden nuestros talones.
Navajas aullaron el himno del odio en la catedral de la añoranza.
Vimos cómo nuestra generación
empezaba a freírse en la niebla.
Toda nostalgia busca su culpable. Está claro eso.
Ciudad: todo lo ha destruido
en su construcción inimaginable de hombres descompuestos.
Arrodillada su sangre
nos hace perdernos en aguas indefinidas.
E insomnio, insolación, amnesia: los desiertos en mi mano.
El profeta lo vomita en el parque:
“En mi país
hay cielos de ciegos llorando ojos”.
75 ATARDECERES EN MARGO
Margo,
dulce en las venenosas mandíbulas de la tarántula;
antigua leyenda de un atardecer que ningún ojo vio.
En la miel de las cicatrices:
tu bandera de majestuosa ciudad recién fundada,
de momento indicado y fecha perdida.
Tus ojos:
criadero de trenes y de edificios;
te vi caer en mi brazos y denigré tu sombra
en un lento trago de azufre y de leche.
Margo:
cierro mi alma al cerrar este poema,
la llave al ocaso estuvo siempre en el corazón
de esa niña de cabellos morados que no hablaba mucho
y que al sonreír se sonrojaba,
como si fuera un lugar extraviado en el mundo,
como si fuera al final de todas mis palabras:
un atardecer.
Vladimir Amaya
San Salvador, (1985) Licenciado en Letras. Se supone que es profesor de Lenguaje y Literatura para Educación Media en un colegio capitalino. Fue miembro fundador del taller literario «El Perro Muerto». Ha publicado varias antologías de poetas salvadoreños. Sus propios poemarios son: Los ángeles anémicos (2010), Agua inhóspita (2010), La ceremonia de estar solo (2013), El entierro de todas las novias (2013), Tufo (2014), Fin de Hombre (2016), La princesa de los ahorcados y otras creaturas aéreas (2015), Este quemarse de sangres entre lágrimas y excrementos (2017), Sentado al revés (2019) y Pura guasa (2020).
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