Algunos apuntes sobre “Revólver” de Josué Andrés Moz

Josué Andrés Moz (El Salvador, 1994) es un autor en cuya obra he percibido ciertas características como, por ejemplo: una recurrente sensación de orfandad y de igual manera, una tendencia a reflexionar sobre la niñez a través de una serie de imágenes cargadas de memorias, en las que no hay un tono patético, pero sí confesional que fácilmente establece diálogos con el lector casual. Además, manifiesta una preocupación por la historia colectiva alejada de toda clase de panfletos plañideros.

Sus poemas están construidos a base de una estética sórdida que, de alguna manera relaciono con la poesía maldita de la clásica planilla francesa: Baudelaire, Rimbaud y compañía. No obstante, pienso que la poesía de Moz va más allá de las cavilaciones planteadas en Las flores del mal o en Una temporada en el infierno. Porque en el caso de la primera referencia acá hay un intimismo que desborda en lo colectivo y en el caso de la segunda, no hay una necesidad de escándalo porque ya nada puede ser asombroso a estas alturas del partido, todo lo contrario, la normalización de una realidad decadente es precisamente el recurso del que se nutre la poesía moziana para plantear una subjetividad ausente de toda esperanza en un porvenir. Un ejemplo de esto puede ser el poema homónimo que también funciona como un prólogo de la obra:

El martillo es indiferente a mi edad,
el dedo se contrae una y otra vez hacia sí mismo:
como si de llamar a cada nombre se tratara,
como si buscara recuperar el sentido en cada rostro,
                                        en cada llanto que regresa.

Revólver continúa la línea temática y estética que ya se había desarrollado en Carcoma (La Chifurnia, 2017) y El libro del carnero (Editorial EquiZZero, 2021), sin embargo, considero que todo este ambiente hostil, desolador y desde luego, juguetón va más allá de un juego de palabras y posturas, ya que, ahora también se plantea una preocupación por el legado que para bien o mal nos sucede.

De cara al insomnio
el hombre que fui será abrasado por mis canas,
y la tierra que seré: pisoteada por la diminuta huella de algún niño.

En el mundo de la literatura muchas veces el mito supera a la obra, el ejemplo más claro de esto podría ser el mismo Rubén Darío o El marqués de Sade, es decir, la figura del hombre es alzada por encima de la obra del mismo. El poema “El fin de la infancia” lo expresa con mayor claridad:

Pasarán los años, digo,
sin tener la certeza de cómo envejecerán mis palabras,
o en qué manos amanecerán estas hojas,
si amarillentas y llenas de polvo serán encontradas,
si el hijo de alguien recogerá este libro
como quien recoge un gusano pequeño y energético,
que se retuerce, parecido a una lengua extinta,
y del que no sabe, ni sospecha, cuánta muerte lleva en su interior.

Revólver no se limita a la introspección del tiempo, la memoria es otro espacio explorado en la poesía de Moz, en este caso hablo de la memoria social que no se cuenta en los panfletos como un anuncio lastimero y oportunista, en lo que a la obra compete, cuando se habla de la memoria como un recurso en esta también abunda una interioridad corroída por un desarraigo casi nihilista ante el pasado, presente y porvenir. Una casa es incapaz de salvarte de un país nos plantea en el texto House of cards, ya que no existe un espacio para la subsistencia o al menos se esboza lejano, de todas maneras, acá no cabe el llanto ni el reclamo porque nunca tendrán respuesta, solo queda escribir y escribir como un testamento que siempre se tiene a mano y que será leído en el momento más inoportuno. Llama mucho mi atención la desacralización del referente religioso:

A lo largo de los años,
nos han dicho que Cristo fue capaz de caminar sobre las aguas,
pero nadie nos confiesa que bajo aquellos pies,
eran sólidos los cadáveres, y firmes los llantos de dura sal.

La duda sobre los discursos de paz y prosperidad es notable, de ahí el carácter nihilista que mencioné anteriormente. Ante las verdades absolutas solo se puede dudar y aunque esto no necesariamente brinde una suerte de consuelo, por lo menos trae consigo una consciencia ante la muerte o la desgracia.

En esta baraja de nombres, ninguno de nosotros importa.
Y es la frontera un corazón que palpita en nuestras bocas,
a la hora en que habremos de soltar las cenizas de nuestro último beso.

El cementerio del lenguaje es un cementerio de historias ocultas.

Yo escojo leer los nombres, recoger el musgo,
y en medio del llanto: masticarlo como el pan.

La última recámara de textos da un giro de tuerca un tanto inesperado, si bien al inicio había un tono intimista sobre la memoria, ahora los textos se orientan hacia la pérdida, hacia las secuelas que esta deja alrededor nuestro. Los poemas Homeshot y Alors on chante poseen un tono elegíaco que, de cierta forma, contrasta con lo leído previamente respecto a la muerte porque ahora existe cierta catarsis con ello. Ahora, la voz poética está cargada de una “memoria caprichosa” en la que el vaivén entre infancia y presente construyen un juego de contrastes desde luego irónicos:

No llega mi brazo para rodear su espalda
ni es posible enumerar juegos de infancia,
o enmarcar fotografías para clavar en el pecho.
Hasta mis manos llega la textura de su voz,
y es un verano demasiado breve esta llamada de larga distancia.

Luego, en las dos siguientes partes de Homeshot se presenta la alusión a la pérdida (Frio) y la inutilidad de nuestros homenajes (Cremación), de tal forma que el poema narra un proceso completo en el que la poesía, como siempre, se convierte en el salvoconducto y mejor homenaje ante aquello que vale la pena ser recordado.

Alors on chante es a mi parecer un cierre más que adecuado, en el poema se combina la consciencia ante el tiempo perdido, el errabundo ir y venir por los días, el desarraigo, el papel de la escritura como una salida a la que solo queda resignarse para soportar todo como quien entiende que la necesidad encuentra hogar en el lenguaje. No obstante:

se me hace imposible separarme de mí,
se me hace imposible separarme de todos,
temo a la muerte de mis amigos,
temo a la muerte de mis padres,
temo no encontrarte de nuevo frente a mi pecho,
temo…

Alors on chante sobresale por su madurez, tanto verbal como emocional, es la aceptación que sobrevive después de todo como si la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma. El recorrido lírico del texto pone de manifiesto la habilidad para verbalizar las vivencias cotidianas, habilidad que me resulta indispensable en cualquier escritor. De cualquier manera, considero que Revólver es la evolución natural de lo que ya venía gestando la poesía moziana, la valoración de esta obra, por supuesto dependerá del tiempo mismo más que de mis comentarios hechos desde una sincera estima al autor y su obra.
¿Qué le reserva la posteridad? Yo no sé.

23 de febrero de 2023