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Poesía

 
EL GRILLO
 
A la hora del silencio, el grillo dice: 
Nazca en mi mano su lenguaje 
                   /con vino y penumbras.
Su voz se meta en el corazón de mis hijos 
y me deje nostálgico, 
                   /cuando el tiempo les herede 
bajo los pies un barrio y mi vida.
El grillo no oculta su canto.
Lo escucho en los Beatles 
                    /o los pisos musicales 
que golpean los dedos de Beethoven. 
Mis hijos han crecido, hasta entonces,
con dos grillos secretos en sus bolsillos 
                   /y los sacan, únicamente, 
para dedicarme sus pensamientos 
             /o el retrato de los recuerdos.
Cuando ellos 
     /van alejándose, 
 /de lo que estuvo en la sala y la nostalgia, 
el grillo los ve grandes en la distancia
        /y me narra cómo han pasado los años 
con una ventana y los adioses que no son 
                               /para siempre,
o indican el peso amoroso de esos hijos 
                             /en mis hombros.
El grillo yace en la mesa blanca.
He construido una diminuta estatua de aire
para que cuando despierte,
                 /en un acetato de Pavarotti, 
crea que todavía canta, canta y canta.
 
 
 
 
ZAPATO
 
Cuando sabemos que el zapato carece de dueño existen laceraciones provocadas por el tiempo y dudamos sea el que utilizamos. Todo zapato tiene historias con las puntas rotas. Todo zapato tiene arrugas y me conforta. En todo zapato, bajo la memoria de la suela, existe un artesano quien nos muestra jornadas y noches que abominan a los zapatos. Pensamos que resultaría una fealdad terrible desecharlos. Siempre vemos más de algún zapato tirado en el fondo de un patio, distinto al que usaron las legiones y beduinos mientras dormían escuchando chacales, cuchicheos de astros o el zumbido de un sable contra el aire y sus cabezas. Toda zapatera tiene una biografía de rastros, un rincón del dormitorio donde respiran los grandes descubridores de la seda, el carbón, el fósforo, los bajeles, canes y felinos sin pelambre, o una gota de tregua entre los imperios y las guerras. En la memoria existen altares para los zapatos. Da Vinci no los olvidó al abordar un submarino. Estuvieron tras bastidores en sus autorretratos. Amstrong no sé si abrazó la ternura de la penumbra de nuestro satélite con un dios y el asombro, a diez metros de distancia, para imponerles un silencio de zapato. Un zapato me habla del lomo de una vaca argentina, inglesa, española o el toro desconsolado y oprimido por el secreto terrible en Creta. El zapato alza pañuelos, muerte, amores y puñales con flamencos, valses, congas, tangos, en la noche de las calzadas y las lunas. Los zapatos son Van Gogh y Andy Warhol bajo la luz rural de los girasoles o el alma del pop art con zapatos flotantes, ingrávidos. Pero el zapato que amo y uso nació de las manos de mi padre y el oficio del silencio donde cabía la geometría de la infancia y el recuerdo. Y con esos zapatos me entregué a la vida, tracé mi destino con líneas imprecisas, hasta encontrarme con los pasos donde otros zapatos nos dijeron que, antes de desecharlos, les inventáramos un nombre.
 
 
 
 
LO ÚNICO QUE NO BAJA A LA TIERRA
 
Cuando a un cazador se le muere la mujer
entierra con ella sus senderos.
Entierra algo más que su soledad 
                         /y Los Pirineos.
Bajan a la tierra su noche y las lunas.
Baja su casa de piedras.
Baja el silencio del bosque 
           /y los cascarones de la nieve.
Baja la sobrevivencia 
        /y la carne sin grasa y macerada.
Bajan el jarro de hierbas y las cabras.
Baja el milenario vértigo del deseo 
                 /convertido en recuerdo.
Bajan los ojos de esa mujer
              /masticados por los espejos.
Bajan los árboles tejidos por el agua dura
entre los troncos envejecidos.
Bajan las pieles despellejadas.
Bajan el carbón y el fuego 
       /contra el lomo empinado de la nieve.
Bajan las osamentas congeladas 
                     /de los animales cazados.
Bajan las sombras del frío 
            /por los agujeros de la madrugada.
Cuando a un cazador se le muere la mujer,
lo único que no baja a la tierra
es el amor por ella que mata a los lobos.
 
 
 
 
NO BASTA FINGIR O IMAGINAR QUE SOMOS TIGRES
 
 
¿Se cansará la muerte 
           /del tigre y Jorge Luis Borges?
Simula un reo con su diminuto universo,
pero yo soy el atrapado por sus dientes.
Siento escalofrío. No pienso.
No intento poner mi mano
              /sobre las rayas y su piel
creadas para lo brutal y la sobrevivencia.
La belleza me tiende una trampa, 
                        /veo sus músculos,
mi cráneo, mis costillas, el desgarro.
No sé si salvaré mi corazón.
No sé si alzaré un látigo,
daré órdenes y con mando de rey
someteré mi temor a las bestias.
Para una niña, Borges y este tigre,
el oficio de matar es el acto con que se ama, 
en otro mundo, el sacrificio de las víctimas.
Siendo niño anidé mi inocencia
en los tigres brillantes de los circos.
Hubo un día de tropiezos, zanjas 
y cuchillos clavados en los troncos 
                             /de los árboles.
Nunca supe de mi temor a la cuna del arbusto 
                              /y el silencio
en la casa de madera y el misterio
porque ahí me esperaba el tigre de Lizalde.
Este animal y sus colmillos 
equivalentes al tamaño del universo.
Quise mostrarle mis años débiles.
Blake no estuvo ahí para condolerse.
Sobrevivir no fue fácil mientras 
la baba y el aliento
        /rodeó mi existencia; olía a ceniza,
puso su lengua gruesa en mi carne.
Todo niño grita y tiembla,
todo niño no se salva de la muerte.
Todo niño no siempre conoce el espanto.
Todo niño huye y busca a sus padres
que habitan las selvas y observan lo invisible.
Yo defendí mi casa con firmeza
                         /y levanté una puerta.
le dije que mi voz no olía a sangre.
El tigre levantó sus zarpas,
hinchó la curvatura de su espinazo,
y tembló y tembló de ternura y hambre.
Le señalé afuera está la luz que urgían 
                                    /sus ojos,
estaba la pasión y su lucha contra el sepulcro;
estaba la imaginación para dar vida 
                                /a otros tigres.
Y cayó de bruces con la fuerza 
cortada por el filo de mis palabras
al ver que yo era hijo de otro tigre
y mis rayas como las suyas ahorcaban a un destino
que inútilmente asesinaba a su fantasma.
Por eso, para salvar a nuestro tigre
dijimos tigre, tigre, Blake, tigre.
El que arde, el que es la selva, 
                      /el que merodea con espadas
los andamios, la noche y sus pasillos,
y los ojos que saborean 
a los inmortales felinos que despojan
y dejan entre el junco su fuerza
y se alzan como libélulas o pájaros
para explicar la simetría
entre la libertad, la tumba 
                            /y nuestra existencia.
Pero el terror es invencible.
No hay contragolpe que nos salve.
No basta fingir o imaginar que somos tigres.
Blake te pone en la mano un abismo,
un  cielo y, para ganarle al infierno, un tigre.
 

FRONTISPICIO  DE HIELOS EN EL HORIZONTE, CANGREJOS MUTANTES Y LA PROPENSIÓN A FINGIR O IMAGINAR QUE SOMOS TIGRES

Por : Javier Alvarado

Nuevamente me encuentro ante un suceso para celebrar la edad terrena y también la edad en los versos de un poeta nicaragüense, residente en Costa Rica que ha llamado mi atención con un magnífico libro titulado: Hielo en el horizonte.  El hielo es efímero y hay que trabajar rápido y amar bajo el sol, como nos dijo el gran poeta peruano José Watanabe en su poema El guardián del hielo.   En este caso, Carlos Calero tiene setenta años cronológicos y muchos en el oficio de poeta.  Hoy nos brinda este recorrido desde lo más reciente a lo más primigenio donde a manera de mirador, podemos ver su evolución creativa.

Dediqué unas palabras a la aparición de su libro, a su irrupción silenciosa en las letras centroamericanas con el libro que mencioné y quiero añadir esas reflexiones al corpus de este frontispicio para celebrar su obra y también llevándome de la mano de un ángel que nos señala desde el promontorio de las cebollas.

I

Hoy encontramos a un poeta

“No sé si debo entregar la memoria a los vivos,
de la que me exigen cuenta mis muertos.”
C.C.

Nombrar a Nicaragua desde su fuerza acuática en sus lagos; telúrica con sus volcanes, es remitirse también al gran magma lingüístico y poético vertido desde sus aedas: Rubén Darío, el universal artífice de Azul y de Prosas Profanas; hasta luego enumerar a poetas de una vasta tradición: José Coronel Urtecho con su Pequeña Biografía de mi mujer y sus traducciones, Joaquín Pasos con el Canto de Guerra de las Cosas, Ernesto Cardenal y su Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, Ernesto Mejía Sánchez con sus Recolecciones a Mediodía, Pablo Antonio Cuadra y La tierra que habla, Carlos Martínez Rivas y La puesta en el Sepulcro, Manolo Cuadra y su Tristeza como un policía, Ana Ilce Gómez y sus Ceremonias del Silencio, Gioconda Belli con sus poemas de Sobre la grama, Leonel Rugama, muerto prematuramente y conocido por su poema La tierra es un satélite de la luna, Claribel Alegría y su Carta a un desterrado, a quien los poetas siempre jóvenes como Francisco Ruiz Udiel, autor de dos poemarios valiosísimos: Alguien me vio llorar en un sueño Memorias  del agua, apodaba a ella: “Su Majestad”; hasta el acento personal de Marta Leonor González con sus libros Palomas equilibristas y Managua 38 °. Escudriñar en esta gran tradición es un ejercicio estremecedor donde se conjugan motivos existenciales, amorosos, eróticos, sociales que vislumbran las realidades de nuestra Latinoamérica golpeada y con numerosos sueños y constelaciones de zacates y gritos campesinos y también de otras realidades citadinas, personales y colectivas.

Hace un tiempo, gracias a las redes sociales y cibernéticas, he establecido contacto con el poeta Carlos Calero (1953), nacido en Monimbó, Nicaragua y el cual migró hacia Costa Rica estableciéndose en ese país y acentuando allí sus raíces. Publicamos en la revista Altazor de la Fundación Vicente Huidobro una muestra de su trabajo y él ha estado allí, acucioso, trabajando calladamente, su poesía.  Tuve noticia de que el sello El Ángel Editor con sede en Ecuador, publicó un libro suyo titulado Hielo en el horizonte. Le escribí a Xavier Oquendo Troncoso y le pedí una serie de antologías y libros de grandes autores ecuatorianos: Miguel Donoso Pareja, Rodrigo Pesantez Rodas, Ana María Iza, Carlos Eduardo Jaramillo, Fernando Cazón Vera además del mencionado libro de Calero, los cuales me fueron entregados en Salamanca, España, celebrando de antemano la aparición de una publicación de un poeta centroamericano en Sudamérica.

Hielo en el horizonte es un libro que sorprende por su audacia poética y sus giros metatextuales.  Es un ejercicio paciente de escritura donde se conjugan temas personales y universales. El tomo inicia con un pórtico que anuncia al lector lo que se avecina:

(Los rostros y voces maestras, que nos preceden, no deben
comprometer su palabra con nadie.
En la soledad del oficio se comprueba.)

Inmediatamente en el primer poema, titulado “Donde el sueño busca un sable”, nos hallamos en ese reto escritural:

Si escribí un verso
fue para deslizar la uña del tigre
donde el sueño me entregó un sable.

Si escribimos un verso
fue para señalar con el dedo
un poder de océanos,
sus mantras circulares

Carlos Calero hace un despliegue fabuloso de la metaforización; algo de lo cual se rehúye actualmente.  Su verbo y sus palabras caminan seguras por las planicies y valles del papel.   Además de poemas en verso libre, también hallamos prosemas en el cuerpo de su libro que van acompasando el tono y la propuesta poética con gran acierto:

Deseo
(Fragmento)

Si llamo recurso al silencio, esto implica extraños universos. El silencio semeja una larva de luz en los arbolarios y pupas con futura geometría de mariposas.

Hay, con intencionalidad voluntaria o no; la alusión al trabajo del poeta, condición que puede trasladarse a la vida de Calero y a su rutina, desde el rigor y la paciencia. La lectura de Hielo en el horizonte no sólo me pone a imaginar copos de nieve o a escuchar baladas gélidas en este lugar donde se asume el trópico; sino que me ha descubierto a un poeta del cual deseo leer sus libros anteriores y los posteriores que esté dispuesto a darnos. Para nuestra Centroamérica es digno de celebración que su obra vaya en ascenso hacia otras latitudes; de una tierra volcánica a otra, desde el Masaya hasta el Chimborazo, desde el Momotombo el Cotopaxi, desde el Telica hasta el Pichincha, en un diálogo de hielo y fuego. Gracias, Carlos Calero, por tu obra; hoy, mañana, quisiera estrechar su mano y conocerlo personalmente, quizás en otro país de volcanes: Costa Rica, donde se ha acendrado, con su Poás, Irazú o Turrialba o en otra geografía con el material piroclástico de las palabras. Alegría por él, por su Nicaragua, por sus destinos de migrante. Ayer y hoy, encontramos a un poeta:

Hoy encontramos a un poeta
que limpia la nostalgia del patio y nuestros ancestros

Hoy encontramos a un poeta
que escribe un poema
mientras resuelve sus axiomas
y no rompe las vértebras de las palabras.

Panamá, 10 de noviembre de 2021

II

El fingimiento o el imaginar que somos tigres

Son muchas las referencias al tigre en la poesía latinoamericana.   Pensamos en el argentino Jorge Luis Borges y en el mexicano Eduardo Lizalde, al que pude conocer en ciudad de México, dedicándome sus libros y yo recitando por dentro las metáforas e imágenes magníficas él dedicó a ese animal salvaje y poético.   Hay una gran selva, una selva con sus espesuras, sus vidas, sus muertes, su renovación de fauna, de flora y de paisajes.  La poesía al mismo tiempo va mutando, va renaciendo y va metiéndose en la boca de los tigres para sus megafónicos rugidos.  

También contemplo el paso del cangrejo, en este caso, para el lector para que contemple de adelante hacia atrás el recorrido de Carlos Calero, a la manera de Alejo Carpentier en una especie de viaje a la semilla.    Saludo a este su libro celebratorio por sus setenta años y sigo sosteniendo que es una de las voces más potentes y actuales de la poesía nicaragüense para el gran caudal de la poesía latinoamericana.  Sus poemas recientes adquieren una vitalidad y son espejos semánticos de evoluciones y transformaciones.   Acérquense a su trabajo y démosle el lugar que se merece:

El que arde, el que es la selva, el que merodea con espadas
los andamios, la noche y sus pasillos,
y los ojos que saborean
a los inmortales felinos que despojan
y dejan entre el junco su fuerza
y se alzan como libélulas o pájaros
para explicar la simetría
entre la libertad, la tumba y nuestra existencia.

 

Panamá, 30 de junio de 2023

Un frontispicio y 4 textos de Carlos Calero …Pero el terror es invencible. No hay contragolpe que nos salve. No basta fingir o imaginar que somos tigres…
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Carlos Calero

Nace en Nicaragua. Se naturaliza costarricense. Licenciado y Máster en Ciencias de la Educación. Ha sido gestor cultural. Ha publicado los libros de poesía: El humano oficio, La costumbre del reflejo, Paradojas de la mandíbula, Arquitecturas de la sospecha, Cornisas del asombro, Geometrías del cangrejo y otros poemas, Las cartas sobre la mesa. Antología Generación de los Ochenta. Poesía Nicaragüense, en coautoría con el poeta nicaragüense Carlos Castro Jo. También publicó una plaquete Muerden Estrellas. El año pasado publicó en Ecuador, Hielo en el horizonte, con la Editorial El Ángel Editor. El poeta Carlos Pacheco realizó una tesis sobre su poesía. Su poesía ha sido difundida en ntologías impresas y virtuales como Carátula, Altazor, Nueva York Poetry Review, Círculo de Poesía, El Hilo Azul, Andrómeda, Isla Negra y otras. Lo han invitado a festivales y encuentros de poesía, tanto en Costa Rica, como Guatemala, El Salvador y Nicaragua; también en forma virtual a los festivales Primavera Poética de Perú y el festival de Bogotá y en cuador el Festival Poesía en Paralelo Cero. En agosto, de este año, la editorial Poiesis publicará su Antología No basta fingir o imaginar que somos tigres, con poemas escogidos de sus libros publicados hasta hoy.

Javier Alvarado

(Santiago de Veraguas 28 de agosto de 1982). Hizo sus estudios en el colegio Panama School y después obtiene el título de Licenciado en Lengua y Literatura Españolas por la Universidad de Panamá en el año 2005. Ha sido galardonado con el Premio Nacional de Poesía Joven de Panamá Gustavo Batista Cedeño en los años 2000, 2004, 2007 y 2014.

Premio de Poesía Pablo Neruda 2004 y Premio de Poesía Stella Sierra en el 2007. Poeta residente por la Fundación Cove Park, Escocia, Reino Unido 2009. Mención de Honor del Premio Literario Casa de las Américas de Cuba 2010 con su obra Carta Natal al país de los Locos (Poeta en Escocia).
Primer Premio de los X Juegos Florales Belice y Panamá, León Nicaragua con Ojos Parlantes para estaciones de ceguera. Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán 2011 en poesía con el libro Balada sin ovejas para un pastor de huesos. Premio Internacional de Poesía Rubén Darío de Nicaragua por su libro El mar que me habita. Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2012 por su libro Viaje Solar de un tren hacia la noche de Matachín. Finalista del Festival de la Lira (Ecuador) 2013 por su libro Carta Natal al País de los Locos (Poeta en Escocia).


En 2014, un jurado conformado por el poeta español Antonio Gamoneda, el poeta peruano Rodolfo Hinostroza y Julio Pazos de Ecuador, le otorgaron el Premio Medardo Ángel Silva a obra editada por su libro Carta Natal al país de los Locos. En el 2015 obtuvo el premio Ricardo Miró de poesía, máximo galardón de las letras panameñas. En 2017, obtiene el Premio Hispanoamericano de poesía de San Salvador. Premio Juegos Florales de Quetzaltenango, 2018. En 2019 obtiene la Mención de Honor del Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo. En 2020 obtiene junto a Lucía Estrada y el traductor Russel Karrick the Gabo Prize in Literature in Translations & Multilingual Texts. En 2021, obtiene el Premio Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana en Salamanca, España.

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