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Artículo Por: Ario E. Salazar

En la línea mortal del equilibrio: 100 Años de Trilce

En la línea mortal del equilibrio: 100 Años de Trilce Un artículo del escritor salvadoreño Ario E. Salazar
“… seis de la tarde
DE LOS MAS SOBERBIOS BEMOLES
 
                         Piensa el presente guárdame para
                         Mañana mañana mañana
 
Tiempo Tiempo
Mediodía estancado entre relentes
 
                          Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
                          No me vayan a dejar solo,
                          y el único recluso sea yo.
 
Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso. 
 
Calor. Ovario. Casi transparencia.
Háse llorado todo. Háse entero velado
en plena izquierda…
 
La creada voz rebélase y no quiere
Y no quiere ser malla, ni amor.
Los novios sean novios en la eternidad…
 
¡Odumodneurtse!
 
Absurdo, sólo tú eres puro.
Absurdo, este exceso sólo ante ti se
suda de dorado placer. 
 
                     Triste destino el no haber sido sino muertos siempre.
                     Estáis muertos. 
                   ¿No subimos acaso para abajo?

 

La paradoja que nos presentan los libros de culto se concentra en el contexto existencial del que dimanan, y en el curioso resultado de que se sostengan en el tiempo como libros fundamentales, casi como un inapelable accidente geográfico de referencia, a pesar de su exclusividad, a pesar de no poder llegar a todos. Tal es el caso de tres libros de culto que aparecieron en 1922: el Ulyses de Joyce, La Tierra Baldía, de T.S. Elliot, y Trilce, de César Vallejo.

Según cuenta la leyenda, Vallejo empezó a escribir Trilce entre 1918 y 1920, mientras el poeta de Los heraldos negros (libro aparecido en el verano de 1919) se escondía de la justicia peruana. Injustamente se le acusaba de ser el autor intelectual de una revuelta en su pueblo natal de Santiago de Chuco. En su descargo el poeta y sus amigos habrían dicho que él pasando iba, y que de hecho al darse los hechos violentos del caso, él hasta había estado colaborando con las autoridades en levantar el acta y el archivo sobre los sucesos. En dichos disturbios, que tenían por germen una disputa electoral, hubo un muerto, y los vándalos quemaron la bodega central del pueblo cuyos propietarios tenían ideas políticas contrarias a las ideas políticas de la familia Vallejo. El asunto terminó con presidio para Vallejo por 105 días, siendo el poeta liberado bajo palabra el 26 de febrero de 1921. Una versión sobre el nacimiento del misterioso título es que Vallejo intentaba publicar el libro bajo el pseudónimo César Perú, pero que, exhortado por sus amigos a no darse aires de Anatole France, Vallejo cedió a la petición de imprimir el libro bajo su verdadero nombre. Aquí es donde entramos a la mágica mitomanía que suele acompañar estos grandes acontecimientos en nuestras letras. Según cuenta Juan Espejo Asturrizaga en César Vallejo: itinerario del hombre, la primera página del libro ya había sido impresa, pero no había aún sido hilada, así es que la reimpresión de dicha página le costaría tres libras más (treinta soles de oro, moneda peruana de la época.) De acuerdo a Espejo Asturrizaga, a esas alturas del proceso el poeta estaba casi en quiebra (como pasó la mayor parte de su vida) y en la página 109 de su libro sobre Vallejo se nos relata que Vallejo estaba mortificado, y que refunfuñando se dio a pronunciar repetidamente, una y otra vez, la palabra tres, tres, tres, con la ya característica insistencia maniática que adoptaba cuando iba en aras de deformar alguna palabra o algún sustantivo. Prosiguió hasta cansar los labios… Tresss, trisss, triesss, tril, trilsss… se le trabó la lengua, tartamudeó por un instante, y en el siguiente vaivén del ceceo de sus labios trilsssce apareció, “¿Trilce?” dice Espejo que dijo, “¿Trilce? Muy bien. Publicaré bajo mi nombre, pero el libro se llamará Trilce.”

Vallejo fue esquivo sobre el tema al ser entrevistado, y se ha especulado mucho en torno a sus vagas respuestas. Juan Larrea, por ejemplo, ha dicho que, como neologismo, la creación de la palabra Trilce conlleva mucho de lo que se cifra en los setenta y siete poemas del texto, es decir, cada neologismo concentra una elasticidad de texto. Larrea conjetura que la parte radical Tril (tres) alude a la Santa Trinidad y que la contracción “ce” bien puede comprender el concepto de dulce o dúo (o sea, lo par, opuesto a lo tercio, etc.) Clayton Eshleman dice que él traduciría el título de Trilce al inglés como “Thleet” o “Threet.” Yo riño con esa propuesta. Igual que Alastair Reid tradujo el título ‘Extravagario’ de Neruda, como ‘Extravagaria,’ creo que Trilce perfectamente podría sostenerse en inglés con su propio nombre, o como ‘Trils,’ a lo sumo. Hasta acá la nota biográfica del libro, la épica de su acta de nacimiento que bien supera el título original del manuscrito: ‘Cráneos de bronce.’  

A cien años de su publicación, la bibliografía sobre el poeta y sobre este libro que llegó para inaugurar todas nuestras vanguardias, hoy rebasa la capacidad de cualquier estudioso o especialista en la materia. En coherencia con la materia del libro, y con nuestro merecido respeto la vocación del poeta, evitaremos en esta nota hablar sobre los suplicios y gambetas, sobre las miserias padecidas por este poeta extraordinario (que fueron muchas las dolencias,) y de las cuales tenemos estremecedoras noticias a través de lo contado por Neruda en Confieso que he vivido, por citar un ejemplo de primera mano, de quienes lo conocieron en carne viva. Muchos ratones de biblioteca, muchos catedráticos e investigadores han hecho carrera disertando sobre las privaciones del ser humano Vallejo, sobre las hambrunas y los estragos causados por la pobreza material del poeta. Yo me quedo con lo constelado en su poesía, lo que brotó de sus poros y que dio cuenta, como dice uno de sus versos (Trilce, XXXVI) ‘de esta existencia que todaviiza/ perenne imperfección.’ Pienso que esas elegantes, neodoctas plumas que adoran el turismo literario no han atinado en sus sesudos estudios al ver en todo ello nada más que un romantizado martirio, una suerte de descabellada disociación con y desde el mundo “real,” cuando en realidad todo nos señala una profunda convicción, una clarividente toma de conciencia y una lección vital de hacer de la poesía un proyecto espiritual, como ha dicho Gamoneda, o como dice Silvio Rodríguez cuando canta: ‘Soltar todo y largarse, ¡qué maravilla!… atesorando sólo huesos nutrientes/ y lanzarse al camino pisando arcilla/ destino a las estrellas resplandecientes.”  

En Trilce Vallejo se propone nada más y nada menos que “ser mejor que Rubén Darío y tener el placer de ver a América postrada a mis pies,” según relata Espejo Asturrizaga en la página 92 del antes citado trabajo, en una anécdota en la que un borracho y herido Vallejo le gritaba a un público de teatro que recibió sin aplausos su muy emotiva, pero desubicada recitación de uno de los poemas de Trilce. Es evidente que aún en sus borracheras el muchacho estaba claro de propósitos, aunque Trilce fuera recibido mal, vilipendiado como la muestra de un neurótico o esquizofrénico autor al que nadie le entendió nada, ya que nadie se percató del terremoto y parteaguas que representa su hechura y publicación. El crítico estadounidense J. Hillis Miller -de muy sobria pluma- ha acotado que:  

Un lenguaje privado no es lenguaje, dado que la esencia del lenguaje es su uso como medio de comunicación.

 Las palabras también ligan al ser humano al mundo físico. La actividad colectiva de nombrar la flor, el árbol, la roca, o el ave da vida a esas cosas para esa gente, para ese colectivo, y los integra a una cultura, dándoles una dimensión, un significado, y su lugar.[1]

Muchos críticos, al inicio de la carrera de Trilce, se quedaron en la primera capa del texto. En lo que aparentaba transmitir, que para muchos era casi una jerigonza, una jitanjáfora[2] de la que nadie, hasta ese momento, había tenido noticias. Lo cifrado en Trilce era un lenguaje extraño, raro, particular, un lenguaje privado, si se quiere refrendar la tesis de Hillis Miller.

Esos críticos, esos lectores flebíticos habían leído con encanto a Darío, pero no recordaban que fue el mismo Darío quien dijo que ‘Hay una música ideal como hay una música verbal. No hay escuelas; hay poetas. El verdadero artista comprende todas las maneras y halla la belleza bajo todas las formas. Toda la gloria y toda la eternidad están en nuestra conciencia.”[3]   

 Por aquellos primeros días de octubre de 1922, nadie reparó en el hecho de que el tema de Trilce no era un solo tema, no supieron descifrar que Trilce era una suerte de muñeca rusa o una intrincada caja china que había que desempacar a varios niveles, ya que en Trilce vemos que el poeta lleva la poesía hasta sus últimos términos, hasta sus últimos límites para dejar un retrato indestructible de las enfermedades de Occidente. También constatamos en Trilce el derrumbe de la Torre de Babel como resultado directo de la incapacidad humana de los civilizados de comunicarse entre sí. Trilce es ese registro. La consignación de esa angustia, de ese frenesí donde los fragmentos de la torre caída se buscan entre sí, confundidos, enajenados, aturdidos por el estruendo del derrumbe y en busca del hilo conductor, del momento de gracia que justifique aquel mal hado, aquel naufragio. El mundo que el lector de Trilce se encuentra es un mundo donde hablan los fragmentos, a diferencia de la fragmentación que nos muestran Eliot o Joyce, que son el registro del caos en su desesperanza y su desmesura. Por el contrario, los fragmentos de Trilce nos hacen bajar un escalón más, a su inframundo, y nos muestran la interioridad que los ilumina, lo que jamás hubiéramos apreciado de ellos, y que sólo ha sido posible al ponernos los ojos del poeta para experimentar y sufrir con él la soledad que lo estremece al ver el derrumbe de esa capa ornamental del viejo mundo, rugosa y golpeada por los elementos del egoísmo y la deshumanización. Se ha dicho que hay mucho de Søren Kierkegaard y de don Miguel de Unamuno en Trilce, y creo en esas correspondencias. Lo que tratan de decir las palabras de Trilce es algo urgente, efímero (de ahí que el poeta se esmere en querer todaviizar ciertas cosas); esa poesía nos presenta lo impostergable, lo arcangelado del acto de entrar en conciencia y en contacto profundo con la existencia, sin saber qué es ese algo, ni por qué nos ha de insistir y visitar tanto la inminencia de ello en la memoria, en el sueño o en la vigilia, sin tregua. Es, pues, el hito de la conciencia alertándose a sí misma de que algo muy grande -no sabemos qué- anda muy, pero muy mal, y que, no obstante, hay belleza y esperanza en las cosas nimias. Leído al bies, el libro es casi un oráculo intemporal, pues sigue fresca su materia y su alcance cuando vemos el mundo sofocante, al menos en Occidente, en el que nos toca proteger a diario nuestra moral y nuestra conciencia.

Hemos avanzado mucho en nuestras apreciaciones del libro, al menos dentro de La República de las Letras. Por lo tanto, es indiscutible que son una verdadera cadena trófica los versos de Trilce. En su hermetismo perdurable, cumplen con una función complejamente articulada. Forman un circuito cerrado dentro de la poesía de nuestro continente, condenándonos de por vida a explorar y sacar nutrientes de sus sortilegios. Saúl Yurkievich habla de ‘un enorme encanto verbal,’ al referirse a Trilce en su trabajo intitulado Fundadores de la nueva poesía latinoamericana, otro libro de culto. Ahí podemos leer:

Trilce seduce, sorprende… La incomprensión conceptual de sus poemas se ve compensada por una expresividad múltiple, compleja, inagotable… nos hace vibrar con una intensidad que crece y se diversifica a medida que nos adentramos en estos textos difíciles. Trilce parece surgido por generación espontánea.”[4] 

Lo refrendo. Barrunto que cada poema de Trilce ha dado un sinnúmero de duros latigazos cervicales, a través de todo este tiempo, porque cada verso abre una nueva etapa estética que va rompiendo moldes, y seguirá en esa vía hasta que ya nadie lea castellano. Y esto es así, porque con el castellano sobre la lona, con el hecho real del castellano ahora en añicos, el infante terrible Vallejo se las arregla para devolvernos un ilímite collar de gotas de rocío sacado del zapato viejo del modernismo y de la hierba presente y futura sobre la que se caminaba y se caminará, por pluscuamperfecto y subjuntivo, de cara a las grandes catástrofes que representarán la caída la de la República, la primera y la segunda guerra mundial, y sus enormes saldos de ciénagas, campos de concentración, y corderos muertos. En ese aspecto Trilce fue previsor sobre las crueldades del hombre muerto, de lo que los Sufíes dan en llamar el hombre clínicamente vivo, pero espiritualmente muerto.  

En ese apretadísimo espacio de la jungla de la modernidad que a paso agigantado se salía de todos los ruedos, ante la mirada atónita de los artistas de la época, desde ese ciclorama donde se nos incita a que ‘Amemos las actualidades, que siempre no estaremos como estamos,’ de ese mismo esfuerzo donde ‘Tus manos y mis manos recíprocas se tienden/ polos en guardia, practicando depresiones,’ desde ahí también van a alzar su vuelo más tarde Altazor (1931), y poco después Residencia en la tierra (1933). A lo lejos del cielo limeño de los talleres de la penitenciería de Lima donde se imprimieron las primeras 200 copias del libro están París, Braque, la sombra de Mallarmé, Kíki (la musa y cabaretera), ‘La nube en los pantalones’ y el futuro revólver de Mayakovski (14 de abril de 1930, balazo al corazón.) Tiempos intensos, heroicos y convulsos, sin duda.

Quizá por el sustrato telúrico que informa el entorno de esta poesía es que no haya verso en Trilce que no deslumbre, que no riña con el lector, que no gratifique mientras desafía. Tan finamente trenzó Vallejo ahí lo lúdico, lo doloroso, lo nimio, lo cotidiano, lo lúbrico, lo superno, lo profano, lo íntimo y lo extrovertido; el acervo irónico de nuestra América donde luchan las esperanzas y los desencantos por hacerse de la moral del lector a través del tira-y-hala de lo ínfimo y lo magno que entran y salen de escena en el texto a una velocidad inimitable. Es un aliento inagotable, tocado por el fuego, poesía eléctrica; no es la vanguardia como meta sino como proceso, un agujero negro que absorbe y transforma la conciencia de sus lectores, y que marca, gofra y descompone, porque Trilce habla, enseña, amoneda, anonada, marea, enfada a veces, y crea un módulo discursivo en el desprevenido lector. La intensidad del montaje del poema termina desquiciando, ya que uno se ve forzado a salir en busca de sus raíces vivas porque a través del verso se nos pontifica: ‘Estáis muertos…/Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que, péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele.”

En Trilce todo es extremo; todo es vital. No hay sobrantes. Por eso de esa escritura diría Roque Dalton:

          “Trilce es, por decirlo así, el campo de batalla de Vallejo contra las inflexibilidades

de la palabra y el idioma… Nunca como en su caso, la palabra fue tan bien preparada para responder a las necesidades ulteriores del poeta… el libro nos queda como una constancia vívida y evidente del fenómeno, que se agota en sí -como dice Monguió-, que se agota como una etapa fructíferamente cumplida.”[5]

Hasta el sol de hoy, tanto se ha dicho y quizá poco o nada se habrá comprendido sobre los márgenes de Trilce, ese texto ahora talmúdico a cien años de su edición príncipe. Y mucho más se seguirá diciendo de manera baladí tratando de adornar lo inadornable. Trilce no necesita otro aliento que el de nuevos ojos que lo enfrenten. Ahí está su magia. Porque en ese texto, contra la muerte de la cual mana ‘su sangre blanca que no es sangre’ también el poeta nos presenta la noción que fuera del archipiélago de su libro, que fuera del laberinto del texto el artista también avisa ‘Pero ya me quiero reír,’ puesto que ‘El traje que vestí mañana/ no lo ha lavado mi lavandera.’

La Muerte, esa sutil lavandera que nos limpia y nos lima hasta la desnudez para lo infinito (antes de pasarnos al olvido) se llevó al hombre Vallejo, un viernes Santo y sin aguacero, en París, el 15 de abril de 1938, a las 9:20 de la mañana, mientras deliraba soñando que iba de camino a España, a defender la República. Ese mismo día, y más o menos a la misma hora, en el Valle del Ebro, los fascistas llegaron al Mediterráneo, partiendo el territorio de los republicanos en dos. Ya llovió portentosamente sobre mojado desde entonces, aquí y allá, pero como bien lo ha dicho María Zambrano, Trilce nos remite siempre al imperecedero pensamiento poético que nos recuerda que ‘Escribir es defender la soledad en la que vivo.’ Aventuro que los versos de este clásico de la vanguardia van más allá, puesto que la lectura de Trilce amplifica el círculo y con ternura, generosamente, y con un guiño de esperanza defiende la soledad colectiva en la que también hemos vivido, a través de este siglo de vida suyo, cada uno de sus lectores. Agradecidos estamos con vos Vallejo por habernos legado tu Trilce; deseamos por eso que tu siempreviva poesía cumpla otros cien más, ya que… Materia diste al mundo de esperanza, como bien nos ayuda a clausurar esta nota don Garcilaso de la Vega.

 

AES
24.04.2022


[1] Poets Of Reality: Six Twentieth-Century Writers. J. Hillis Miller. Harvard University Press. Cambridge, Massachusetts. 1966. Traducción de Ario E. Salazar para ésta nota.

[2] El poeta Cubano Mariano Brull dio a Alfonso Reyes los insumos críticos en uno de sus versos experimentales para que éste, el mexicano, acuñara ese término que designaba ‘esa fórmula extrema de la asepsia verbal que juega a despojar la palabra de sus implicaciones conceptuales y afectivas, llegando por ese camino a la inanidad,’ según José Olivio Jiménez. Véase su Antología de la poesía Hispanoamericana 1914-1970. Alianza Editorial. Madrid. 1971

[3] El Canto Errante. Palabras liminares: A los nuevos poetas de las Españas. Rubén Darío. Colección Austral. Espasa-Calpe. Madrid. 1945

[4] Edhasa, el Puente. Barcelona. 1971. 2002. Fragmento citado de la edición de octubre de 2002.

[5] César Vallejo. Roque Dalton. Cuaderno de Casa de las Américas 6, Editora Nacional de Cuba. La Habana, 1963

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Ario E. Salazar

Chalchuapa, Santa Ana, El Salvador, (1973). Cultiva los géneros del cuento, el ensayo, la poesía y la traducción literaria. Es autor de los libros de poesía Ariodicciones (Washington D.C. Editorial Horizonte 21, 1997), El amor de los padres y otros poemas (Seattle, Editorial Ala de Colibrí, 2014) y La estación ilímite (El Salvador, colección Maremounstrum de ⱻA Ediciones, 2022). En el Estado de Maryland ganó el premio Ventura Valdez de Poesía en Castellano del Montgomery College en dos ocasiones, en 1995 y en 1997.Sus poemas han aparecido en las siguientes antologías: “Las Voces del Vino,” Nueva York, 2017, y en la antología de poesía indigenista “Tzuntekwani – Cabeza de Jaguar,” editado por la Secretaría Nacional de Arte y Cultura del FMLN en 2016, San Salvador, El Salvador. Juntos a su poesía, sus cuentos y ensayos también han sido publicados en revistas literarias de los EEUU tales como Hispanic Culture Review (de la Universidad George Mason, en Virginia), Excalibur (Montgomery College, Maryland), Horizonte 21 (Academia Iberoamericana de Poesía — A.I.P., Washington D.C.), Artenet (Servicio Internacional de Información Cultural), y Revista Literaria Baquiana, en Florida, así como en España (Asociación Prometeo de Poesía) y diferentes periódicos de El Salvador y Centro América (Contrapunto; InTempo; Hablemos Claro; Memorias del Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua; etc.). En los años 90 fue Jefe Editorial de la Revista Horizonte 21, de la A.I.P., y continúa desarrollando una intensa labor de promoción cultural y literaria en los Estados Unidos. Cada año participa en las actividades del mes de la Poesía que organiza la Academy of American Poets en todo el país, y ha sido invitado en dos ocasiones por la la Biblioteca del Congreso de los EEUU a dar recitales con motivo de las celebraciones del mes de la Hispanidad, así como en torno a las obras y figuras de Cervantes (2005 – IV Centenario de la aparición del Quijote) y Walt Whitman (2019 – Bicentenario del nacimiento del poeta).La estación ilímite es su tercer libro de poemas y su primer título publicado en ElSalvador, después de 30 años de vivir en diáspora.

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